Pedro Salmerón Sanginés
E
n el sur basta con estirar la mano, decíamos hace 15 días (http://www.jornada.unam.mx/2018/ 02/20/opinion/018a2pol ). ¿De verdad? Podríamos empezar con obviedades que desconocen quienes han sido intoxicados por ideología basura tipo
es pobre el que quiere: explicar, por ejemplo, que el dueño del fruto de la tierra es el dueño de la tierra, no el peón o esclavo; que los frutos del trópico son estacionales; que la base de la alimentación humana (el cereal) no era rentable en el trópico; o que durante el primer capitalismo mexicano (el de la plata en el siglo XVIII) los trópicos mexicanos eran inhabitables por insalubres. Pero vayamos a la riqueza del capitalismo industrial, recordando que los países que no se industrializaron antes de 1850, no pudieron competir con las metrópolis del periodo 1850-1980.
Al iniciar la era industrial, ninguna de las regiones tropicales del orbe tenía los elementos básicos para industrializarse. En esas regiones, a veces tras brutales genocidios, los imperios construyeron economías agrícolas de plantación y montería para abastecerse de productos de lujo o insumos industriales. Hay testimonios devastadores sobre el saqueo, la devastación y el sufrimiento que construyeron pequeñas fortunas entre la oligarquía cipaya y grandes fortunas en las metrópolis imperiales: recordemos La vorágine, La rebelión de los colgados o incluso novelas documentadas de autores a quienes nadie acusaría de veleidades
populistas, como El resplandor de la madera, o El sueño del celta, de aquel que decidió no ser peruano.
Trabajo esclavo. “¿Seres humanos comprados y vendidos como mulas en América? ¡En el siglo XX! Bueno –me dije–, si esto es verdad, tengo que verlo.” Por eso el periodista John K. Turner viajó a México en 1908 y 1909. Y encontró ese trabajo esclavo.
Propaganda, descalificaron y aún hoy descalifican los porfiristas su devastador reportaje, México bárbaro. Quizá por ello, hace un cuarto de siglo Armando Bartra decidió confrontarlo y documentarlo. Y lo que encontró es que si La rebelión de los colgados es un pálido y romántico reflejo de la brutalidad de las monterías (como mostró Jan de Vos en Oro verde); México bárbaro muestra apenas la punta del iceberg de la atrocidad resultante de la economía de plantación. El México bárbaro de Bartra muestra cómo en el sureste de México se construyó una economía extractiva de enclave, cuya condición predadora y rentista devastó los recursos y la sociedad.
Pero el México porfirista, en su carácter de abastecedor de bienes primarios, tenía una doble condición dictada por la geografía: por un lado, se amplía y revitaliza la minería de plata y nace la de minerales industriales (y más tardíamente, la extracción de petróleo). Concentrada en el norte del país, esta minería, básicamente depredadora, tuvo, sin embargo, que promover la existencia de ferrocarriles, hidroeléctricas, trabajo
librecrecientemente especializado, y fomenta el desarrollo tecnológico y la creación de capitales nativos asociados a ese desarrollo.
Del otro lado, en los trópicos y el sureste, carentes de recursos minerales en abundancia (la industria petrolera e hidroeléctrica del sur es muy posterior), se expandió la agricultura tropical de exportación. Plantaciones y monterías, sustentadas en capitales internacionales (a veces latifundistas criollos dependientes por completo del capital internacional para la comercialización, como la simbiosis
casta divina/International Harverest Co).
Bartra analiza cada región y cada producto de este modelo devastador, depredador y esclavista. Y encuentra que en todos lados crea trabajo esclavo o semiesclavo y preserva el tradicional peonaje de las haciendas:
Si la expansión del capital tiende a configurar un sistema mundial construido por un puñado de metrópolis industriales en torno a las cuales giran decenas de países abastecedores de alimentos y materias primas, la economía de plantación es sin duda la expresión más descarnada del colonialismo.
El modelo montería-plantación recibió en México la bendición del gobierno y su ayuda directa mediante la aplicación de las leyes de colonización y terrenos baldíos, y de desamortización de comunidades. Mayormente depredadora, esa agricultura no construyó infraestructura, pero sí llevó casi a su extinción el chicle, el caucho y la caoba. No dejó capitales criollos de significación ni las bases de un impulso capitalista parecido al norteño. Durante un cuarto de siglo más, los vencedores de la Revolución apenas si tocaron esas condiciones sociales, prolongando el atraso de la mitad del país que, de cualquier manera, no era ni podía ser competitivo en la economía industrial.
¿Hay ahí una fatalidad, un determinismo irreductible? No. No en modelos económicos alternativos y ante la aparición de nuevas formas de consumo (o del turismo). Pero eso ya no es materia de este artículo.
Twitter: @HistoriaPedro
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