viernes, 13 de mayo de 2011

Pacto ciudadano: una respuesta campesina


Víctor M. Quintana S.

La sociedad mexicana ha sido muy generosa con los movimientos campesinos. Siempre los ha apoyado, pasando por alto limitaciones y divisiones de los campiranos en lucha. Por eso ahora que, desde el Zócalo, Javier Sicilia ha hecho un llamado nacional a un pacto ciudadano por la paz con justicia y dignidad, el Frente Democrático Campesino de Chihuahua manifiesta con convicción y reciprocidad su disposición a trabajar en y por ese pacto.

El FDCCH quiere formar parte de ese grupo amplio de ciudadanas, ciudadanos e instituciones que se definen ahora como “la sociedad civil” y que la integran todas y todos quienes se oponen a la guerra, a la muerte, a la sangre, a la concentración de los poderes económicos, políticos y mediáticos. Porque, más allá de las teorías, lo que ha sido la sociedad civil mexicana la definen las oposiciones sociales y políticas en los diferentes momentos históricos.

En los años 80, la sociedad civil fue todo el conjunto de actores que se opuso al autoritarismo, a la antidemocracia del partido de Estado. El frente se sumó a ellos para demandar la urgente transición a la democracia. Pero después, aunque hubo avances significativos, la democratización política se atoró. Del monopolio de un partido sobre el poder político se pasó al oligopolio de una clase política. Con muy honrosas excepciones, los organismos electorales y de transparencia se convirtieron en botín de los partidos y volvieron costosísimas democracia y rendición de cuentas. Escaparon al control de la gente.

Peor, a pesar de la alternancia, en el país se concentró el poder de quienes dominan la política, la economía y la comunicación. Como si esto fuera poco, mediante la corrupción, la complicidad y la impunidad, facilitada desde todos los órdenes de gobierno, la delincuencia organizada se convirtió en un flagelo más en la vida de las personas. En el medio rural, se fue apoderando del control de las comunidades de maquinaria, de tierra, de ranchos enteros, hasta de muchos jóvenes campesinos. Y la estrategia del gobierno para combatirla ha causado más muertos, más terror, más expropiación de los ya de por sí mermados bienes de las familias campesinas.

Ante todo eso la sociedad civil mexicana se define en este momento por todo este inmenso conjunto de ciudadanas, ciudadanos, grupos sociales, organizaciones que gritan con Sicilia “Estamos hasta la madre” de inseguridad pública, de inseguridad alimentaria, de inseguridad agraria, de inseguridad en el precio de la cosecha, de inseguridad en el presente de los jóvenes, de inseguridad en los recursos naturales.

Por esto, el FDCCH dice sí al llamado a constituir un pacto nacional ciudadano. En total acuerdo con muchas organizaciones insiste en que el pacto debe ser sólo entre ese nosotros amplio que constituyen todos quienes han sido objetos de violencia o de expropiaciones criminales o de Estado.

No es fácil construir este pacto. Además de preservar toda la diversidad ciudadana, organizativa y regional que confluyó en la marcha por la paz, es necesario convencer a participar a los miles que el miedo paraliza. Y el carisma, la fuerza expresiva y simbólica del dolor y la indignación deben traducirse en planes de acciones concretas y exigencias evaluables.

Hay que pensar en lo inmediato, en la urgencia por detener los ríos de sangre y de muerte que devastan la nación. Habría incluso que pensar cómo algunos protocolos e instrumentos de las Naciones Unidas para los casos de guerra pudieran ser útiles aquí.

Mas hay que tener cuidado; la experiencia del FDCCH señala que no deben aceptarse los tiempos gubernamentales para dialogar y negociar. Que la voluntad de diálogo debe manifestarla el gobierno en el cumplimiento de las precondiciones que la sociedad le señale. Que la fuerza de un movimiento puede diluirse en complicadas mesas de trabajo y en la redacción de documentos inacabables. Y que mucho estorba el hacerse bolas con celos de liderazgos, representaciones y protagonismos.

Al mismo tiempo no debe olvidarse el mediano plazo. Son necesarias las destituciones, no tanto las de los genaros, o de los felipes. Se requiere destituir el autoritarismo, la concentración de los poderes y de los saberes. Para eso hay que orientarse ya a la construcción de una nueva república, como dice John Ackerman, como piensan muchos por todos los rumbos de México. El camino inmediato es el pacto ciudadano. Pero teniendo como horizonte un nuevo pacto que refunde la nación desde el poder de la gente, un nuevo pacto constitucional que nos garantice la paz con justicia y dignidad, de poderes distribuidos y de contrapoderes ciudadanos reales.

En mayo de 1911 el pueblo mexicano en armas destituyó la dictadura porfirista en Ciudad Juárez. Cien años después, la sociedad civil en movimiento se da cita en esta misma heroica frontera. De su capacidad de acuerdo, de su conciencia histórica y de su acción conjunta dependerá que sea para el derrocamiento definitivo de las violencias y de los violentos.

Es lo que piensa el Frente Democrático Campesino.

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