José Cueli
“Todas las jaurías del rey
amaestradas por el cuerno
del mayoral, van a salir otra vez.
Otra vez, señor arcipreste,
otra vez a perseguir siervos”
amaestradas por el cuerno
del mayoral, van a salir otra vez.
Otra vez, señor arcipreste,
otra vez a perseguir siervos”
León Felipe
H
ay sucesos que por el impacto que ejercen sobre nosotros paralizan nuestra capacidad reflexiva. Impresionan y azoran de tal manera que conducen a experimentar afectos y sensaciones extremos: horror, terror, dolor y odio al transgresor, indefensión y confusión. Al recuperarnos de esa intensidad emocional se instaura la capacidad reflexiva y el juicio crítico.
La célebre Bodas del cielo y el infierno, de Blake, en opinión de Bataille, proponía al hombre que no acabara el horror sino que sustituyera la mirada huidiza por una visión lúcida. Mirada lúcida que no acaba de aparecer y discernir que los asesinatos en Iguala, más parecen ser vistos por una mirada absurda, obtusa, vacía, malévola. Casi una amaurosis en devastador y macabro escenario. No hay luz posible para alumbrar los senderos de la razón, que arrebatada por insaciables impulsos destructivos de victimarios no cesan de sembrar terror y muerte. La razón salida de sus goznes permitiendo a la parte maldita del individuo hacer y deshacer a su voraz antojo con desmedida crueldad.
Las imágenes de las tumbas (pozas), los desaparecidos y los asesinatos perpetrados en Iguala, se presentan en un silencio que habla de violencia brutal, y demanda se haga justicia a estos atroces crímenes que no acaban de esclarecerse. Aparecen como pesadilla o sueño traumático que no permite ni reposo, ni elaboración del contenido traumático. Y es que el límite entre sueño y vigilia; cordura y locura; racionalidad e irracionalidad parece más tenue de lo que solemos creer. Traspuesta la línea, el aterrorizante espejismo se torna real y encontramos la parte maldita de la naturaleza humana.
Jacques Derrida, filósofo francés, alerta sobre el hecho de que en torno de la crueldad hacemos como si supiéramos lo que el concepto quiere decir. Sin embargo, aconseja ir más allá, asignando a la palabra crueldad su progenie latina (crúor, crudus, crudelis)
una tan necesaria historia de la sangre derramada, del crimen de sangre, de los lazos de sangre, o que tomemos la línea de filiación a otras lenguas y otras semánticas (por ejemplo Grausamkeit, que sería la palabra empleada por Freud) en cuyo caso no se asocia al derramamiento de sangre, sino
al deseo de hacer sufrir o hacerse sufrir por sufrir e inclusive al hecho de torturar o matar, de matarse o torturarse torturando o matando por tomar un placer síquico en el mal por el mal, hasta por gozar del mal radical. La crueldad difícil determinar o delimitar.
Derrida parte de la hipótesis siguiente: “Si hay algo irreductible en la vida del ser vivo que llamamos hombre, en el alma, en la psiché (…) y si eso irreductible en la vida del ser animado es la posibilidad de la crueldad (la pulsión, si quieren, del mal por el mal, de un sufrimiento que jugaría a gozar del sufrir, de hacer un sufrir o de hacerse un sufrir, por placer), entonces ningún otro discurso –teológico, metafísico, genético, fisicalista, cognitivista, etcétera– sabría abrirse a esta hipótesis. Todos estarían hechos (con excepción del sicoanálisis) para reducirla, excluirla, privarla de sentido”.
De acuerdo con Derrida, el único discurso que podría hoy reivindicar el tema de la crueldad síquica como propio sería el sicoanálisis. No sería el único lenguaje, ni el único tratamiento posible, pero sería;
el nombre de eso que, sin coartada teológica ni de ora clase, podría volcarse hacia lo que la crueldad síquica tendría de más propio.
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