‘‘El gobierno ya sabe dónde están, pero no sabe cómo darlo a conocer’’, aseguran
Manifestación en Tixtla para apoyar la aparición con vida de los 43 jóvenes normalistas Foto Reuters
Arturo Cano
Enviado
Periódico La Jornada
Lunes 20 de octubre de 2014, p. 5
Lunes 20 de octubre de 2014, p. 5
Ayotzinapa, Gro., 19 de octubre.
Los dos jóvenes piden ser presentados sólo como ‘‘estudiantes de Ayotzinapa’’ aunque, como voceros de la comunidad escolar, tienen la convicción de que sus 43 compañeros desaparecidos son ya pieza de un turbio juego político. No se explican cómo ‘‘estando todos’’ los cuerpos de inteligencia y seguridad del Estado, haya sido imposible localizarlos: ‘‘Ellos (el gobierno) ya saben dónde están, y si están vivos o muertos, pero no saben cómo darlo a conocer’’.
En las acciones que ha emprendido el gobierno, los normalistas ven la intención de reducir la atrocidad de Iguala a un ‘‘asunto del crimen organizado. Al narco no le conviene esto. Ellos (los mafiosos) se matan entre ellos, pero los del gobierno atacan al pueblo directamente’’.
No se espera una respuesta, en realidad, cuando se pregunta a los jóvenes cuáles son sus hipótesis sobre las causas del salvaje ataque contra sus compañeros. No la tienen.
Eso sí, contra una versión muy extendida, dicen que nunca estuvieron cerca de la plaza donde María de los Ángeles Pineda Villa –esposa del alcalde (ahora con licencia y prófugo) y hermana de connotados jefes de la mafia– rendía su segundo informe como presidenta del DIF municipal.
No boicotearon ‘‘la fiesta’’
“Los compañeros nunca fueron a boicotear ese evento. Es más, nos enteramos de que hubo esa fiesta hasta el día siguiente, cuando los medios lo empezaron a mencionar.’’
El gobernador Ángel Aguirre ha calificado de ‘‘hecho atípico’’ que los normalistas hayan viajado a Iguala a botear y a tomar los autobuses que necesitaban para acudir a la marcha del 2 de octubre en la ciudad de México. En entrevista con Carmen Aristegui, Aguirre dijo: ‘‘Se habla de que a la esposa de Abarca le causó malestar la presencia de un grupo de jóvenes en la central de autobuses… Posiblemente ella o su esposo ordenaron a la policía acudir sin protocolo a atacar a los normalistas’’.
Pero ‘‘no es la única vez que hemos ido a Iguala por autobuses’’, responde uno de los jóvenes y explica que lo hicieron ‘‘para no afectar más a la ciudad’’ (Chilpancingo, donde un amplio sector de la población rechaza sus métodos).
Sabedores de esa animadversión, hace unos días recorrieron los alrededores del mercado de la capital guerrerense escobas en mano. ‘‘Los medios no sacan las cosas buenas que hacemos. Sólo se fijan cuando tomamos los camiones; no los robamos, porque se le paga al chofer y se le da de comer. Pero nada dicen cuando los compañeros van a bailar o cuando la rondalla va a cantar’’.
Los familiares de los muchachos desaparecidos están agotados. La mayoría no quiere ya ni hablar con los medios de comunicación. Participan en algún taller que les ofrece la ONG Fundar, rezan, pasan horas bajo la cancha techada, que es el centro de reuniones en la normal, el lugar donde comen, reciben informes, oran y, sobre todo, esperan.
Hoy, una parte se fue a la Basílica de Guadalupe y otra, acompañada por maestros de Oaxaca y Chiapas, caminó por las calles de Tixtla, que hace poco más de un año estaban bajo el agua. A pesar de la lluvia que trae la tormenta Trudy, los normalistas son acompañados por varios cientos de tixtlecos, algo natural, pues buena parte de los alumnos de Ayotzinapa son originarios de esta ciudad ‘‘magisterial por excelencia’’.
La marcha recorre la ciudad, hace una parada en un templo y se dirige a la escuela normal con la gente armada de globos blancos, carteles y gritos: ‘‘¡Aguirre Rivero, te quedó grande Guerrero!’’ y ‘‘¡Cuidado con Guerrero, estado guerrillero!’’ Madres y padres de los desaparecidos no han parado desde el domingo 28 de septiembre, cuando fueron a Iguala a buscar a sus hijos.
‘‘Quesque nos iban cuidando los (policías) estatales, pero desde el principio hubo gente que nos seguía y nos tomaba fotos. Quisimos agarrar a uno, pero fue y se metió al cuartel militar’’, cuenta uno de los jóvenes entrevistados. En esas búsquedas, sigue el joven, los policías estatales ‘‘querían que los padres de familia fueran por delante, y eso era muy peligroso para ellos’’.
Aun así, el viernes 10 de octubre familiares y alumnos pretendieron seguir una pista por cuenta propia, tras recibir informes de que en un templo abandonado de la comunidad de Acaquila, municipio de Huitzuco de los Figueroa, podrían estar los muchachos.
‘‘Supimos que gente en motos llevaba comida a ese cerro, pero no pudimos llegar. Nos acompañaban los comunitarios de la Upoeg, pero sin armas. ¿Qué íbamos a hacer?”
Con un bebé en brazos, el padre de uno de los desaparecidos pide comprensión. ‘‘Tenemos que descansar, no hemos comido’’. Pero aun así, sin preguntas de por medio, comienza a hablar de las detenciones que ha hecho el gobierno de policías, jefes y sicarios del cártel Guerreros Unidos: ‘‘Podrá agarrar millones (de delincuentes), pero el gobierno no soluciona nada’’.
Mientras el padre de familia habla, el guerrerazo (hermano del michoacanazocalderonista) va cobrando forma con la intervención federal extendida a los municipios de Buenavista, Taxco y Arcelia, que se suman a Iguala y Cocula.
‘‘El gobierno encubre, saben quiénes son los que los tienen. Y los otros ahí están, cruzados de brazos, burlándose de nosotros’’, lamenta el hombre mientras acaricia al bebé.
Para los estudiantes, no hay nada ‘‘fortuito’’ en el ataque que sufrieron. ‘‘En verdad no quieren que esta normal siga viva. No la quieren porque es de pobres. Y el gobierno quiere pegar aquí, porque así las demás no opondrían resistencia’’, dice uno. ‘‘Buscan intimidar a los futuros aspirantes’’, completa el otro.
La marcha avanza por unos minutos sobre la carretera Tixtla-Chilpancingo y agarra la desviación que conduce a la normal, un camino lodoso, sin pavimentar. La escuela lleva el nombre de su fundador, pues fue Raúl Isidro Burgos (normalista, pionero de las misiones culturales y poeta) quien en 1931 levantó el edificio alrededor del cual se construyeron los talleres, las aulas, los dormitorios.
‘‘Gobierno y narcotraficantes vienen siendo lo mismo’’
Al fondo, después de pasar los patios donde los normalistas han estacionado vehículos ‘‘expropiados’’ (de reparto de leche y otros productos), están las parcelas, los corrales y las porquerizas. Además de maíz, tienen sembradas flores para el Día de Muertos, cempasúchil y terciopelo. ‘‘¡Pueblo, despierta, la muerte está en tu puerta!’’, ha sido una de las consignas más repetidas.
En el salón pobrísimo donde hablan, los jóvenes estudiantes reconocen la solidaridad que ha despertado la desaparición de sus compañeros. Piden que nadie se canse: ‘‘Donde quiera que estén, les pedimos que hagan una marcha, una protesta, que enciendan una veladora por los compañeros caídos’’.
Con una serenidad que conmueve, uno de ellos termina: ‘‘Si son capaces de sentir el mismo dolor que sentimos, los consideraremos hermanos. Hermanos que comprenden nuestra lucha y que comprenden que, en México, gobierno y narcotraficantes vienen siendo lo mismo’’.
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