sábado, 21 de enero de 2012

Los de abajo


Hambre de rarámuris

Gloria Muñoz Ramírez

Las infundadas afirmaciones sobre suicidios colectivos de los rarámuris en Chihuahua por no tener nada que comer, y las ahora masivas campañas de acopio para llevar algo al estómago de estos pueblos, pueden transformar una emergencia real, dramática y no necesariamente nueva, en actos de caridad que trastocan los derechos colectivos de los pueblos indígenas y los colocan nuevamente como objetos de derechos, no como sujetos de los mismos, dejando de lado las responsabilidades del Estado no sólo en el cambio climático, sino en las consecuencias que ha tenido la invasión de diversos proyectos trasnacionales en los territorios indios.

Hace 18 años, la insurrección zapatista puso en el debate nacional e internacional el reconocimiento de los indígenas de este país como sujetos de derechos colectivos, dejando fuera las políticas paternalistas y las imágenes folclóricas de más de 60 pueblos excluidos y condenados a la pobreza extrema. En los primeros meses de 1994 ese debate se ganó, independientemente de que en 2001 se elaboró una contrarreforma que desconoció oficialmente los derechos y la cultura indígenas y, con esto, el derecho a la autonomía.

Esta semana empezaron a proliferar en todo el país centros de acopio a los que gente de buena voluntad llega a donar agua, arroz, frijol y leche enlatada. Por supuesto que todo esto y más se necesita para enfrentar la emergencia, pero el discurso no puede ser el de “ayudar a los pobres tarahumaras que se están muriendo de hambre”. Sostener el apoyo con este horizonte es dejar a un lado una conquista ganada a pulso por el movimiento indígena nacional.

Es obvio que el envío de un paquete especial de 100 mil despensas, así como cobijas y agua a la sierra Tarahumara por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso), “en atención a los casos de hambruna generados por la sequía y las heladas que han afectado la región”, no resolverá un problema mayúsculo que tiene que ver con la falta de reconocimiento y las políticas de exclusión de los rarámuris y el resto de los pueblos indios del país.

En estos momentos qué falta hacen la presencia y las palabras de Ricardo Robles, El Ronco, acompañante jesuita de los rarámuris desde siempre y conocedor como pocos de la sierra. Cito el extracto de uno de sus artículos: “…Y regresando a lo de los caníbales, hay que preguntarnos quiénes resultan serlo hoy, el turismo o los invadidos, las mineras o los envenenados, las represas o los desalojados, las guarderías o los niños, los partidos o los ciudadanos, el narco o sus cautivos, las policías o los contestatarios, el Ejército o los muertos, los gobiernos o los de abajo… y en fin, la avaricia o los depauperados”.

La resistencia está en saber escuchar a la tierra.

John Berger

lasylosdeabajo@yahoo.com.mx

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