miércoles, 12 de mayo de 2021

Derrumbre y salida


L

a pandemia que oscureció el presente del mundo cayó con fiereza sobre un gobierno de novedoso cuño y con arrestos transformadores. Las limitantes impuestas por esta indeseada realidad son considerables. Aun bajo este escenario de privaciones, se incluye uno de los peores colapsos registrados (PIB –8.2), se ha resistido. A duras penas se preservaron las tesis sustantivas que motivaron la rebelión electoral y que dieron el triunfo a los morenos en 2018. Se ha obligado a recortes en aspiraciones y a la búsqueda de recursos que le permitan seguir adelante. En lo principal se ha podido contar con palancas suficientes para no afectar aquello que forma el corazón de lo prometido. Muy a pesar de las presiones que, desde un inicio, ensayan los opositores al nuevo proyecto, se les ha plantado dura cara y, sin dudar, se ha levantado el andamiaje para tirar adelante. Y, sin desmayo, se ha persistido en la ruta trazada y se trabaja a marchas forzadas en su consolidación.

Las afectaciones en bienestar no se han hecho esperar y tocan, principalmente, a los habitantes de la base piramidal, a los de abajo. Precisamente al inmenso grupo de ciudadanos para los que se habían diseñado estrategias de auxilio y salida. No obstante, el cambio radical de prioridades para la atención de marginados y pobres –es decir, la gran mayoría– las cuentas de resultados no son todavía las deseadas. Pero han formado el dique que ha impedido el desborde de enojos, pasiones y males. La República ha soportado, con amplio apoyo al gobierno, los drásticos cambios efectuados. Saben que, a diferencia del pasado, de lo poco que hay, les está tocando la mayor parte. Y, contra vientos y adversidades, se ha podido asentar el basamento que permitirá, no sólo superar la pandemia, sino también sus graves e injustas consecuencias. Faltan uno o dos años para llegar a otra orilla. Pero, si volteamos a ver lo pasado, se verá, si se enfoca con buenos ojos, lo mucho que se ha avanzado.

Es claro que para una porción específica de la sociedad no se reconocen los logros y cambios con la vista puesta en el bienestar compartido. Se niegan todos los pasos dados y se llega a predecir, hasta con desfachatez rampante, cotidianas catástrofes inminentes. Para estas personas, el gobierno, no sólo es autoritario e improvisado, sino que actúa impelido por caprichos, torpezas y malas vibras. La crítica siempre se arropa con diversos ­cálculos en inversiones disminuidas y su cauda de derivadas sobre el crecimiento. Las venideras elecciones podrán dictar, con sus votos, derroteros a seguir.

Los infortunios no cesan en los millones de ciudadanos contaminados. Los males estructurales se continúan cebando sobre los mexicanos a pesar de la lucha para, al menos, amortiguar sus consecuencias. Ahí permanece la violencia del crimen organizado sin dar tregua. Los obstáculos al desarrollo justo recuerdan, a cada paso dado, la incrustada e inequitativa distribución de los bienes y la riqueza producida. Los avatares en la ruta cotidiana se presentan con su fiero rostro de muertes y privaciones. La caída de un tramo del Metro en días pasados provocó desgracias múltiples. Nuevamente, los afectados fueron mexicanos que, aun con pocos recursos y varias limitantes, no cejan de construirse un presente al menos soportable. De inmediato se levantaron las voces de numerosos jueces implacables. Proliferaron, con gran soltura, supuesta sapiencia y hasta tonterías, las imaginadas causas del mortal suceso. Se apuntaron, en una lista condenatoria, los nombres de los irredentos culpables al gusto. Sin titubeos, se les señaló, hasta con saña, como responsables de la tragedia.

Hubo, empero, otros que apelan a esperar los resultados de la investigación que, de inmediato se puso en marcha. Las autoridades afirman que actuarán con transparencia absoluta para no agrandar la ya deformada realidad. Muy a pesar de sus grávidas implicaciones, este incidente no puede quedar impreso como un crimen sin explicaciones ni salidas claras. Aquí se demostrará la distinta calidad del nuevo gobierno.

La actualidad no se agota en picotear reos en cadalsos difusivos. El modelo que se persigue no depende de este muy lamentable hecho de sangre y mortificaciones. El tiempo de la República está oscurecido por las cercanas elecciones. Las pasiones, encaramadas sobre masiva propaganda, se han cebado sobre una presidencia que se niega a ser enclaustrada. Menos se presta a obedecer dictados que le exigen recular en su ruta. Los opositores de hoy, sus partidos y actores, ya tuvieron variadas oportunidades de mostrar valentía, eficaz justicia y honradez. Fracasaron en el intento. Se engolosinaron en servirse y no cosecharon lo prometido. Esta hora pertenece a los que quedaron marginados después de años de maltrato. Hay que dejar que prosigan en su empeño ­justiciero.

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