jueves, 19 de enero de 2017

Hartazgo social

Octavio Rodríguez Araujo
M
ás que escribir sobre el gasolinazo, del que todo mundo sabe, hasta los distraídos, me gustaría reflexionar sobre la protesta social derivada del mismo y de otros factores que han agraviado a los mexicanos o a muchos de nosotros.
Nunca me imaginé que iba a coincidir con el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) cuando sus directivos resumen la situación como hartazgo de la población, hartazgo de la corrupción y del manejo de los recursos públicos (La Jornada, 17/01/17). Pero me temo que tienen razón: la gente está harta de que le vean la cara, y no sólo bajo el actual gobierno sino desde antes; de manera acumulativa, podría decirse. Decenas de miles de muertos por una absurda guerra contra el narcotráfico (que no dejará de existir mientras haya demanda), otros más también desaparecidos, una guardería donde murieron quemados muchos niños, el caso de los estudiantes de Ayotzinapa, las movilizaciones del magisterio contra la llamada reforma educativa, ésta misma que no tiene perspectiva de resolver en serio y de manera duradera el problema de la educación en el país, la entrega de los recursos mineros y buena parte de la superficie y subsuelo del país a empresas inescrupulosas, las políticas energéticas que no han sido capaces de propiciar la independencia del país en materia de hidrocarburos (gasolinas, principalmente), sino lo contrario, y un largo etcétera al que debe agregarse la genuflexión del gobierno mexicano ante Trump y las consecuencias que este demente ya está provocando en nuestro país.
Si a mucha gente no le parecía importante la expresión neoliberalismo, porque era materia de economistas, ahora ya comienza a entenderse o por lo menos a interpretarse por sus resultados en el grueso de la población. Cuando un ciudadano común lee que ocho empresarios acumulan en sus carteras más riqueza que la mitad de la población del mundo más pobre, unos 3 mil 600 millones de personas (BBC Mundo, 16/01/17), no podrá menos que escandalizarse de la concentración de la riqueza que ha favorecido el neoliberalismo, el peculiar capitalismo de los años recientes. Tiene que ser irritante saber que en tanto cientos de millones de personas son ahora más pobres que en el pasado, ocho sean infinitamente más ricos. Aun aceptando que esos megamillonarios hayan hecho su fortuna haciendo inversiones inteligentes, todos sabemos que sin la protección de algunos gobiernos (propios y ajenos) no la hubieran logrado. En países donde sus gobiernos buscan cerrar las brechas de las desigualdades propias del capitalismo, mediante políticas públicas e impuestos, no existen esos superricos: los ocho son de Estados Unidos, México y España, no de Suecia, Noruega o Islandia, es decir, de países donde la corrupción se ve como lo más normal del mundo y no de aquellos donde la ética empresarial y distributiva son el común denominador incluso de sus derechas.
Para mí es obvio que el gobierno no calculó la magnitud de la oposición a susgasolinazos y electrizazos, pero ahí está y no sólo en los estados más pobres como Chiapas, Oaxaca o Guerrero, sino en los del norte, donde sus habitantes viven mejor (por comparación). Y estas protestas, en más de 25 entidades de la República, han incluido no sólo a trabajadores urbanos y rurales sino a las clases medias e incluso a empresarios que necesariamente tendrían que verse afectados por el encarecimiento de sus insumos y por la reducción del mercado interno afectado también por la inflación y las devaluaciones. No puede decirse, sin que la cara se caiga de vergüenza, que estas medidas son necesarias para mejorar la educación y la salud, pues la trampa está en quitarle dinero al pueblo y devolvérselo (así, entre comillas) por medios indirectos administrados por el mismo gobierno que empobrece a esa población. Todo esto, como dirían los del CCE, en medio de una extendida corrupción que, a pesar de la opacidad de la información oficial (que debiera ser transparente), todo mundo conoce aunque sea de oídas.
Me preguntaron en Radio Educación (entrevista) qué podría hacerse para atender la protesta social que, dicho sea de paso, ha aumentado contra los pronósticos del mismo gobierno, y sólo se me ocurrió una respuesta: que el gobierno no le siga dando la espalda al pueblo, a los gobernados, que en buena ley asuma aunque sea un ápice de humildad y que se retracte de sus dictados antipopulares. Recursos hay o se pueden obtener de donde haya, pero que se administren con honradez en lugar de echarle más leña a la hoguera. No soy economista y, por lo mismo, no tengo soluciones a los grandes problemas económicos del país, pero hay teóricos que tendrían recomendaciones que han dado buenos resultados en otros países: estoy pensando en Amartya Sen, Bernardo Kliksberg, Joseph Stiglitz, entre otros más que tendrían sin duda propuestas muy atendibles y diferentes a las del gobierno de Peña Nieto. ¿Ya hablaron con ellos? ¿Ya los invitó Videgaray con el mismo interés con el que invitó a Trump? Claro que no, les agriarían la fiesta.

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