sábado, 5 de mayo de 2018

Ceda, botón de muestra

Bernardo Bátiz V.
L
a Central de Abasto (Ceda) de la Ciudad de México fue creada en la época en que era jefe del Departamento de Distrito Federal el profesor Carlos Hank González, conocido por sus antiapotegmas, según los cuales si no hay obras no hay sobras y un político pobre es un pobre político, que lo definen de cuerpo entero. La construcción, una verdadera urbe dentro de la capital, abarca una extensión de poco más de 300 hectáreas, tomadas de terrenos que habían sido la chinampería del pueblo de Iztapalapa. Es, por su extensión, uno de los mercados más grandes del mundo, cuenta con al menos 2 mil bodegas y con varios miles de locales comerciales para el menudeo y el medio mayoreo.
Tiene además de bodegas, grandes espacios para carga y descarga de la mercadería, lugar de pernocta para camiones que llegan antes de que abran las bodegas, bancos, restaurantes y una agencia del Ministerio Público. Pululan sin tregua por el inmenso espacio unas decenas de miles de vendedores y compradores, un ejército de diableros o carretilleros, vagos, prostitutas, ladrones comunes y especializados en extorsión y secuestro. Hay actividad las 24 horas del día y por supuesto una agitación continua.
Para un visitante primerizo, aparte de las multitudes que van y vienen por todos los pasillos, andadores y estacionamientos, llamará su atención la falta de higiene, los alteros de basura por aquí y por allá, montones de huacales de madera, verduras y frutas apiñadas cerca de los depósitos de los desperdicios, coladeras sin tapa, telarañas intrincadas de cables de luz y algunos otros signos de descuido y abandono.
Digo que la Ceda es un botón de muestra de cómo nos deja nuestra urbe el jefe de Gobierno, que llegó con la más alta votación a su favor y se va por la puerta de atrás; la capital está descuidada y hay desorden en ella, la Central de Abasto, centro neurálgico del comercio de víveres, frutas, verduras, abarrotes, semillas y otras mercaderías, no se distingue del resto de nuestra ciudad de ciudades.
El profesor Hank González, quien según confesó alguna vez, empezó su fortuna vendiendo dulces en las escuelas en que fue maestro de primeras letras, dejó un sistema jurídico complicado. Se trata de un fideicomiso por 99 años en el que son fideicomisarios los bodegueros conocidos como participantes, los cuales pagan cuotas mensuales importantes y otras esporádicas para el sostenimiento del mercado, y son algo así como los condóminos en un gran conjunto. Ingresan a la caja de la administración cantidades muy altas de las casetas de peaje de vehículos, de los baños de paga y de los estacionamientos. Todo el que vive de algún trabajo o comercio en el gran mercado tiene que entregar parte de sus ingresos a alguien, con recibo o sin recibo.
Hace unos días se publicó la noticia de que el administrador de la central y que concentra el poder en el inmenso espacio, fue vinculado a proceso y suspendido de su cargo por un pleito por concesión de servicios. La información debe preocupar más a los participantes y a los comerciantes que todos los días llevan mercancías a las bodegas o las distribuyen desde ellas a la ciudad y a todo el país. Hay un comité técnico que integran representantes de los fideicomisarios y del gobierno de la capital, pero el administrador tiene voto de calidad y es quien prácticamente impone todas las decisiones.
Entre los grandes problemas que debe afrontar el próximo jefe o jefa de Gobierno de la capital estará necesariamente este gran espacio que tiene una organización jurídica confusa y cuyo funcionamiento está lastrado de fallas y carencias. Sin duda, los usuarios de las bodegas deben ser los más interesados en que el enorme mercado funcione bien, pero no serán tan fácil; como muchos otros servicios de la ciudad, el Ceda requiere cirugía mayor.

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