jueves, 22 de agosto de 2013

Ciudad Perdida

Protesta magisterial
La calle, último reducto
Agoreros de la represión
Miguel Ángel Velázquez
V
aya berrinche que protagonizaron los de siempre. Esos que pretenden hacer creer a quien pueden que el DF es nada más Paseo de la Reforma y que aquí no hay espacios para la protesta.
Definida por sus gobernantes como un espacio de libertades, la ciudad de México es testigo desde hace ya varios días, pero principalmente ayer, de la protesta de los maestros de varias entidades del país contra la posibilidad de que diputados y senadores aprueben una ley contraria a sus intereses.
Sí, es verdad, entre los habitantes del DF hay irritación, aun entre los más tolerantes, que se contaminaron con una parte de la información que se comulga casi por todos lados y que acusa a los profesores de vándalos, así nada más, como si los más de 20 mil que estaban en las calles no tuvieran otra razón que conflictuar la vida de los capitalinos.
Los argumentos de esos manifestantes carecían de importancia para los emberrinchados que gritaban, o casi, represión, represión como forma de acabar con la protesta. Hacer un análisis sobre lo perjudicial o no de las leyes que habrían de aprobarse en el Congreso no hallaba espacio; era la condena por la condena misma, la búsqueda del argumento perfecto para liberar, de una vez por todas, la violencia contenida en los desgastados discursos de la democracia.
A nadie se le ocurrió, ni por asomo, plantearse qué tanto de culpa tienen los gobiernos en esto que hoy sucede en el DF. Para ellos, el manto sagrado de la impunidad. A nadie se le ocurrió preguntar a los miembros de las cámaras legislativas qué tanto daño se podría causar a ese gremio a partir de las nuevas leyes. Sólo se quería condenar.
Para muchos fue sorprendente la serenidad con la que el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, respondió a las urgencias de quienes pedían el gas lacrimógeno y el garrote para contener la protesta. Pero aunque al mandatario tampoco le deben de agradar los problemas que causan las manifestaciones, está claro en que el origen de todas esas protestas, o de la mayoría, es la injusticia, y por eso pide, una y otra vez, civilidad en las manifestaciones y ordena tranquilidad en las fuerzas policiacas que resguardan la ciudad.
No se trata aquí de justificar actos violentos de ninguna parte, pero la idea es tratar de comprender qué es lo que impele a los miembros del magisterio a llevar sus protestas hasta límites a veces indefendibles. Las causas del malestar de los profesores deben ventilarse de tal forma que la gente esté consciente del por qué de la presión que buscan ejercer sobre el poder, conflictuando la vida de una ciudad como el Distrito Federal.
Sería bueno, por ejemplo, preguntarse si las iniciativas que están en manos de los legisladores fueron pasadas siquiera por los maestros o es simplemente otro de los caprichos del poder, por lo que sólo quedó la calle como única opción para que los profesores se hicieran escuchar.
Tal vez ahora en las dos cámaras se pueda repensar en que la construcción de cualquier nueva ley no nada más está en sus manos, y que hoy, más que nunca, se debe informar y tener en cuenta la opinión de los posibles afectados, para que no rompan la zonza cotidianidad de los defeños.
De pasadita
Parece que el jefe delegacional de Cuauhtémoc sigue sin hacer nada para recomponer el proceso de destrucción que se observa en las colonias de la demarcación. Como que hace algo por aquí, como que hace algo por allá, y las cosas en la demarcación cada vez están peores. ¿Qué mal le picó a este funcionario?

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