urante los meses pandémicos la crítica opositora insistió en recomendar el crédito para aliviar la difícil situación de las empresas. El objetivo era suavizar el efecto causado, tanto en el empleo como en la sobrevivencia de la planta productiva. Parar la economía de sopetón equivalía, según pronósticos alarmantes, bordear un barranco sin fin. Y, en efecto, la caída durante el año pasado fue terrible: menos 8.5 por ciento del PIB. Se perdieron millones de empleos entre los formales y los informales.
La postura del gobierno, en cambio, fue clara y enérgica: no se recurriría a crédito alguno. Las medidas para corregir dispendios, atracos, desviaciones y mala administración de la hacienda pública responderían adecuadamente. Al fisco (SAT) se le ordenó entrar también al quite. La condena de la cátedra, en cambio, fue dramática. Los gritos y lamentos por la tragedia en puerta fue intensa y generalizada.
Un año después se entrevén escenarios bastante preocupantes. A medida que los intereses comienzan su ruta de aumento, se dibujan negros panoramas para los que asintieron a pedir prestado. Las enormes deudas contratadas por muchos países (no pocas sobrepasan a su respectivo PIB) padecerán innumerables castigos. Los ajustes que seguirán a continuación, de seguro, nulificarán los beneficios que se programaron con los recursos obtenidos.
El hecho comprobado del austero y responsable manejo de las finanzas públicas mexicanas se hace entonces vigente. Poco a poco, durante los primeros meses de este año, se han ido recuperando muchos de los empleos perdidos. Se espera que en el transcurso de los meses venideros se igualen los números con los registrados antes del ataque del nefasto virus. Por lo pronto, la economía se recupera a paso acelerado. Se espera –según varias predicciones– lograr un crecimiento anual de 5.5 por ciento del PIB para este año ya en curso.
Las finanzas nacionales se han conservado dentro de índices y montos por demás aceptables. Se ha podido cumplimentar las promesas de campaña al tiempo que se hace frente a la pandemia. Esto implicó el drástico cambio en la aplicación y las prioridades para usar los recursos disponibles. El inmenso caudal disponible se dirigió, desde un inicio, a paliar el golpe que se le daría a la población de escasos recursos al paralizarse la actividad productiva. Hoy, se insiste en difundir injustas críticas que resaltan el aumento de la pobreza en el país. Y, en efecto, este fenómeno sin duda se ceba en los de abajo. Lo que no se reconoce es que, de haber incidido en el endeudamiento para subsidiar empresas y no atender, de inmediato, el perverso efecto de un conjunto de políticas y mecanismos destinados a beneficiar a los sectores de élite, el trancazo sería hoy irreparable.
Asunto similar puede predicarse de aristas económicas y financieras que mucho se usaron para criticar la nueva conducción del país. Llegó a predecirse que se alcanzarían 37 pesos por dólar (Loret de Mola). La inveterada estampida de capitales campeó en los medios de comunicación. La enorme y creciente desconfianza en la consistencia de las políticas públicas pegarían de manera directa y dura en la inversión. Los extranjeros se abstendrían de dirigir sus planes hacia México. Eran, estas premisas y sentimientos, propaladas certezas. Se oían los lamentos por todos lados y con graves acentos adjuntos. Ahora podemos constatar que el peso, con sus altibajos, se ha sostenido en niveles adecuados (incluso menores a 20 pesos por dólar) y la inversión extranjera directa alcanza cifras récord. Es la mayor que se ha registrado durante los últimos 20 años. En este aspecto el silencio de la oposición ha sido sepulcral. Ni un examen crítico se ha oído por ahí. Tampoco las numerosas posiciones, envalentonadas hasta el insulto al Presidente y que anunciaban catástrofes a la altura de los deseos opositores, han merecido retractaciones.
Por si no fuera suficiente, los números que viene presentando el curso de la pandemia apuntan hacia una próxima salida. El mismo proceso de vacunación, sin duda, ha contribuido a la mejoría, tanto en contagios como en muertes. Pero también la manera en que el gobierno enfrentó el enorme desafío tuvo su parte. Por último, la cercanía de las elecciones de medio término habrán de redondear el cuadro. Las piruetas que ya se hacen para pichicatear el mérito de los morenos para sostener su penetración en el imaginario de los electores, es parte de un intento opositor de paliar su derrota. Por lo pronto, el trío de partidos opositores coaligados, haciendo gala de sus miserias, salen al escenario para mostrar lo único que tienen: sus estériles rencores al Presidente.
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