lunes, 9 de julio de 2018

La hora de los encuentros

Víctor Flores Olea
A
lgunos han llamado tsunami al terremoto electoral que el pasado domingo primero de julio desató Andrés Manuel López Obrador. Seguramente con toda razón, porque quienes vivimos ese acontecimiento en la provincia mexicana pudimos ver hasta qué punto el día se convirtió en una fecha de esperanza, de inicio de una nueva vida, de nuevos destinos para quienes vivían los suyos como fatalidades inevitables. En la oscuridad se encendió una luz que prometía otros destinos, otras vidas, nuevas esperanzas. Alguien me llegó a decir que en el día después hasta el aire que se respiraba era diferente, más ligero y limpio.
Sí, pero todo aquello con una clara conciencia de que todos ellos, de que todos nosotros, de que una muy buena mayoría de nosotros fuimos los causantes de la felicidad que se vivía. Una suerte de encuentro con el otro que se aproximaba como nunca al yo, haciendo del otro, del yo y del nosotrosuna nueva realidad desconocida antes por su intensidad y su verdad.
Es decir, plena lucidez de que aquella nueva forma de vida que comenzaba era una obra colectiva, una obra del conjunto. Y que se había llegado a ese punto porque la gran mayoría del pueblo mexicano había dicho ¡basta! ante una situación insostenible, y porque había decidido votar por un hombre del cual no necesariamente conocía el detalle de sus aristas, pero que creía firmemente en unas cuantas, en las que creyó con noble e inamovible convicción: la verdad, la sinceridad, la honestidad del candidato, su persistencia de una pieza, su autenticidad y transparencia. Es decir, vieron en él las virtudes y ventajas que faltaban en los gobernantes anteriores, que se situaban en su extremo opuesto. Visión de conjunto que dio lugar al gran tsuna­mi de la pasada elección en México.
Y todavía más: algunos me confesaron que los brutales ataques dirigidos a AMLO antes de la elección, los entusiasmaban cada vez más a votar por el candidato de Morena, conociendo bien el desprestigio de quienes hacían esas críticas tan baratas y majaderas. En una situación así se vivió una especie de mundo al revés: los insultos y falsedades de quienes los proferían se convertían justamente en su contrario, ya que venían precisamente de bocas satanizadas de antemano. Y este espíritu general se encontraba en hombres y mujeres de las más diferentes capas sociales. Las promesas se habían hecho por alguien en el cual creían, luego entonces eran verdad sin duda alguna.
Pero, por supuesto, la duda se filtraba incluso en aquellas almas creyentes. ¿Y si no nos cumple?, preguntaban de pronto. ¿Qué haremos entonces? Por eso, cada vez que AMLO repitió que no les iba a fallar, que no iba a fallarle al pueblo de México, sus palabras caían como un bálsamo de alivio necesario.
Todavía algunos se atrevieron a preguntar de dónde saldría el dinero para cumplir con ese abanico tan grande de compromisos. Pero habían escuchado también las explicaciones que transmitieron los medios masivos, sobre todo la televisión y la radio: en buena medida esos fondos saldrían del ahorro en los gastos inútiles y de la enorme corrupción que ha expulsado a los buenos gobiernos y que en primer lugar se ensaña con el pueblo pobre.
Claro que para ellos, aun cuando no los comprendieran cabalmente, resultaban en todos los sentidos el polo opuesto de los argumentos contra AMLO que reprochaban a los mexicanos haberlo llevado a la Presidencia sin los deseables equilibrios de poder o limitaciones a un poder que podía desbocarse. No lo comprendían: ¿y entonces para qué estamos aquí?, se ­preguntaban. “Si nosotros le dimos el poder, nosotros mismos podemos limitarlo. Que no se preocupen tanto los ‘leídos’, las cosas son más sencillas de lo que parecen”.
En todo caso, podemos ver que el fenómeno ocurrido rebasa con mucho las referencias habituales Tal es el hecho que hemos vivido y presenciado, un fenómeno, un hecho que no a muchos les ha tocado vivir y presenciar, en cualquier parte. Una suerte de conquista, de encuentro con nosotros mismos.

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