lunes, 18 de junio de 2018

Soñé que México le ganaba al campeón del mundo

Hermann Bellinghausen
Y
a estaría yo pateando el balón con furia a estas alturas del domingo, con ese entusiasmo dislocado que te entra de niño cuando la fuerza del juego te colma con una victoria que sientes propia porque si no qué chiste. Importaba más el empuje pueril de la pelota que salía de mis pies a rebotar contra las paredes del patio, que la sensación de pertenencia a una tribu determinada. Pocas veces la escuadra nacional me dio ese gusto. Hoy que ocurre, la euforia patriotera de rostros pintados a chela batiente queda realmente lejos de mi experiencia de lo real.
Los sueños tienen la desagradable costumbre de cumplirse tarde. De corazón preferiría correr al parque para la mejor cascarita pospartido de mi vida, en vez que lanzarme al Ángel dando claxonazos vestido de verde, orgulloso de qué. Sí, un golazo oportuno, una defensiva enorme, la buena suerte, un portero confiable y unos alemanes inexplicablemente destanteados al tirar. Las cámaras muestran también a numerosos representantes de la idiosincrasia mexicana de exportación en el estadio y las calles de Moscú. Treinta mil connacionales, una cifra record, se pagaron el viajecito para que nadie diga que en México no hay dinero.
Sé que la benevolencia nacionalista se me cura de inmediato siempre que topo con turistas mexicanos en el primer mundo, por lo regular haciendo el papelazo. Rápido me instalo en el terreno de la pena, ajena en principio, pero igual cala su bochorno. Nótese cómo nunca faltan clasemedieros y burgueses mexicanos en calles, tiendas y antros de media Europa: ¿apuñalados en Berlín, muertos por un bombazo en Londres, atropellados en Moscú, detenidos por alterar la paz y faltar el respeto a las mujeres? Puedes apostar a que allí hay mexicanos.
De que somos argüenderos, desde cuándo. Pero padeciendo una economía atroz que favorece a los unos-cuántos y perjudica a los muchos millones tratados como si fuesen nadie, ¿no vale preguntar de dónde viene la dolariza que fueron a derramar mexicanos parranderos al Mundial? Puestos al espejo, ¿qué sentimiento patrio inspira a la vez que el presidente de Estados Unidos, en unas vencidas de macho alfa con el premier de Japón, amenace a éste con enviarle 25 millones de mexicanos para que vea lo que se siente? Como si de él dependiera el destino de 25 millones de nosotros. ¿O sí?
Tragamos insultos cotidianos, advertencias mortíferas, burlas veras, prácticas atroces como separar a menores de sus madres en represalia por cruzar al lado prohibido de una tierra de por sí robada, y a la mala, entonces como ahora bajo sórdidas distorsiones bíblicas.
¿Hace un gol la diferencia para un país humillado por dentro y por fuera, chantajeado, jaqueado en su vida privada por una ominosa propaganda para-electoral? Un país ensangrentado y triste para miles, quizás millones de familias, mutiladas por la emigración y las desgracias del crimen generalizado, el despojo legal, la corrupción y la impunidad de un sistema político y económico que nos venden como inevitable. Si acaso les falla la inminente vía electoral, ¿intentarán otras vías para seguir, teniendo ya las fuerzas armadas en todo el territorio?
¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?, disparaba la sorna de Chava Flores allá cuando nuestros ratoncitos eran verdes y no, como ahora, piernas de exportación. ¿Soñar con el quinto partido y la final? ¿Será que millones de mexicanos sueñan lo que sea, lo mismo una cosa que otra, con tal de no despertar? Sirva el meritorio gol de Hirving Lozano como dulce opio de los pueblos. Dicho sin nostalgia marxista. Somos un país que adoptó al opio entre sus productos más rentables, y los campesinos ya le dieron un nombre vernáculo: maíz bola.
Un gol para animarnos: “¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?/ Con sueños de opio no conviene ni soñar:/ sueñas un hada y ya no debes nada,/ tu casa está pagada, ya no hay que trabajar,/ ya’stá salvada la Copa en la Olimpiada,/¡soñar no cuesta nada ... qué ganas de soñar!”

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