jueves, 29 de mayo de 2014

San Bartolo Ameyalco

Octavio Rodríguez Araujo
C
asi todos los pueblos en México con nombres de santos y apellidos indígenas son supuestamente originarios. Pero no es exacto, pues muchos de ellos no existían antes de que llegaran los españoles a conquistarnos. En algunos, los curas conquistadores hicieron hospitales y/o templos religiosos y les pusieron un nombre, luego llegaron habitantes de otros lugares o los que ahí vivían y les pusieron, respetando la nomenclatura hispana, añadidos en náhuatl u otras lenguas indígenas. Es el caso de San Bartolo Ameyalco, y pegado a éste el de Santa Rosa Xochiac. Sus pobladores en la actualidad son en su mayoría mestizos, tanto o igual que yo y, desde luego, no practican religiones prehispánicas ni necesariamente hablan lenguas antiguas.
Las migraciones en el Distrito Federal, sobre todo las de los años 50 y 60 del siglo pasado, fueron las que hicieron crecer esos pueblos dizque originarios que, repito, lo son tanto como la Virgen de Guadalupe y decenas de santos que trajo a estas tierras la religión católica. Si aceptamos que el principal grupo étnico en el DF está compuestos por nahuas, es pertinente señalar que otros llegaron a asentarse en la ciudad de México: mixtecos, otomíes, zapotecos, mazahuas y hasta mayas. Sin embargo, en total no rebasan uno por ciento de la población y, en su mayoría, no son pueblos originarios sino venidos de otros lugares, es decir, originarios de otros pueblos y de diversas etnias. ¿Son pueblos indígenas o etnias? La diferencia no es un mero ejercicio intelectual: los miembros de una etnia pueden vivir en cualquier parte sin necesidad de formar pueblos, en tanto que los pueblos son centros de población, para el caso indígenas. Aun así, indígenas de qué etnia, es una variable a despejar.
Nuestra Constitución política es ambigua al respecto, ya que dice que los pueblos indígenas son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas. Esta última expresión es ambigua, pues parte de ellas deja a interpretaciones arbitrarias qué proporción de las instituciones sociales, económicas, culturales y políticas vienen de los tiempos de la colonización o de antes. Para el caso del Distrito Federal la relatividad de los pueblos indígenas es todavía más ambigua, ya que la Constitución señala que “el reconocimiento de los pueblos y comunidades indígenas se hará en las constituciones y leyes de las entidades federativas…” El problema es que el DF no tiene constitución propia sino un Estatuto de Gobierno, que en ningún artículo menciona a la población indígena ni a los pueblos originarios, muchos menos sus derechos. Esta ausencia legal podría llevar a pensar que, para el caso, lo que rige es el artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Pero esta es una hipótesis jurídica.
¿Los habitantes de San Bartolo Ameyalco forman un pueblo originario o en el mejor de los casos algunos son descendientes de éste? ¿De qué etnia? ¿Cuál es su lengua y qué tan originaria su cultura? ¿Los que algunos de ellos llaman usos y costumbres son originarios y prehispánicos, o son los usos y costumbres que todos, de alguna manera, tenemos incluso individualmente o compartidos en comunidad?
Como en casi todos los pueblos, el de San Bartolo Ameyalco está dividido, al parecer hasta por barrio. No todos son beneficiarios del manantial ubicado en esa localidad, y los que han carecido del agua de ese origen han tenido que comprar pipas del preciado líquido a costos dictados por el mercado en la ciudad de México. Quienes no han sido beneficiados con agua entubada la solicitaron y cuando finalmente el gobierno inicia las obras correspondientes surge el rumor de que, en realidad, se trata de apropiarse del manantial para llevar agua a la lujosa zona de Santa Fe. No hay ninguna base para ese rumor, pero fue suficiente para alebrestar a una parte de los habitantes del pueblo, supuestamente manejados por los piperos que, según se ha dicho, obtienen más de 6 millones de pesos mensuales por su negocio. ¿Es el manantial de ese pueblo llamado originario o es de la nación? No se ha dicho, pero como quiera que sea no puede ser de particulares, aunque éstos sean habitantes del pueblo. Sin embargo, si unos se beneficiaban del manantial y otros no, esto quiere decir que de alguna manera fue privatizado para exclusivo beneficio de unos pero no de todo el pueblo.
La otra parte del asunto es la intervención de cientos de policías para supuestamente proteger las obras de entubado para llevar agua a los domicilios de quienes carecen de ésta. Sabemos que no es común que la policía tenga que hacer acto de presencia para proteger las obras públicas, y si en esta ocasión fue necesaria es porque había quienes no estaban de acuerdo con la obra. Las noticias indican que los opositores eran minoría y que eventualmente escondían intereses no precisamente populares. Aun así, el operativo policiaco estuvo mal planeado en todos sentidos y las negociaciones con el delegado de Álvaro Obregón fueron mal llevadas, si acaso existieron realmente.
El resultado es que hubo heridos incluso graves, detenidos y una sensación de que en el pueblo, obviamente dividido, no habrá paz en automático a menos que los posibles intereses involucrados sean clara y eficientemente investigados y castigados los responsables. Lo que no presenta duda es que San Bartolo Ameyalco, si bien puede ser un pueblo originario, no se ha comportado de acuerdo con los usos y costumbres que nadie sabe de dónde vienen ni si se corresponden con los que debieron ser al tiempo de la colonización de que habla la Constitución. Ni ahora ni antes, como puede asumirse por lógica, los pueblos originarios han sido o son sinónimo de armonía donde no tienen cabida los intereses de unos sobre otros. Éstos existen por la sencilla razón de que no están ubicados en el país de nunca jamás.

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