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sábado, 2 de junio de 2012
Tres libros y un copete
Por Daniel Salinas Basave
La historia de México está llena de presidentes que jamás leyeron un libro en su vida. Vaya, llegamos al extremo de tener presidentes que ni siquiera sabían leer. Vicente Guerrero, héroe de la patria y segundo mandatario en la historia de la República, nunca aprendió a leer y padeció horrores para pronunciar su discurso en su toma de posesión el 1 de abril de 1829. Pero con toda franqueza, era comprensible y hasta justificable que don Vicente no supiera leer. Un presidente encarnado en el corazón del pueblo, era coherente en su analfabetismo con un pobre país donde más del 90% de la gente no sabía distinguir las letras. De origen muy humilde, este mulato fue un arriero que se sabía de memoria las veredas y los desfiladeros de las sierras del Sur y que tenía una inteligencia natural para el combate en inferioridad numérica y de armamento. Benito Juárez aprendió a leer a los 18 años, pero sin duda aprendió muy bien. Porfirio Díaz no era analfabeto, pero tampoco era un consumado lector y algo me hace pensar que Victoriano Huerta tampoco era un derroche de cultura, lo mismo que Álvaro Obregón, que pese a ser autor de un libro donde narra sus memorias de campaña, no lo imagino entregado a la lectura. Ser culto tampoco garantiza ser buen presidente. José López Portillo sin duda leyó muchísimos libros (y escribió otros tantos) y seguro estoy que hubiera respondido con maestría y soberbia si un reportero le hubiera preguntado por los libros que marcaron su vida. El problema con Enrique Peña Nieto va más allá de su analfabetismo semifuncional. El problema está en lo que hay detrás de esa absoluta ignorancia, de esa superficialidad rampante, de esa barata filosofía de las 140 palabras que le basta para ser favorito en las encuestas. El problema está en el hueco absoluto y el vacío abismal que hay dentro de la cabeza que sostiene ese ridículo copete. El analfabetismo de Peña no me sorprende. Su figura encarna al perfecto bobo que no lee un libro en su vida. Lo que me sigue sorprendiendo y me genera una crisis de rabia e impotencia, es que semejante imbécil sea el favorito para ser el próximo Presidente de México. Vaya, en un país de más de 100 millones de habitantes, donde hay luchadores sociales, científicos, pensadores, profesores, activistas y millones de seres humanos de carne y hueso a los que nos corre sangre por las venas, un cabeza hueca es la única persona que puede soñar con la Presidencia. Lo grave no es Peña, sino el pobre y desgraciado país que va a votar por él. Lo que me aterra no es la absoluta falta de ideas en la cabeza vacía del mexiquense. Lo que de verdad me aterra es la cabeza vacía de un país que lo tiene en la cima de sus preferencias. El liderato de Enrique en las encuestas un pésimo síntoma como nación, una señal clara o un termómetro que indica el bajísimo nivel de nuestra autoestima, lo desechables que son nuestros principios si es que existen. Pienso en los otros candidatos favoritos que hemos tenido en épocas preelectorales y caigo en cuenta de que nunca habíamos caído tan bajo como con el fantoche del copete. Cierto, Vicente Fox no ha leído muchos más libros que Peña. El guanajuatense de las botas es ignorante hasta el hartazgo (y miren que Borges es algo así como una liturgia en mi vida, pero aún así se lo perdono). La diferencia es que a Fox le corría sangre por las venas. Tarado, bruto, dicharachero, pero con una innegable dosis de honestidad que lo hacía humano. Puedo entender que un votante estuviera enamorado de Fox y me parece comprensible que hubiera carisma en esas botas con bigote. Sin ser un derroche de cultura, seguro estoy que Andrés Manuel López Obrador ha leído muchos más libros que Peña y Fox juntos. Intolerante, ideático, mesiánico y delirante, AMLO no me gustaba nada y de hecho voté en su contra en 2006, pero aun así entendía perfectamente que pudiera seducir a un votante. Pese a todos sus defectos, AMLO me parece una persona honesta, con convicciones, con ideas y sobre todo, con sangre en las venas y un corazón en el pecho. Entiendo que Fox y López Obrador hayan sido en su momento favoritos y hayan motivado a millones de mexicanos a darles su voto, pero con toda franqueza y con brutal honestidad, debo confesar que aún no puedo entender cómo alguien pueda siquiera considerar darle un voto a Peña Nieto. Con todo y sus defectos y sus fanatismos, Fox y AMLO me parecían tipos honestos. Tipos de verdad. Peña Nieto me parece la encarnación de la falsedad, de la hipocresía, de la superficialidad. Nada, absolutamente nada me parece auténtico en ese producto del teleprompter, de la frase vacía, del concepto prefabricado. Si Peña se convierte en presidente de México, será la confirmación y el triunfo de la teoría un libro que es ya un clásico y que por supuesto Enrique no ha leído ni sabe que existe. Me refiero al genial Homovidens de Giovanni Sartori. La mexicana es una sociedad teledirigida, una sociedad que le cree ciegamente a López Dóriga y al Teletón. El triunfo de Peña es el triunfo de esos ridículos platos azules de Ve Tv que infestan como una plaga los desvencijados techos de lámina de las comunidades más pobres de México. El candidato perfecto para una sociedad apática, resignada y apocada a la que no le queda nada mejor que hacer que ver la tele. El triunfo de Peña confirmaría al peor México. Como consuelo debo agradecerle a ese ignorante que me haya ayudado a tener las cosas claras. Por lo menos tengo la absoluta convicción de quién no quiero que gane las elecciones.
*El autor es periodista y ganador del premio Estatal de Literatura categoría Ensayo.
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