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jueves, 15 de septiembre de 2011
Los notables y la política
Adolfo Sánchez Rebolledo
Un encuentro pensado para sentar los cimientos de un nuevo proyecto nacional”, organizado por los editores de la revista Líderes de México, terminó con un franco desencuentro –atemperado por las formas– entre el presidente Calderón y los más prominentes invitados. Frente a las quejas recurrentes de los cinco “grandes líderes” que formularon “grandes propuestas” (Jorge Férraez dixit), Calderón replicó una a una, corrigió imprecisiones, dio datos y defendió el Proyecto México 20-30, cuya vigencia y utilidad resaltó al replicar las críticas al trabajo del gobierno. Abundaron, sin embargo, las generalidades, los llamados a la unidad nacional representada, al gusto de los organizadores, en esos 300 prohombres que integran la república imaginaria de las elites. “Los líderes que están reunidos aquí hoy, y otros más, también, tienen casi el mismo poder de esos 100 millones de mexicanos juntos, si se ponen de acuerdo y logramos empezar a avanzar las cosas, y lograr tener ese proyecto de nación por el que todos trabajemos, por el que todos soñemos, por el que todos nos esforcemos”, expresó el editor convocante. Pero Calderón pidió sinceridad a sus interlocutores, y en un arranque de franqueza les reclamó la distancia desde la cual ejercen la crítica: “Así que yo quiero invitarlos, amigas y amigos, amigos de corazón, a que estas elecciones, si no les gustan los partidos políticos, hagan un partido político; si no les gustan los candidatos a diputados, sean ustedes los candidatos a diputados. Si no les gustan los candidatos a presidentes municipales o gobernadores, o presidentes de la República, sin agraviar a los presentes, sean ustedes los candidatos, y tomen ustedes, líderes de México, a México en sus manos”.
2) Es evidente que el Presidente comparte con la mayoría de los líderes reunidos para el cónclave una concepción del país y la misma idea de futuro, pero esta es la primera vez que le reclama a ese segmento de la sociedad civil en el que destacan los empresarios un mayor compromiso con la actividad política. Más aún: lo dicho por Calderón aclara de una vez en qué está pensando cuando promueve las llamadas “candidaturas independientes”, concebidas más como una válvula de escape que como una reforma cabal del régimen político hacia formas más democráticas. La pregunta es si, en efecto, ese solicitado involucramiento de los líderes empresariales en la cosa publica es, en verdad, lo que conviene para sanar la crisis, el colapso moral –dijo Martí– en el que México se encuentra o si, como muchos creemos, el tema a resolver es el de la creciente sumisión de la política a los grandes intereses, que más bien aparece como el origen de la pérdida de rumbo.
Y es que, en vez de discutir los elementos que podrían configurar un proyecto nacional a partir de las necesidades de las mayorías, las cúpulas del poder piensan que bastaría con poner en las salas de mando del Estado a sus prohombres para que las cosas fueran de otra manera. Pero la moralización de la vida pública, además de la reforma integral de la justicia, es inseparable de otro tipo de cambios de fondo en las instituciones, concebidos a partir de un reordenamiento de las prioridades nacionales, es decir, a la apertura de una lógica social y ética alejada de los paradigmas que hoy dividen y polarizan a la sociedad. La crisis del parlamentarismo mexicano o la erosión de los partidos, o la imposibilidad de acelerar el crecimiento, no se resolverá poniendo a los notables de la sociedad civil al frente o religiendo a los diputados y senadores, sino cambiando de raíz las instituciones que ya no sirven y trabajando para romper la cadena que propicia la desigualdad.
3. Una lectura atenta a las “cinco grandes propuestas” y a la réplica presidencial deja un sabor agridulce. Por un lado, se admite que “México hoy está mejor que nunca, en muchas situaciones” (sic). Por el otro, hay una irrefrenable sensación de urgencia: la crisis no es ficticia y si alguien lo duda que mire a su alrededor. Hay cosas que pueden hacerse, se resume. Pero en un cónclave ideológico es natural que afloren las ideas fijas, los referentes de cajón, los lugares comunes que nos ofrecen una breve radiografía de la concepción del mundo que anima a nuestra elite. Por ejemplo, no obstante el valor de sus denuncias contra la corrupción, Alejandro Martí no halla mejor forma de expresar sus ideas que repitiendo las palabras del primer ministro David Cameron tras reprimir los disturbios de agosto: “Las faltas morales y el mal comportamiento no son exclusivos de las clases menos privilegiadas. El restablecimiento de la responsabilidad debe llegar hasta las posiciones más altas de nuestra sociedad. Porque no importa cuáles sean los argumentos que nos dividen. Todos somos parte del mismo país y tenemos la misma responsabilidad de mejorarlo. Todos estamos en el mismo barco. Y la única manera de arreglar esta sociedad corrompida es estando unidos”. O las frases redondas del señor Ramírez: “La competitividad no es un factor que deba incluirse en un proyecto de nación. La competitividad es el resultado de un proyecto de nación exitoso”. Pero el que se lleva las palmas es quien en vez de formular una tesis sobre el papel del Estado en la perspectiva de la crisis se limita a reiterar la vieja cantinela del más viejo consenso de Washington: “Yo creo en la competencia política. La verdad es que la competencia hace maravillas. Y por eso creo en el mercado y en la economía libre”, asentó el Presidente. Pero, ¿y los otros, sus interlocutores, los grandes capitanes de la economía, creen en lo mismo? Por lo visto, Calderón duda, y al final estalla: “Yo creo que es también importante hacernos un ejercicio de sinceramiento de hasta dónde, hasta dónde, la verdad, la verdad, la verdad, sí queremos competencia”. A querer o no, también entre los “líderes más influyentes” las campanas tocan a rebato electoral, pero no escuchan las del gobierno. Esa es la disputa oculta que hoy divide a los 300 y muchos más.
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