inalmente ocurrió lo esperado. Pero antes hubo trabajo incesante, controvertido y preciso. Nada de lo ocurrido ha surgido por generación espontánea o por los poco delicados trafiques del azar. Lo importante es que ahora los mexicanos tenemos a la vista lo que a unos y otros atrae, rechaza o conviene.
La política ha cristalizado dos frutos de su fecundo quehacer. Los tenemos frente a frente y cualquiera podrá escoger al de su preferencia, al de sus intereses y al de sus esperanzas. Por un lado tenemos al modelo popular, sostenido por los morenos y capitaneado por el presidente Andrés Manuel López Obrador. En la esquina contraria se levanta el opositor, de marcado y tinte conservador, ahora con el respaldo que le dan los cientos de miles de apoyadores recién mostrados a pleno sol (13N). Este modelo todavía no ha sido purificado, pero sus rasgos los han venido delineando al alimón entre el pasado y todo lo que contradice el afán redistributivo y justiciero oficial.
Los adalides del conservadurismo son también bastante conocidos por la gradería. Políticos unos de ellos –los menos– y poco claridosos todavía. Los que más han incidido en las definiciones, aplaudidas por la arena ciudadana, son esos que se mueven, a sus anchas, entre los medios de comunicación y bien puede decirse que los saturan. Forman un aguerrido conjunto de destacados y cotidianos opinadores de cuanto atañe a la vida organizada del país. Pero, en lo central, tocan y retocan lo que dice, hace, niega, combate o sugiere el Presidente. Son los afamados intelectuales de tiempos que flotan entre las glorias de un pasado donde campearon a sus anchas; y los tiempos actuales que, aunque les han sido menos favorables y sí complicados de captar y entender, no se han achicado. Por el contrario, están cada vez más prestos para la batalla que se avecina. El haber marchado a la intemperie de la calle los tonificó.
El hecho sobresaliente del 13N es, precisamente, haber colocado, frente a frente, las opciones por las que se votará en las próximas elecciones. Digo próximas porque las dos gubernaturas en juego –Edomex y Coahuila– también serán terrenos de confrontación y seria disputa. En estas elecciones y las del final y principio siguiente, la disyuntiva que se tendrá a la vista ya está formulada. Por el lado oficial se plantea, con claridad meridiana, la necesaria continuidad del esfuerzo transformador centrado en la atención a los pobres y a las regiones abandonadas.
Se trata de lograr un balance territorial que logre emparejar distancias para mejorar oportunidades. Pero también se trata de dar seguimiento al esfuerzo denodado de atender al que requiere de tal cuidado. Las enormes cifras de recursos invertidos hasta ahora exigen un redoblado trabajo y una prioridad asegurada. Se ha logrado atemperar desigualdades (Inegi) que han sido hasta grotescas y terriblemente injustas. Cierto es que, al no destinar atenciones y medios a otros mejor situados, como se hizo en el pasado, se consiguió ahora esa mejoría. Bien se sabe que quedaron muchos miles de mexicanos que no alcanzaron a salir de la pobreza. Los efectos de la pandemia lo impidió en gran parte. Una mejor canalización de los millonarios apoyos por asentarse harán parte de la tarea pendiente. Lo demás se radicará en el próximo sexenio donde el poder central se piensa obtener para los morenos.
En el contingente opositor, el perfil prevaleciente tiene marcado cariz conservador. No aceptan, los marchistas y sus compañeros de este viaje al futuro, haber sido desplazados de la mirada oficial. El trato recibido lo resienten en carne propia. Nunca, desde la Revolución que los pasó de refilón, habían recibido un trato de segunda mano. Y este sentimiento se manifestó, a las claras, en su masiva marcha. El pretexto de defensa del Instituto Nacional Electoral simplemente actuó como acicate temporal. Las palabras presidenciales pusieron el ácido suficiente para remover sus corajes, ya insertos en carne colectiva y trasmutados en francos odios. Se deben sumar los agudos temores, heredados de épocas de la guerra fría que padecen buena parte de las clases medias. Esa emulsión logró la coalición que estaban esperando sus promotores para dar prueba de que pueden ser una poderosa base de sustentación electoral. Y en ello se concentran ahora todas sus predicciones de un futuro exitoso, triunfante y legitimador.
Solicitar, desde la Presidencia, salir a marchar, en festiva actitud, no se agota en situarse en este frente a frente. Se desea testificar las adhesiones al modelo que privilegia el bienestar de los que, o no han recibido lo que merecen o, no les es suficiente con lo logrado. Tanto una marcha callejera (13N) como la que ocurrirá el 27N tendrán la legitimidad que por sí mimas habrán de reclamar.
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