miércoles, 25 de noviembre de 2020

Ruta natural


M

uchas palabras, enojos y reproches han poblado el ámbito público en pos de cambios en la ruta fijada en distintos ámbitos por el gobierno. Pocos de los solicitantes se afanan por insistir en la dirección marcada por el voto popular. La respuesta, con ánimos hasta festivos, sigue fiel al propósito de sanear los canales decisorios, harto anegados por torcidas ilegalidades y violencias. A dos años del inicio en busca de la transformación del régimen concentrador, es tiempo de afirmar la crítica de los hechos partiendo de entender lo que sucede.

Una prevención salta de inmediato: no emprender –sólo en parte mínima– las evaluaciones frente a un pasado que no tiene capacidad alguna de servir de espejo. Recaer en patrones y prácticas muy en boga dentro del modelo pasado es arrinconarse en la incomprensión del presente. Volver de manera hasta compulsiva a enfocar los sucesos y las políticas actuales, desde las valoraciones ya rechazadas de manera masiva, se torna necedad y tontería. Afirmar, por ejemplo, que el gobierno desafía reglas de la naturaleza es usar este vasto fenómeno en torpe apoyo de muy particulares y limitadas visiones. O alegar que el sendero escogido es reconstruir una era que quedó atrás para menospreciar la actual manera de gobernar sólo huele a necia artimaña. Utilizar segmentos de la historia para asegurar que ahora se retorna al pasado es, simplemente, no apresar lo que acontece. Tales acusaciones no hacen más que retomar alegatos que han sido insistentemente predicados sin sustento y fincados en la repetición. Al acusar al Presidente de reconstruir un terruño nostálgico sólo pone, en ciertas críticas, un basamento endeble, si no es que falso. Recalar, una y otra vez, en el supuesto de los afanes de control y el dogmatismo, como fluido de los cambios llevados a cabo, se recae en redundante miseria argumental. Afirmar que AMLO desprecia la educación, rechaza al mundo productivo del siglo XXI (digital), empobrece al país es exagerar inconsistentes versiones sin fundamento.

Nada que se desprenda de las decisiones y actos de Estado puede encapsularse en la simple nostalgia y, menos aún, en el resentimiento. Lo que hay es una voracidad por cumplir el mandato y ser consecuente con lo prometido. Asunto muy distinto a voltear hacia atrás sino rellenar, con hechos, lo añorado. Dar vigencia a lo que desea el ánimo reivindicador.

Dice bien Elisur Arteaga en su artículo de Proceso: Presidente, no le haga caso a los opinadores de todo y por todo. Finque sus motivos y decisiones en información sólida y el consejo de asesores útiles. Esto en referencia al asunto, tan traído y llevado, de la espera al reconocimiento de Joe Biden como triunfador electoral. El escándalo armado, por la cátedra afín al pasado concentrador, lleva el mismo inicuo destino que la pasada y alarmista condena de la visita presidencial a la Casa Blanca. Aparecieron por doquier y en nutridos tropeles, los conocedores a profundidad de la vida política, del alma estadunidense y las sañas revanchistas de los políticos del partido demócrata.

Hay críticos como Elizondo Mayer-Serra que no pierde oportunidad de sacar a relucir sus altas razones críticas ante cualquier acto de gobierno. Trátese de volar en helicóptero y no mojarse o de cerrar compuerta crucial e inundar lugares diferentes. Una opción por demás dura y dolorosa adoptada por el Presidente. Este crítico le exige haber considerado el costo-beneficio y sus alternos planes de rescate a los afectados. Simplemente AMLO no anticipó los problemas derivados, asegura este ubicuo observador, que bien ha capitalizado sus (celebradas) ideas y trabajos. Sentirse dios, sentimiento aplicado al Presidente, es un predicado tan tonto como lo de evitar enlodarse para restar efecto a la visita presidencial. Los planes para enfrentar las recurrentes inundaciones han sido elaborados a posteriori pero, sin duda, se llevarán a profundidad. Muy diferente al olvidadizo pasado neoliberal, donde, por cierto, colaboró este investigador.

En el centro de lo que puede entenderse como estrategia económica, hay todo un complejo de razonamientos y acciones oficiales. Temas que han sido amplia y constantemente puestos en la picota negacionista por el conservadurismo. El mantenimiento de los equilibrios macro no son neoliberales, más bien deben colocarse como de eficacia operativa para seguridad y estabilidad en las decisiones. Logros que reconocen hasta los santuarios que tanto visitan los críticos del modelo en desuso. El no recurrir a deuda y atender las urgencias de los desposeídos, canalizando hacia ellos enormes partidas, está dando los resultados esperados. Las previsiones presupuestales, en efecto, se han estampado con precisión y serán utilizadas a su debido tiempo. Sin embargo se siguen buscando –y negando su existencia– partidas (para vacunas) que, sobre todo en salud, serán atendidas con suficiencia y justicia

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