miércoles, 22 de julio de 2015

Hegemonía financiera

Luis Linares Zapata
D
espués de un prolongado periodo de desarrollo con igualdades crecientes en las economías avanzadas (1945 a 1972), los financieros neoliberales capturan el poder. Los países en ambos lados del Atlántico ven emerger a partir de la década de los setenta y desde sus mismos núcleos decisorios a toda una camada de dirigentes subyugados por los intereses del gran capital. La nueva derecha estadunidense, apoltronada desde tiempo antes en algunas universidades de prestigio, encuentra, para el triste fin de su época de logros sociales, los necesarios soportes con los republicanos capitaneados por Ronald Reagan. Juntos inauguran el más cruento pasaje de la reciente historia contra los asalariados de su país y el continuado auge en la concentración desmedida de la riqueza en unas cuentas manos. Simultáneamente, Margaret Thatcher emprende, en la Inglaterra decadente, su terca cruzada ideológica contra todo aquello que no fuera consistente con la llamada Única Ruta: el inicio de una feroz embestida para desmantelar el estado de bienestar, destruir los sindicatos y nulificar a la clase trabajadora. Una embestida que llega, reforzada con el resto de la comunidad, hasta estos aciagos días.
La crisis desatada por la avaricia sin control de los centros financieros (2008) se cebó, como plaga medieval, precisamente en aquellos que, sin ocasionarla, se convirtieron en forzados pagadores de sus inmensos saldos. Casi nadie se ha salvado en este enorme naufragio, pero indudablemente han sido las mayorías las que hoy resienten en carne propia las consecuencias más duras y prolongadas de una quiebra fraguada por la irresponsabilidad de los especuladores de las finanzas mundiales. A medida que se avanza en las políticas de austeridad ( austericidio) van apareciendo, ya sin tapujos que valgan, los abrumadores costos sobre el lomo de los trabajadores. Son en verdad las consecuencias del diseño impulsado, con real saña, por las élites (el ahora famoso uno por ciento). El deterioro en los niveles y la calidad de vida de todos los situados hacia abajo de las capas medias de la pirámide económica de cada una de las naciones del orbe parece, así, no tener fin ni justicia alguna.
Para bien del progreso humano poco, muy poco, de este ya prolongado drama pasa desapercibido para la inteligencia y el análisis de un creciente número de estudiosos. Con el rigor imprescindible para enfrentar y dar salida a este tipo de problemas, ya se avizoran los suficientes y prácticos horizontes de posibilidades asequibles. Los distintos pueblos, acicateados por el sufrimiento y las congojas a las que son llevados sin tregua alguna, van tomando conciencia y luchan por organizarse para transitar las rutas que se abren. Los adelantados fueron los sudamericanos: Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil, Venezuela y Uruguay. Juntos y con sus especificidades relativas han encontrado la manera de zafarse de los férreos condicionamientos que la estructura dominante impone por doquier. Organismos multilaterales entran en juego como garantes de esta dominancia. Los secundan los medios de comunicación, casi por completo al servicio del poder financiero. Se apoyan en una cauda de analistas y difusores orgánicos presentados, con bombo, respetos, premios y remuneraciones varias, para facilitar la prédica de sus interesadas recomendaciones, prefabricadas y repetitivas contra de cualquier rebeldía que pueda surgir por aquí y acullá. Nunca les escasean las consignas, prevenciones, catástrofes por llegar y hasta francas amenazas que les adjuntan los poderosos en turno. Desoír las consejas, validadas por centros de estudios, opinión y prospectiva de laureadas academias o gobiernos exitosos se habrá de pagar con sangre.
El caso del despertar europeo, a pesar de su etnocentrismo rampante, presenta pocas variaciones a lo sucedido previamente en Latinoamérica. España inició el desplante de cara (M-15) a un programa de sacrificio impuesto, desde hace varios años, por un gobierno retrógrado (PP), plagado de tramposos y ladrones (casta, los llaman ahora), acicateado por la burocracia comunitaria y su entorno bancario de escala. El núcleo de poder tras todos estos mandatos impositivos y hasta ahora inapelables ya se identifica con nitidez: el Bundesbank alemán y su torvo ministro de Finanzas (Wolfgang Schäuble) son piezas infatigables de la andanada reaccionaria. De esa suerte de personeros e instituciones del medio financiero de alto perfil se desprenden los dictados que escurren hacia los distintos y dóciles gobiernos. Lugar especial ocupa el Banco Central Europeo y toda la burocracia comunitaria asentada en Bruselas. El respaldo inglés (la City londinense) es conspicuo participante en estos menesteres de las altas finanzas, las valuaciones bajo pedido de los mercados, sin olvidar sus continuos eflujos de prestigios bien asentados. Similar eco encuentran en Wall Street, el FMI y el Banco Mundial los objetivos multimedios cercanos a las imperiales oficinas de Washington. Como se ve, con terrible transparencia, una fuerza combinada de gran magnitud que, por si alguna duda cabe, está dispuesta a usar todo su vastísimo arsenal político, comunicacional y hasta militar en contra de los rejegos.
Grecia es por ahora ejemplo de los peligros que corren aquellos que, aunque pertrechados con el decidido y hasta sólido impulso de sus mayorías ciudadanas, desean seguir rutas independientes y propias. Buscar el respaldo democrático y el bienestar de los ciudadanos no es, como se observa en la temerosa Europa de los banqueros, coraza indestructible contra las políticas concentradoras del ingreso y la riqueza del capital hegemónico.

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