sábado, 12 de marzo de 2011

Desfiladero


Calderón vs Salmerón: historia de un grafiti, una pared y una censura

Jaime Avilés

Hoy se inaugura en Bellas Artes Crisisss: América Latina. Arte y Confrontación. 1910-2010, muestra preparada por el especialista cubano Gerardo Mosquera, fundador de la bienal de La Habana y curador de múltiples exposiciones internacionales. A pesar de su título, el trabajo nacerá oscurecido por las sombras del veto, la censura y el compadrazgo, que le darán un valor adicional, pues reflejarán con involuntaria elocuencia el clima de opresión que hay en México.

¿Veto? Pese a que Mosquera la invitó a exhibir sus piezas relacionadas con la guerra de Felipe Calderón de la Parca, desde que las vio en la pasada bienal de Venecia, la mexicana Teresa Margolles decidió retirarlas cuando le hicieron saber que no le gustaban a la familia que vive gratis en Los Pinos. Su obra, acerca de la violencia que nos desangra, pone de manifiesto que “hay una generación entera, sobre todo en el norte del país, que está muriendo”.

¿Censura? Otro artista que Mosquera descubrió en Venecia e invitó a Bellas Artes es el nicaragüense Ernesto Salmerón, joven talento que irrita e incomoda al régimen de Daniel Ortega. El 19 de julio de 2004, día en que cumplió 25 años el triunfo de la revolución que nada revolucionó, Salmerón expuso en las calles de Managua, como carteles, una serie de fotos que había tomado, cuatro años atrás, a sobrevivientes de aquel proceso histórico –mutilados, drogadictos, indigentes, miserables, niños famélicos– para denunciar la gran estafa social del sandinismo.

Ante el alboroto que suscitaron sus imágenes entre los paseantes, la prensa oficialista y los grupos de choque del régimen por poco lo linchan. Esta respuesta lo animó a ir más lejos. En 2006, en la ciudad nicaragüense de Granada, Salmerón halló un grafiti del tiempo de la dictadura somocista, que delínea el sombrero, la cabeza y los hombros del general César Augusto Sandino. La pinta estaba en un barrio popular, detrás de una madera que decía: “Reparamos bicicletas”.

Con ayuda de un arquitecto y dos maestros albañiles, recortó el muro que alojaba el grafiti –una pieza de dos toneladas de piedra y adobe– y la ensambló en un marco de acero. Acto seguido, la trasladó al antiguo Palacio Nacional de Managua y, cubierto con un pasamontañas rojo, y “armado” con una cámara de video, tomó simbólicamente el edificio para evocar la hazaña guerrillera que, en 1976, protagonizó Edén Pastora, el Comandante cero, del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

La parodia obtuvo tal éxito que Salmerón fue invitado a la bienal centroamericana que ese mismo año de 2006 se celebró en San Salvador. Para llevar a esa ciudad la imagen de Sandino estampada en el trozo de muro, alquiló un viejo camión de carga, que en 1983 donó a Nicaragua el gobierno de la República Democrática Alemana. Y la pieza no sólo resultó ganadora, sino que fue convocada a la bienal de Venecia que se efectuó en 2007.

Salmerón compró entonces el camión alemán, y lo mandó por barco a Italia, unido indisolublemente al muro de piedra y a Sandino. Por su parte, viajó a Venecia en compañía de su novia y de dos cuidacoches del mercado Huembes, de Managua: un compa (sandinista) y un contra (revolucionario). El artista quería documentar cómo convivían, en torno del camión y de la piedra, dos indigentes que habían sido enemigos. Y su proyecto alcanzó el clímax cuando, tras una larga borrachera en Venecia, el compa, al que le faltaba un brazo, cargó como fardo al contra hasta su hotel. Y al día siguiente, crudísimo, el contra durmió en una hamaca colgada del camión alemán, a la vista de todo el público veneciano.

Apoyados por las fotos expuestas en 2004 y por videos que comparan la censura televisiva de la época de Somoza con la que ahora impone Daniel Ortega, el camión y la piedra (y el grafiti, que demuestra la manipulación ideológica de la figura de Sandino) no sólo fueron premiados en Venecia, sino que los compró la galería Tate Modern, de Londres, a la cual pertenecen actualmente. Gracias a estos antecedentes, Gerardo Mosquera invitó a Salmerón a presentar su obra, a partir de hoy, en Bellas Artes. Sin embargo...

¿Compadrazgo?

El pasado 15 de febrero, en el contexto del escándalo que desató la manta de Gerardo Fernández Noroña en la Cámara de Diputados, el vicepresidente de Nicaragua, Jaime Morales Carazo, “sin que nadie le preguntara al respecto” –relata la crónica firmada por Karina Avilés en La Jornada del 16/02/11–, dijo a los periodistas, después de suscribir un convenio entre su país y el Conacyt, que era “falso” el supuesto alcoholismo de Calderón, a quien elogió por ser (sic) “una persona de enorme capacidad, de gran patriotismo, de una entrega al trabajo admirable, y un caballero de un comportamiento muy recto, honorable y respetable”.

Morales Carazo era un acaudalado banquero del primer círculo de Somoza cuando en julio de 1979 el dictador huyó del país, y él se refugió en Miami. En aquellos días, Daniel Ortega y su temible esposa, Rosario Murillo, vivían en un hotel de Managua, pero andaban en busca de una casa a la altura de sus antojos, entre aquellas que los rebeldes habían confiscado a los somocistas. Cosas de la vida, encontraron la de Morales Carazo y la ocuparon enseguida. Luego se la “comprarían” en mil 600 dólares.

El ex banquero, por su parte, se sumó a las fuerzas contrarrevolucionarias creadas por el gobierno de Ronald Reagan para derrocar a los sandinistas. Aunque vivía en Miami, solía decir que pasó seis años “como guerrillero” en Honduras. Y cuando la guerra terminó, en 1989, firmó a nombre de la contra los tratados de paz con Humberto Ortega, jefe del Ejército Sandinista. Su reconciliación fue tan profunda que el 10 de enero de 2007 asumió la vicepresidencia de Nicaragua como compañero de fórmula de Daniel, tras unas elecciones tan fraudulentas como las de 2006 en México.

Ocupado hoy por hoy en denunciar la alianza entre ex somocistas y ex sandinistas –la versión nicaragüense del matrimonio PAN-PRD–, Salmerón desarrolla un nuevo proyecto, denominado “guerra colorida”, que no es, dice, sino una “problematización del color, para evidenciar el cambio repentino de una identidad revolucionaria que pasa del rojo y negro, del Frente Sandinista, al rosa y amarillo, del Partido Sandinista”, y que el artista expresa pintando, precisamente, de rosa y amarillo, todos los espacios públicos que puede.

Invitado oficialmente por Bellas Artes, que pidió permiso a la Tate Modern de Londres para traer a México el camión alemán con el muro y el grafiti, Salmerón se fue de espaldas cuando el pasado 28 de febrero llegó a la oficina de Itzel Vargas, directora del museo del palacio, y supo que su obra no sería exhibida ahí, sino en el X-Teresa. Su desconcierto aumentó cuando ahí le dijeron que tampoco podría presentarla. Hasta la fecha, Bellas Artes no le ha brindado el alojamiento, la comida y los pasajes aéreos que le prometió al convocarlo, y ayer, en una entrevista con la gran Merry MacMasters, Itzel Vargas aseguró que el camión está desde el día 7 en Veracruz, “pero no ha podido salir del puerto por el mal tiempo”.

Esta explicación es esquizofrénica. La temperatura promedio en Veracruz ha sido de 26 grados centígrados desde el 7 de marzo a la fecha. ¿La censura en contra de Ernesto Salmerón y su trabajo se hizo a petición de la embajada nicaragüense? ¿Bellas Artes acató una orden de la canciller Patricia Espinosa? ¿Quién dice que no hay una política exterior mexicana de altos vuelos? Con razón, a las fiestas del bicentenario no vino ni la princesa Letizia...

jamastu@gmail.com

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