sábado, 15 de octubre de 2011

Rescate de una joya


Bernardo Bátiz V

Hay en los recientes gobiernos de izquierda de la ciudad de México, en claro contraste con los inmediatos anteriores, una intención de rescatar el Centro. Se empezó con las calles al poniente del Zócalo: Madero, la antigua Plateros, que ahora es peatonal; Cinco de Mayo, Tacuba y las transversales Bolívar, Isabel la Católica y Cinco de Febrero. Hoy el esfuerzo se trasladó hacia el sur: Regina, San Jerónimo, y hacia el poniente, con más dificultad, Corregidora y Moneda principalmente.

Dentro de este esfuerzo cabe poner en la mira de las reivindicaciones urbanas una joya que se encuentra ahora medio abandonada y que debe ser rehabilitada a fondo. Es lo que resta, en la esquina de Isabel la Católica y Uruguay, del convento e iglesia de San Agustín, construcción religiosa de alto valor arquitectónico, ejemplo de la época de esplendor del virreinato, que a través de su agitada historia, ha pasado por buenas y por malas.

Cuando los monjes de la orden de San Agustín, como otros clérigos, fueron exclaustrados con motivo de las Leyes de Reforma, el convento quedó en el abandono y fue usado para diversos fines: almacén y cuartel y tuvo mala suerte en la invasión estadunidense de 1847, se instalaron tropas de los invasores y se perdieron entonces tesoros artísticos y bibliográficos.

Luis González Obregón dice que con trabajos se salvaron lienzos de Miguel Cabrera y archivos históricos interesantes a “la soldadesca yankee”. La famosa e inigualable sillería del coro, dos hileras de bancos tallados magistralmente con escenas de la Biblia, se rescató en parte y lo que pudo salvarse se admira en el salón del Colegio de San Ildefonso, conocido popularmente como El Generalito, pues ahí se reunía el capítulo general de los jesuitas.

Después de algunas vicisitudes, la iglesia fue rescata para un mejor fin, cuando en 1929 y todavía bajo el impulso de José Vasconcelos, se abrían bibliotecas y promovían cultura y lectura, se destinó al cuidado de la Universidad de México, como sede de la Biblioteca Nacional. Eso salvó el edificio, que fue restaurado, con alguna deficiencia, pero algo es algo.

Valió el cambio de destino y fue también cuando en el jardín se colocó la estatua hermosa, en mármol blanco, de Alejandro de Humboldt que aún es admirada por algunos de los muchos que transitan por ahí.

Toca ahora, en el esfuerzo loable de reivindicar la parte vieja, pero muy viva de la ciudad, al Gobierno del Distrito Federal y a la UNAM ocuparse de este templo abandonado desde hace décadas, a partir de que los libros, documentos y manuscritos que guardaba, se trasladaron a la Biblioteca Central de CU.

Entre lo que debe restaurarse y conservarse, están la fachada monumental y la nave principal, útil por su amplitud y señorío, para centro cultural, exposiciones artísticas, conferencias, venta de libros y otras parecidas; un centro de extensión universitaria con acceso al público no estaría mal.

Desde luego, la escultura de Humboldt, donada por el emperador Guillermo II, en honor del viajero, humanista y científico que poco antes de la Independencia cruzó nuestro país haciendo estudios, observaciones y colecciones diversas y también el águila que se encuentra en el corte de lo que sería esquina de la reja.

Los bustos de personajes de la Reforma, en pilastras que rodean el jardín, lo mismo románticos que clásicos, puros, moderados y conservadores, entre los que están Bernardo Couto, Carpio, Pesado y otros, si bien no de gran valor artístico, sí histórico, se han deteriorado con el correr de los años. Dentro, grandes esculturas de filósofos y padres de los primeros siglos del cristianismo, entre las cuales destaca la de Orígenes, teólogo de Alejandría.

Tienen ocasión, el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, que ha mostrado interés en devolver a las calles céntricas su señorío, y José Narro, rector de la UNAM, la universidad más importante del país, de salvar todo esto, para bien de la ciudad y de sus enterados habitantes.

jusbbv@hotmail.com

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