sábado, 7 de julio de 2018

¿Triunfo del nacionalismo revolucionario?

José M. Murià
A
demás de la enorme porquería que le echaron encima al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) con que muchos se denigraron a sí mismos con la bajeza y la falsedad de sus argumentos, no faltó uno que otro columnista –de los que suelen escribir a favor de la derecha– que encontrara un filón que, no por tener cierta categoría, dejó de ser también contraproducente y, al igual que la basura que se esparció, podemos suponer que en vez de medrar la fuerza de El Peje más bien contribuyó a fortalecerlo.
Me refiero específicamente a quienes afirmaron que Morena nos volvería al PRI de antes. Ellos pensaban con seguridad en que la gente tendría más en mente el autoritarismo y otros vicios de que hizo gala antaño el Revolucionario Institucional, pero no contaron con que una cauda de ciudadanos de cierta edad y buen criterio, pensaría con nostalgia y añoranza en aquel México priísta que le dio tanto impulso a la nación, redujo enormemente los índices de insalubridad, la pobreza, la inseguridad, el analfabetismo, etcétera. Y dio pie, entre muchas otras cosas, a que nuestro país fuese visto, gracias también a una política exterior en general impecable, con gran respeto y hasta con enorme gratitud por habitantes de muchas partes del mundo.
En nuestras cabezas, cuando nos recordaban al PRI de antes, en vez de sentir horror resonaban dos palabras que, por el contrario, nos ensanchaban el corazón: nacionalismo revolucionario.
Dos detalles significativos, al menos para mí y algunos cuantos como yo: cuando López Obrador se dirigió a todos los mexicanos, ya con la garantía de que había ganado, tomé de inmediato un lápiz y un papel para anotar aquello que me desagradara más, cuando terminó la hoja seguía en blanco. Inmediatamente después me habló un querido amigo y me espetó: me dio la sensación de que oí hablar a Luis Donaldo Colosio.
Vale la pena analizar cuándo y cómo el PRI se alejó de tales preceptos y su plataforma de principios acabó arrinconada y sobre todo ignorada por muchos de sus propios militantes.
Estos últimos meses ligado a Fundación Colosio Jalisco me ha tocado oír infinidad de comentarios y esgrimir preceptos tales que hubieran retorcido el hígado de Basilio Vadillo, Jesús Reyes Heroles y Jaime Torres Bodet, por ejemplo. Llegamos al caso de escuchar la posibilidad de que se nos llamaría a votar por Anaya para que éste, en su calidad de segundo lugar, alcanzara a vencer al primero.
Los resultados muestran que hubiera sido inútil dicho intento, entre otras cosas porque los votantes no son canicas que se pueden mover libremente y, a la postre, el actual ganador de las elecciones tuvo más votos que todos los demás candidatos juntos. A veces oí decir a Reyes Heroles que en la política la suma de tres y tres puede ser dos…
Quiero decir que renunciar a Meade en favor de Anaya, tal como sostuvieron más priístas de los que podrían suponer algunos, hubiera dado lugar a que se manifestara por igual una gran preferencia de muchos por López Obrador.
De cualquier modo, poco convencidos de Meade –un hombre de gran calidad sin duda, aunque fuera de lugar– y aun de Ochoa Reza, creo que muchos militantes del PRI, además de los que se pasaron abiertamente a Morena, a la hora de la verdad votaron por esta formación. Se sentían más identificados con ella que con el neoliberalismo al que se habían sumado ya desde tiempo atrás el presidente del PRI y el propio Presidente de la República.
Dicho de otra manera: muchos priístas se abrazaron al PRI de antes y, a fin de cuentas, entre unos y otros hicieron que en México volviera a triunfar de manera estridente el nacionalismo revolucionario.
A los nacionalistas revolucionarios

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