martes, 21 de marzo de 2017

Ciudad Perdida


Cargada contra la Constitución
Se les olvida la gente
Miguel Ángel Velázquez
H
ablemos claro: contra la Constitución Política de la Ciudad de México lo que hay, lo que se armó en su contra es, al mejor estilo del PRI, una cargada.
Ya hemos explicado que la mejor señal de que el texto fundacional de esta ciudad caminó por los mejores rumbos son las firmas de quienes la impugnan, que por ningún motivo representan las ideas de avanzada que requiere la capital del país.
Ahora, ya en el colmo, no el Senado, no todos los senadores, sino Pablo Escudero, hombre difícil de recordar si no fuera porque antes de saber su identidad primero se advierte, a quien quiera conocerlo, que se trata del yerno del priísta Manlio Fabio Beltrones, obedece al llamado de la marca y ejecuta.
Todo va por el mismo camino y parece tener como eje a Humberto Castillejos, hoy encargado de los asuntos jurídicos en Los Pinos, quien enderezó la impugnación y quien es un buen amigo del ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación Eduardo Medina Mora, mismo que fungió como su jefe cuando se desempeñó como coordinador de asesores.
Este dato tendría que servir, y según nos dicen ya se empezó a discutir en la Corte para que cualquier intervención de Medina Mora sea invalidada, al considerar la cercana amistad de estos dos personajes.
De cualquier forma, aunque estos asuntos son de la mayor importancia para juzgar con frialdad –y sin intereses que vayan más allá que el beneficio de los habitantes de esta capital– las decisiones de la Asamblea Constituyente, parece que hay un ingrediente que no debe soslayarse, el principal, el objeto de la ley fundamental: la gente, los habitantes de la Ciudad de México.
Qué más se quisiera que fueran los ciudadanos que viven en la metrópoli quienes, indignados, salieran a las calles a defender los derechos que ahora se les quieren conculcar. Pero eso es casi imposible. Pocos, o muy pocos, conocen alguna parte de la Constitución Política de la Ciudad de México. Por alguna razón que desconocemos el texto no se ha difundido como se quisiera.
Hay que recordar que uno de los ejercicios recurrentes del periodismo nacional casi cada año, cuando se aproxima la fecha para celebrar la promulgación de la Carta Magna de 1917, es preguntar a la gente, e incluso a los legisladores, el número de artículos que contiene la Constitución, y casi todos fallan.
Y no, no es preciso eso, no es que fallen, es que desconocen el texto. ¿Cuántas casas o familias tendrán en sus libreros (si existen) algún ejemplar de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos? El dato no existe, pero tampoco una campaña de difusión sobre lo que dice el texto. La gente en todo el país no tiene conciencia clara de las leyes que rigen sus vidas.
Algo así puede suceder con la Carta Magna de la capital. Tal vez contagiados de oscurantismo las autoridades se nieguen a imprimir y difundir la Constitución Política de la Ciudad de México, pero si es así, que nadie se queje de que desde las calles no exista quien defienda, con fundamentos, las reglas del juego en la capital.
Entonces, lo que queda es un acto de plena subversión –ya habrá quien acuse de ello–: publicar y repartir, en cada casa de la ciudad, un ejemplar del documento que busca hacer leyes los derechos de los capitalinos.
De pasadita
Terminó el invierno y ahora la primavera anuncia la guerra por el agua. La crisis de abasto del líquido habrá de sacar de sus casas a mucha gente de la ciudad, que en debida protesta exigirá a las autoridades que solucionen el problema. La respuesta ya la sabemos, pero lo preocupante es que todo esto no sea más que un pretexto, como el que se usó con el petróleo, para privatizar, por fin, la distribución del líquido. ¡Aguas!

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