lunes, 13 de octubre de 2014

Tras la noche de Iguala, el movimiento va para largo: normalista sobreviviente

Tras la noche de Iguala, el movimiento va para largo: normalista sobreviviente

sáb, 11 oct 2014 21:14
México, DF. Omar García, 25 años, guerrerense, estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa, se pregunta: “¿Y qué va a pasar si dentro de poco, ojalá y no, se confirma que los restos encontrados en las fosas de Iguala son nuestros 43 compañeros detenidos-desaparecidos? ¿Sus padres les van a dar sepultura en el camposanto y ya? ¿Creen que van a poder comprarles su dignidad? ¿Nos vamos a quedar de brazos cruzados?”
Desafiante: “¿Y qué va a pasar si detienen y sentencian a José Luis Abarca y a sus jefes y cómplices? ¿Nos vamos a desmovilizar? ¿Y si renuncia el gobernador Ángel Aguirre, de qué nos sirve? Eso también nos puede paralizar. ¿Qué pasa si el señor Enrique Peña Nieto dice que ya todo está aclarado y resuelto? Lo que tenemos que hacer es que nada de eso frene a este movimiento que apenas está tomando impulso”.
Omar García responde a sus propias interrogantes con la intensidad del momento: “Esto que vivimos, con lo doloroso que es, es una oportunidad única de escalar la presión, de lograr una movilización generalizada que trascienda Ayotzinapa, que trascienda Guerrero, que pueda poner fin de una vez por todas a la situación intolerable de violencia e impunidad que está viviendo México desde hace años. Ojalá no la dejemos escapar”.
Y se explica: “No lo digo porque me alegre que eso haya sucedido. Lo digo precisamente porque estuve ahí, la noche de Iguala. Oí, sentí, vi la sangre...así, no en salpicaduras ni manchas, en pedazos coagulados, a chorros. Por eso lo digo”.
En entrevista con La Jornada repite una frase que pesa como una tonelada. Solo que no es suya la frase, sino algo que repiten, en colectivo, sus compañeros, los estudiantes de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa cuando se enfrascan en sus debates y análisis de coyuntura: “Esta es, quizá, nuestra última lucha”.
Y apenas tiene 25 años.
“Nosotros, los de las normales rurales, no estamos luchando desde este 26 de septiembre, ni desde 2011 (cuando muchachos de esta misma escuela fueron balaceados por pistoleros en un bloqueo de la carretera del Sol hacia Acapulco matando a dos estudiantes). Venimos peleando desde hace 88 años.
Los de mi generación lo hacemos desde nuestro primer día de clases en Ayotzi. Es una lucha contra el gobierno”. Pero esto de Iguala 2014 es diferente. “No es una lucha por plazas. No es recibir toletazos o gases lacrimógenos por romper vidrios en un edificio del gobierno. Lo que pasó el 26 de septiembre es algo tan horrible, tan trágico, que deslegitima totalmente al gobierno de Enrique Peña Nieto. Por la manera tan brutal de actuar de los policías municipales; por la forma como el Ejército faltó a su obligación de detener el fuego. No, los soldados hicieron todo lo contrario, no hicieron el menor gesto de asegurar la zona mientras duró la agresión. Y me consta. ¿Por qué el Ejército dejó pasar tres horas entre la primera balacera y la segunda?”.
“Lo primero que me vino a la mente fue Tlatlaya”. Sobre lo que vivió esa noche de pesadilla, cuenta que él y otros compañeros llegaron de Tixtla a Iguala cerca de la medianoche para rescatar a los estudiantes de primer grado que habían ido a Iguala a botear, porque en medio del ataque de los municipales quedaron atrapados e inmovilizados.
Al poco de llegar los refuerzos estudiantiles empezó la segunda andanada de fuego graneado. El ejército se presentó hasta que pasaron 15 minutos del segundo ataque.
“En un intervalo, cuando creo que los atacantes estaban cambiando cartucho, me escabullí y tomé por la calle Juan N. Álvarez, corriendo con otros. De pronto vimos a un compañero como agachado, acuclillado. Era Edgar Andrés Vargas. Tenía un balazo en la boca. Estaba perdiendo mucha sangre. Lo cargamos y apenas logramos llegar al hotel Cristina, en esa misma calle que va al centro. Éramos 27. De pronto nos rodearon los soldados.
Llegaron cortando cartucho, insultando. Nos trataron con violencia, nos quitaron celulares. Registraron los tres pisos del hospital, no sé por qué. Le prohibieron al médico de guardia que atendiera a Edgar. Y los cabrones nos decían: Ahora sí se metieron con hombres de verdad. ¡No chillen!
“En ese momento lo primero que me vino a la mente –y estoy seguro que no solo a mí– fue Tlatlaya. Era el momento idóneo: 1:30 de la mañana, solos en un hospital casi desértico. Incomunicados. Pensé: éstos tienen como tres horas para armar todo un escenario, llevarnos y quien sabe qué hacer con nosotros. Apenas unas horas antes había visto cómo la policía municipal se llevaba a nuestros compañeros.
Cuenta que de pronto los militares salieron del hospital. La mayor parte de los jóvenes salieron a ponerse en resguardo. “Nos quedamos un maestro y yo con Edgar, hasta que al fin un taxista se dignó a detenerse y nos llevó al Hospital General”.
Por esa vivencia, Omar García insiste en poner atención no sólo en la agónica espera de 43 familias que esperan que sus hijos aparezcan con vida, o se les identifique como los cuerpos encontrados en las fosas, en el peor de los casos, sino también en el destino de los heridos y sus tragedias.
“El gobierno no se está preocupando porque se atienda a los compañeros heridos como se debe, en hospitales de primer nivel. No los han querido trasladar a pesar de su gravedad. ¿Por qué nos quieren dar un escarmiento?”.
Los heridos graves son: Aldo Gutiérrez Solano, con impacto en el cráneo, muerte cerebral, pocas esperanzas. Costeño, de Ayutla de los Libres. Y Edgar Andrés Vargas, de Oaxaca. No se conoce su evolución reciente. “Estamos demandando que nos entreguen un parte médico con el diagnóstico preciso, con la forma como ha evolucionado, si ha avanzado, retrocedido, no lo sabemos y ni siquiera a los padres les han informado nada”.
“¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?” Para hablar, pensar y planificar las movilizaciones futuras por el caso de Ayotzinapa, Omar propone “ponerse en los zapatos de los padres de los desaparecidos”. Ellos son los que una noche, en asamblea, dejaron mudos, ensimismados, a los estudiantes campesinos, cuando les preguntaron: “Nosotros, por nuestros hijos, estamos dispuestos a dar la vida. Y ustedes
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar?” Omar habla ceceando. Usa brackets en la dentadura y tiene una mirada dura, como si fuera una persona mayor. Se talla la cara con las manos: “Sólo frente a una pregunta así se puede entender la gravedad del momento, la necesidad de escalar las movilizaciones generalizadas, de pensar en vías de desobediencia civil. Y no estamos hablando de rebasar las formas convencionales de lucha; estamos diciendo que lo menos que podemos hacer es crear un clima de deslegitimización o ingobernabilidad para el régimen, porque esta situación es inaguantable en todo el país.”
Aclara: “Los de Ayotzi no estamos en condiciones de dictar los métodos de lucha que tengan que implementarse. No nos vengan a preguntar a nosotros. Pensamos que este movimiento va para largo y tendríamos que ir en una escalada de menor a mayor intensidad; tienen que planificarse acciones que puedan converger con los movimientos y las problemáticas de todo el país. El hecho de que existan testigos y pruebas de que a los 43 compañeros se los llevó la policía municipal crea condiciones favorables para impulsar esa movilización generalizada. Por eso decimos que no se trata sólo de Ayotzinapa; no se trata sólo de nuestros compañeros. Son miles y miles de familias aisladas en todo el país, desde Tamaulipas hasta Oaxaca, que han estado gestionando por años y años la aparición de sus hijos. Y nada”.
Respecto a la naturaleza de las protestas y su mayor o menor grado de radicalismo, Omar, a nombre de sus compañeros, propone: “Pensamos que hay que hacer las menos marchas posibles porque no nos queremos echar a la gente encima. Ahorita tenemos a la opinión pública sensibilizada por el tamaño de la barbaridad que hicieron, incluso a la que siempre estuvo contra nosotros hoy está neutral. Pero si nos ponemos pique y pique a pura marcha en lugar de volverse a nuestro favor se va a poner en contra. Pero la indignación debe mostrarse, sea como sea y en donde sea. Hay que centrarse en las instituciones de la federación porque son las responsables”.
Una oportunidad única para acabar con la violencia ¿Por qué dice Omar García que la coyuntura ofrece una oportunidad única?
“Porque la respuesta a la primera convocatoria de protesta el 8 de octubre fue muy importante: más 60 lugares en el mundo, en 23 estados. Por primera vez tenemos una opinión pública simpatizando con nosotros a nivel nacional e internacional. Solo así podemos lograr la deslegitimación del gobierno, que es lo que se necesita hacer.
“Es una oportunidad única para acabar con el estado de violencia e impunidad que hay en todo el país. Y no lo digo porque esté contento de que hayan matado a tres compañeros, desaparecido a 43 y herido a cuatro. Lo digo en el más absoluto ánimo de que esta rabia que sentimos se convierta en un movimiento organizado que comprenda a buena parte del país”.
Nadie puede responder: ¿por qué la sevicia?
—Lo que todos preguntan ¿Por qué ahora? ¿Por qué en Iguala? ¿Por qué? --Mis compañeros dicen, y todos convenimos en nuestra asamblea, que si hubiéramos tenido un rifle en ese momento hubiéramos respondido. Pero nos agarraron sin piedras, sin palos, nada, porque estábamos en una colecta.
Fue un uso desproporcionado de fuerza, desproporcionadisísimo. Esto supera por mil lo que vivimos en 2011 en la Carretera del Sol. Okey, esa vez estábamos bloqueando una vía de comunicación federal. ¿Pero ahora? ¿Qué argumento del Estado justifica esa acción? ¿Echarle la culpa al gobierno municipal cuando ellos mismos formaron en las autoridades esta mentalidad de estigmatizar, perseguir y criminalizar al movimiento social? Es eso en el fondo...
“Dicen, piensan los agresores...ah, son los ayotzinapos, si los atropellamos no pasa nada. Porque ése es el discurso y la mentalidad que le han impregnado a la sociedad mexicana a través de los medios de comunicación, a través de la escuela y otras instituciones.
“Analicemos: nada justifica lo que pasó, el asesinato, la tortura, la desaparición forzada, los heridos. Por más que contraten a millones de hackers que filtren en las redes sociales la idea de que nos merecemos lo que pasó porque somos violento”.
—Este lunes 20 de octubre se presenta el informe de la Comisión de la Verdad sobre la guerra sucia en Guerrero en los años setenta. Pero el pasado miércoles se le hizo un homenaje al general Hermengildo Cuenca Díaz. Según esta lógica, quienes condujeron la guerra contrainsurgente son héroes. ¿Qué piensas?
Omar esboza una sonrisa amarga: “Es que es su versión contra la nuestra, su visión contra la nuestra. Somos dos bandos. Lo que voy a decir tal vez haya quien lo considere como un discurso del pasado. Es la lucha de clases. No hay más. Para nosotros nuestra lucha es justa, para ellos es injusta. La cuestión está en los medios de comunicación. Esa parte de la lucha es bien importante. Por ahí decían que la movilización del 2006 de la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca tuvo fuerza porque tomaron los medios de comunicación; ellos pudieron dar su versión y no dejaron que la versión del Estado los avasallara. La versión que se difunde más ampliamente.
—Ahora los medios sí están dando cobertura
—Sí, y sobre todo los medios internacionales, como nunca se había dado. Pero los medios de comunicación comerciales que por ahora se están comportando por lo menos neutrales, frente a nosotros son los mismos que siempre se han mantenido al lado del régimen; son los mismos que siempre nos presentan como vándalos, los que exigen a las autoridades que nos castiguen.
“Hay que estar pendientes del momento en el que cambien su discurso, cuando no vean un desarrollo significativo del movimiento, en cuanto dejen de sentir la presión, van a presentar el problema solamente como un asunto de Ayotzinapa, van a empezar a voltear la moneda, van a justificar al Estado, se van a volver contra nosotros”.

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