Discurso del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador en el CVII Aniversario Luctuoso de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez e inauguración de la Sala ‘Intendencia de la Traición’
2020, Año de Leona Vicario, Benemérita Madre de la Patria
Francisco I. Madero era un político extraordinario, fuera de serie. Tan es así que sus contemporáneos lo tildaban de soñador y no pocos, con vulgaridad, llegaron a decir que estaba loco.
Don Daniel Cosío Villegas sostiene que, inicialmente, Madero no fue tomado en serio. La gente, en general, lo consideraba “un hombre insignificante, y más, desde luego, cuando se puso a desafiar, como el pequeño David, a tan gigantesco Goliat. Es célebre la caricatura del entonces pintor conservador José Clemente Orozco que dibuja a Porfirio como un gigante y a Madero como un pigmeo.
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Además, sigue narrando Cosío Villegas, “todos los antecedentes familiares y personales de Madero tenían que causar la impresión de que era un ser enteramente ajeno a las lides políticas; en consecuencia, tenía que tomársele, no ya como un impreparado e inepto para la política, sino como un hombre que se había metido a ella por una verdadera chifladura, por un desequilibrio mental auténtico, fácil, además de demostrar, pues solamente un loco podía abandonar una vida plácida y holgada para meterse a redentor”.
Hasta sus propios correligionarios lo consideraban poca cosa. En abril de 1910, cuando se elige a Madero como candidato a la presidencia de la República en la Convención del Partido Antirreeleccionista, mientras Roque Estrada califica a Toribio Esquivel Obregón como “el más intelectual, el más observador, el más prestigiado y el de más intensa cultura”, a Madero lo considera como un hombre “…guiado más por las emociones que por las ideas”. Poco después, también de manera peyorativa, el abuelo de Madero, Evaristo, se disculpaba con Porfirio, porque a su nieto Francisco se le había metido en la cabeza involucrarse en la alta política, “aconsejado por los espíritus –pues es espiritista, con lo cual queda dicho todo–, causándonos a todos miles de molestias y contrariedades sin cuento”.
Sin embargo, este personaje, visto de menos y ninguneado, inclusive hasta nuestros días, era poseedor de una trayectoria política excepcional y virtuosa. De joven se formó en la escuela de Altos Estudios Comerciales, en Francia, y en la Universidad de California, en Berkeley. Como lo muestran sus escritos y su correspondencia, tenía buena preparación intelectual y conocimiento en historia de las ideas políticas. En Francia se empapó del pensamiento y la actuación de los revolucionarios de finales del siglo XVIII y de los importantes acontecimientos del siglo XIX y, por otra parte, asimiló y se convirtió en practicante de la corriente espírita que, en ese entonces, era una doctrina de importante valor filosófico. Esto último, aunque fue usado en su contra con extrema simplificación, le sirvió para afianzar sus convicciones, al grado de que, mediante esas prácticas, llegó a la íntima conclusión de que debía arriesgar hasta su vida por la causa de la libertad.
Debe tomarse en cuenta que, por lo general, un luchador social o político que busca transformar una realidad de injusticia y opresión, siempre es movido por ideales y principios, por una doctrina o simplemente por una creencia. Nadie podría hacer algo verdaderamente trascendente por puro pragmatismo, sin poseer alguna de estas virtudes o profesar elevados valores morales o espirituales.
Por eso era imprescindible Madero, ese pequeño burgués, vegetariano, homeópata, abstemio, espiritista, pero lleno de bondad, determinación, aplomo y gran vocación democrática. Se trataba de un hombre a la medida, como lo demandaban las circunstancias; el ser providencial como dirían los místicos; el dirigente que hacía falta, en palabras llanas, para conducir al pueblo y comenzar la obra de transformación.
Al posicionarse como líder indiscutible del movimiento, Madero garantizó que en la primera etapa del proceso revolucionario no hubiera traiciones que frustraran el propósito central de derrocar al régimen. A diferencia de algunos políticos opositores, que no dejaban de insistir en llegar a un acuerdo con Porfirio y no para lograr la transición ordenada que convenía al país sino para sacar provecho personal, es decir, para ocupar cargos públicos, Madero jamás titubeó ni dio muestras de flaqueza, como sucedió con otros dirigentes distinguidos del movimiento antirreeleccionista.
Además, la revolución maderista fue verdaderamente eficaz. En solo seis meses, a partir del 20 de noviembre de 1910, cuando se llamó al pueblo a tomar las armas, se consumó el derrocamiento de Porfirio Díaz. Hubo pérdidas de vidas humanas, “catorce mil hombres muertos en el campo de la revolución”, según estimó Luis Cabrera, en septiembre de 1912. Pero este saldo, por siempre lamentable, resultaría menor al que se registró en las etapas posteriores de mayor violencia. La libertad se había conquistado sin tantos problemas. Los daños a las actividades productivas fueron mínimos; se respetaron la vida y los intereses de los extranjeros, no hubo fuga de capitales ni se debilitó la hacienda pública.
Como dirigente y mandatario, Madero siempre luchó por las libertades que, según sus convicciones, traerían aparejadas la prosperidad y la paz. Es cierto, cometió errores y no supo entender y enfrentar el problema agrario, pero más allá de sus fallas, se adelantó como nadie a su época, fue un visionario genial, un idealista extraordinario, víctima del atraso cívico del país y de la enorme dificultad que entrañaba derrumbar a un régimen tan impenetrable y pervertido como el de Porfirio Díaz para construir una república democrática.
En sus apenas 15 meses y medio de gobierno. El presidente Madero tuvo que enfrentar varias rebeliones armadas y la más artera y beligerante oposición política. Sin embargo, hasta en los momentos de mayor confrontación siempre procuró conducir al país por la senda de la legalidad. Es indudable que Madero se esmeró en hacer valer la división de poderes. Lo mismo puede decirse de su respeto absoluto a las decisiones del Congreso y a la libertad de prensa. Éste fue tan grande que se llegó a considerar “un error político” que no actuara para someter a los poderes y subvencionar, “maicear”, a los periódicos como lo hizo Porifirio Díaz.
Ahora bien, sin lugar a dudas, el mayor aporte de Madero se dio en el terreno de la democracia. En este aspecto no hay precedente en nuestra historia. Nadie como él ha creído con tanta devoción en la democracia y se ha preocupado por hacer realidad ese ideal. Era la más profunda de sus convicciones. Creía con toda sinceridad que, al establecerse una república democrática, México podría resolver sus grandes y graves problemas, y avanzar con libertad y justicia hacia la prosperidad.
Bajo el gobierno de Madero, como casi nunca se ha visto en México, hubo elecciones libres y limpias. Esto, por si fuera poco, se logró en medio de intensas turbulencias políticas y sin el antecedente de una tradición democrática en ningún otro momento de nuestra historia; es decir, quedó de manifiesto, y ese es el principal legado de Madero, en esta materia, que con la sola voluntad del presidente es posible hacer valer el sufragio efectivo y convertir en realidad un sistema de gobierno representativo, popular y verdaderamente democrático. Por eso Madero ha sido único, ¿o acaso sabemos de otro presidente en la historia de México que haya escrito a los gobernadores para recomendarles que se abstuvieran de manipular el voto y que garantizaran con equidad la libre decisión de los ciudadanos?
La caída del gobierno del presidente Madero, producto de una gran traición, y su dolorosísimo asesinato, configuran uno de los episodios más abominables de la historia de nuestro país.
Los combates entre los atrincherados en la Ciudadela y las pocas fuerzas leales a Madero se prolongaron varios días, causando muertes y destrozos en la zona del centro de la Ciudad de México.
Abro un paréntesis para adherirme a los estudiosos que no aceptan con argumentos y por rigor histórico llamar a los quince días de asomada y traición, Decena Trágica. Continúo: En términos militares no había posibilidad de derrotar a los sublevados. Madero estaba prácticamente solo. A muchos mexicanos les importaba poco la democracia. Madero había actuado con rectitud y congruencia en el terreno del respeto a las libertades, pero no había logrado hacerse de una base social para sostener su proyecto democrático y enfrentar la reacción conservadora. Como hemos apuntado antes, la única posibilidad de éxito, no sin grandes dificultades, consistía en emparejar el propósito democrático con la impartición de justicia, y ello exigía atender de inmediato la demanda de la tierra enarbolada por los campesinos, con lo cual Madero habría contado con la lealtad y apoyo de la fuerza social más numerosa del país para respaldar a su gobierno. Como esto lamentablemente no fue posible, el proyecto quedó cojo, en el aire, desprotegido y vulnerable ante la permanente embestida de los oligarcas.
El 18 de febrero de 1913, soldados golpistas al mando del teniente coronel Teodoro Jiménez Riveroll, irrumpen en una reunión, aquí, en Palacio Nacional, donde se encontraba el presidente Madero. Como Riveroll quiere tomarlo del brazo, Madero le da una bofetada y el capitán Gustavo Garmendia dispara y mata al insurrecto diciendo: “Al presidente nadie lo toca”. Otro golpista, el mayor Pedro Izquierdo, y el maderista Marcos Hernández, hermano del secretario de Gobernación, Rafael Hernández, mueren en ese episodio. Madero todavía sale al balcón a arengar a los rurales y baja con otras personas por el elevador hasta este patio, donde estaba el cuerpo de guardias para gritar que había sido traicionado. Allí, soldados encabezados por el general Blanquet, lo toman prisionero y lo conducen, primero, a la comandancia y, posteriormente, Huerta ordena que al general Felipe Ángeles, también aprehendido ya, lo encierren junto al presidente y al vicepresidente, aquí, en la intendencia del Palacio.
El 21 de febrero, por la mañana, el vicepresidente José María Pino Suárez le expresa su parecer al embajador de Cuba, Manuel Márquez Sterling, que había pasado la noche con los detenidos; en forma profética el caballero de la lealtad, le dice: Yo no creo, como el señor Madero, que el pueblo derroque a los traidores para rescatar a su legítimo mandatario. Lo que el pueblo no consentirá es que nos fusilen. Carece de la educación cívica necesaria para lo primero. Le sobra coraje y pujanza para lo segundo…”.
Ese mismo día, Madero es visitado por su madre, a quien de rodillas le pide perdón por el linchamiento de su hermano Gustavo. En contraste, Huerta no para de festejar y recibir comisiones que venían a Palacio a felicitarlo. El cuerpo diplomático le ofrece una comida y el embajador de Estados Unidos en el discurso protocolario, expresa: “Nos hemos reunido aquí para presentar a Vuestra Excelencia nuestras sinceras felicitaciones… no dudando que … Vuestra Excelencia dedicará todos sus esfuerzos, su patriotismo y conocimientos, al servicio de la nación”. Al terminar, levanta su copa y brinda por Huerta.
En medio de una gran euforia se empieza decidir el destino de los prisioneros y como era predecible se opta por el asesinato. El plan lo avalan los ministros de Gobernación, Justicia y Hacienda, García Granados, Rodolfo Reyes y Toribio, Esquivel Obregón, este ultimo correligionario de Madero en la lucha contra la dictadura. Sin embargo, son los militares porfiristas, los encargados de ejecutarlo. Es decir, el propio Huerta y sus compañeros de armas, Blanquet, Mondragón y Félix Díaz. Ellos se encargan de escoger al autor material del crimen, y la decisión recae en el mayor de rurales, Francisco Cárdenas, quien se había destacado combatiendo a magonistas en el sur de Veracruz y a zapatistas en el Estado de México.
El sicario pidió que la orden se la diera directamente Huerta, por lo que fue conducido ante él, con quien cerró el trato y compartió una copa de coñac.
El 22 de febrero, por la noche, luego de cuatro días de cautiverio en la intendencia del Palacio, Madero y Pino Suárez son despertados para ser trasladados a la penitenciaría, se visten apresuradamente y se despiden de Ángeles, con un “adiós mi general”. Madero, Cárdenas y el cabo segundo de rurales Francisco Ugalde, suben al automóvil marca ‘Protos’ conducido por un tal Romero; y Pino Suárez, el mayor de artillería, Agustín Figueras y el cabo de rurales, Rafael Pimienta, al ‘Packard’ propiedad de Ricardo Hoyos”. Al llegar a la esquina oriente de Lecumberri, Cárdenas le ordena a Madero que baje del auto y, allí, le dispara dos tiros en la nuca en tanto que Figueroa y Pimienta, tomando la detonación como señal, acribillan al licenciado Pino Suárez.
De esta manera infame perdían la vida dos hombres buenos que habían soñado con hacer realidad la democracia en México. Se había restaurado el Porfiriato en su versión más repugnante, sin “el cuidado de las formas”, pero con el mismo criterio del dictador; según el cual, el poder solo se alcanza y se conserva por la fuerza, una doctrina que harían suya y seguirían aplicando algunos presidentes posrevolucionarios.
Por eso la trascendencia de nuestro triunfo en la elección del primero de julio del 2018. Quedó demostrado que el poder dimana del pueblo y solo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás.
Concluyo exponiendo que el gobierno actual ha retomado los ideales democráticos de Madero, con el agregado de poner el mismo énfasis en el bienestar del pueblo, no solo por humanismo sino, también, para afianzar los cambios con el respaldo de la gente, evitar retrocesos y resistir ante cualquier reacción conservadora.
No podemos soslayar la bella y, al mismo tiempo, dolorosa lección del maderismo. Recordemos: democracia sí, pero justicia social también.
Madero es mártir y héroe, místico y hombre de acción. Maestro y enseñanza.
Estamos obligados a no olvidarlo jamás. Por eso celebro que este día estamos inaugurando su memorial en la rebautizada Intendencia de la Traición. Donde permaneció prisionero con el leal vicepresidente José María Pino Suárez y con el general Felipe Ángeles. Tres glorias de México. Tres gigantes de nuestra historia patria.
Sala Intendencia de la Traición, Palacio Nacional, 23 de febrero de 2020
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