jueves, 13 de julio de 2017

Consensos, apunte para una discusión

Octavio Rodríguez Araujo
C
onsenso, dice el diccionario, es un acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos. Pero el consenso tiene algunos puntos de fuga y, en la práctica, anula con frecuencia a su contrario: el disenso. Así funciona sobre todo cuando quienes tratan de construir consensos se ponen de acuerdo previamente, a veces en lo oscurito, y pactan en un sentido o en otro, por una persona o por otra, por un programa o por otro y, en consecuencia, termina en un juego que se acerca a la simulación precisamente para anular u ocultar el disenso, la oposición.
Lo anterior no significa que el consenso sea negativo por sí mismo, sólo que puede ser utilizado por los grupos hegemónicos para dar la impresión de que lo acordado no es impuesto sino democrático. Es común que la construcción de consensos se dé en ambientes donde el marco conceptual y de acción haya sido determinado previamente, digamos que por valores sobrentendidos, por ideologías aceptadas por las personas o grupos participantes e incluso por circunstancias coyunturales que desprestigian en automático a quienes puedan disentir inhibiéndolos so pena de verse fuera de contexto o como adversarios de lo tácitamente aceptado por los demás. Esto ocurre con frecuencia en los movimientos sociales y más todavía en los políticos propiamente dichos.
Quienes tienen vocación a expresarse sin darle importancia a lo políticamente correcto (que casi siempre está determinado por quienes tienen hegemonía en un grupo o por liderazgo), corren el riesgo de ser calificados negativamente en los procesos de construcción de consensos (traidores, opositores, desubicados, infiltrados, desestabilizadores, radicales a ultranza de derecha o de izquierda, provocadores, etcétera) y, por lo mismo, aunque ninguna de las descalificaciones sea cierta, se autocensuran, callan o inhiben sus expresiones por prudencia o por temor a quedar fuera del juego. Es decir, se tragan lo que están pensando y ocultan su disenso para no ser estigmatizados y mantenerse en el juego con la esperanza de negociar algo posteriormente para él, ella o su grupo que a simple vista forman minoría o así lo presienten. Y esto es así porque si bien el consenso sugiere la idea de que no es un problema de mayorías y minorías, como lo sería una votación de cualquier tipo, en la realidad, sobre todo cuando hay pactos previos, no es así ya que en la construcción de consensos prevalece el sentimiento de mayoría o la voluntad de un líder (individual o colectivo) o de un grupo hegemónico con o sin pactos previos (normalmente ocultos).
Una de las virtudes de los consensos es que suelen construirse en torno a puntos de menor controversia y se dejan entre corchetes o para otros momentos los puntos más discutibles, los que desunen. Dos ejemplos de este tipo de consensos podrían ser los acuerdos firmados en el Palacio de la Moncloa en la transición española de 1977. Otro ejemplo, más cercano, fue el que se construyó, a iniciativa del EZLN, sobre los temas y preguntas de la Consulta Nacional por la Paz y la Democracia de 1995, aunque vale decir que la redacción final de las preguntas resultó un tanto confusa para muchos. En ambos casos las personas y grupos participantes se cuidaron de expresar libremente sus disensos, que sí los hubo, por lo ya señalado: el riesgo de quedar al margen del cuadro axiológico hegemónico en esos momentos y, por lo tanto, del fin superior que se perseguía.
Sin embargo, la selección de candidatos de un partido por medio de consensos, tiene sus bemoles. La selección de uno excluye a otros y éstos suelen callarse sus objeciones para negociar otra cosa o para ser candidato a otro cargo y no quedar fuera de la competencia. Tratándose de partidos en vía electoral es claro que la hegemonía la tienen unos pero no todos (sería imposible). Por lo mismo, el líder o el grupo hegemónico marca, incluso si hubo acuerdos previos desconocidos por la mayoría, el supuesto consenso que hace de unos, candidatos, y de otros, simples mortales que esperarán con paciencia su oportunidad o que negociarán un cargo en la administración pública si su partido gana. No faltarán quienes, en esas circunstancias y de no ser favorecidos, cambiarán de partido para competir con otro, aliado del anterior o diferente (chapulines, los llaman).
Por las dificultades que encierran los acuerdos por consenso, o por supuestos consensos, es que la forma más transparente y quizá más democrática para establecer puntos de acuerdo, digamos en un frente electoral, o para escoger candidatos, es mediante elecciones internas en cada partido o frente electoral. Es más tardado, sí, y quizá más costoso, pero si un partido o frente quiere ser y parecer democrático, las elecciones internas son lo mejor y no a mano alzada en asambleas sino por medio de votos (secretos). Si incluso en elecciones internas ha habido trampas, como también en consultas de opinión, en la construcción de consensos es todavía más fácil con la desventaja de que éstos son menos convincentes ante la opinión pública o, por lo menos, más discutibles.

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