jueves, 16 de agosto de 2018

Ciudad perdida

La herencia priísta // Gobiernos feudales // Tiempos de cambio
Miguel Ángel Velázquez
¿Q
ué?, ¿alguien esperaba que los gobernadores diferentes a Morena guardarían silencio frente a las medidas que busca implementar Andrés Manuel López Obrador para impedir que los mandatarios estatales sigan haciendo y deshaciendo con los dineros de la gente?
Pues no, uno de los derechos que consagra la democracia es el del pataleo, y ese lo van a ejercer hasta el último minuto, porque eso de que se vigile su sagrado, autónomo y soberano privilegio de enseñorearse con los recursos públicos, ¡claro!, atenta contra el pacto federal.
Como muchos de los males que aquejan a la vida política del país, éste, de convertir a los gobernadores en señores feudales, es una de las herencias que deja el PRI, que diseñó una estructura de poder que permitía perder Los Pinos, pero nunca soltaba el timón que marcaba el rumbo de México.
Nos explicamos: Resulta que en la teoría tal vez, pero en la práctica con seguridad, el PRI entendió que en algún momento tendría que dejar la Presidencia de la República, pero que eso no significaba destruir el andamiaje que le permitía transcurrir en la vida política casi sin despeinarse.
La estructura: gobernadores, senadores, diputados (locales y federales), presidentes municipales y, si nos apuran un poco, hasta policías permanecía intocada. Así, la farsa de la alternancia, cuando Fox –digno representante de esa bufonada– llegó a Los Pinos, no motivó ningún cambio; por el contrario, la fuerza de la estructura priísta se consolidó.
Hoy quienes critican la medida que va a aplicar López Obrador, y los que se resisten a ella, pretenden hacer que la farsa del cambio tenga una segunda temporada. La idea es dejar en el discurso la idea del cambio y proteger hasta donde sea posible el muy amplio espacio de movilidad financiera del que hoy gozan los gobernadores, por ejemplo.
El asunto es que perdieron todo. La estructura, casi toda, se vino abajo. Perdieron las cámaras, los gobiernos estatales y muchos municipales. Ya no tienen el timón y los vientos soplan hacia otros puertos donde, para ellos en general, para la derecha, no hay destino, cuando menos en los años venideros.
El cambio va en serio y para ello se requiere una nueva ingeniería del poder. Pero para que nazca sana primero debe cambiar, radicalmente, la base en la que descansará esa nueva estructura, y es allí donde ocurren las diferencias. La conjunción gobernados-gobierno con la que se pretende conducir al país marca, entonces, esa diferencia: el cambio.
Dejar las cosas como están ahora es cerrar los ojos frente al mal, permitir que avance el cáncer y eso sería marcar el fracaso del gobierno de López Obrador, y lo peor, sepultar las esperanza de millones de mexicanos que han confiado en un nuevo México, donde no les vaya tan mal.
De pasadita
El grave asunto de la nómina del personal que trabaja en la administración capitalina es cada vez más comprometedor para el jefe de Gobierno, José Ramón Amieva. Miguel Ángel Vásquez, ligado a René Bejarano, quien hoy brinda sombra de protección a Juan Ayala, líder del sindicato de trabajadores del gobierno de la ciudad, ha sido acusado de ser quien ordena que no se dé a conocer la nómina.
El jefe de Gobierno no tendría por qué seguir cargando con Vásquez. Si quien hoy es el coordinador del gabinete no quiere hacer caso a la exigencia del mismo Amieva, es tiempo de hacerlo de lado, antes de que cause más daño.
Una más
Desde luego una de las pruebas que se presentarán al presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, estará en la designación del líder de Morena en el Senado, y esto porque todo indica que los legisladores no están de acuerdo con que el liderazgo caiga en manos de Ricardo Monreal y elegirán a Martí Batres. La pregunta es: ¿se les respetará?

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