Octavio Rodríguez Araujo
L
os ministros de cultos religiosos se sienten representantes de Dios en la Tierra sin haberse tomado la molestia de demostrar primero que su dios existe. Los más inteligentes aceptan que es un problema de fe, y punto: crees en dios o no, y así no hay debate. No se discute con la fe porque está determinada por dogmas y éstos son creencias, por definición no discutibles; no científicamente.
Para buena parte de esos ministros religiosos la homosexualidad es contraria a la naturaleza del ser humano. Además de ser esto una estupidez, pues no hay ni debe haber límites para el ejercicio sexual, salvo con menores de edad o por violación, es un anacronismo que incluso en Gran Bretaña, el país que presumía su liberalismo, fue ilegal por siglos hasta las tímidas reformas de 1967 que, de todos modos, prohibían la sodomía y los comportamientos públicos calificados de indecentes. Años después, sobre todo con un enfoque referido a la discriminación, se considera legal (en ese y otros países) la homosexualidad, el matrimonio con personas del mismo sexo y hasta hijos, propios o adoptados, entre homosexuales, hombres o mujeres.
La condición restrictiva legalmente que se exige para las relaciones sexuales no tiene que ver con cuestiones religiosas. Es un asunto de sentido común: si es con menores de edad se trata de un abuso que hasta en las cárceles es castigado por los mismos presos, y si es por violación, aunque la víctima sea mayor de edad, se trata también de abuso y de no consentimiento de la persona violada, hombre o mujer. Y el sexo sin consentimiento de las partes es, éste sí, impropio de seres humanos, supuestamente racionales.
La Iglesia católica, que quizá sea mayoritaria en México, vive no sólo en el pasado, sino que se aferra a éste como si nada hubiera cambiado. Pero es tan hipócrita como otras muchas iglesias: a sus curas pederastas los defiende y, en el mejor de los casos, los castiga cambiándolos de diócesis u ocultando los hechos. Empero, la homosexualidad no pedófila, que también existe entre sus ministros religiosos y monjas, la oculta y no la castiga, pero sí la desaprueba para quienes no forman parte de las órdenes religiosas o de sus parroquias. Tampoco castiga, debe recordarse, a quienes tienen relaciones sexuales con personas del sexo opuesto y hasta hijos que luego esconden, regalan o venden a parejas que los quieren en adopción o para otros fines.
Entiendo que las iglesias varias protejan a quienes forman parte de ellas, lo mismo ocurre en las hermandades, gremios y demás por laicos que sean. Pero es de esperarse que la moral religiosa, así como las normas que las rigen (tanto interna como externamente) sea para todos y que la vara con que miden no cambie de tamaño según la conveniencia.
En las principales religiones monoteístas dios es creador, el que dio vida. Si esto fuera cierto debería actuarse consecuentemente. No hay hijos de dios de primera, de segunda o de tercera. Han sido los hombres, los que por cierto han dominado las religiones por siglos, los que han excluidos a las mujeres y las han tratado como muebles u objetos para procrear. Esos mismos hombres son los que excluyen a los homosexuales, a quienes suelen llamar pervertidos contra natura. Es reciente en algunas religiones, la anglicana por ejemplo, que las mujeres puedan oficiar misa y hasta ocupar cargos altos en la jerarquía de su iglesia. En la católica romana no: las monjas son las que llevan el café a los curas y no al revés. Desde ahí se practica la discriminación, ¿por qué no habría de practicarse con quienes son estigmatizados como
anormales,
desviadoso
pervertidos?
Aunque fuera para distraer a los mexicanos de asuntos más importantes, el católico Peña Nieto tuvo el arrojo de lanzar una iniciativa, como jefe de un Estado laico, en favor del matrimonio igualitario entre adultos. La jerarquía religiosa ya protestó y, al igual que en el pasado, quiere que las llamadas leyes religiosas sean las que rijan nuestra convivencia en México. ¿Son de pocas entendederas o simplemente necios? Nadie les está pidiendo que casen a homosexuales, para eso están los juzgados civiles que deben actuar en función del Estado laico y de los derechos humanos que prohíben la discriminación por cualquier motivo o naturaleza (el papa Francisco, sin embargo, exhortó a los funcionarios civiles encargados de realizar matrimonios que si son católicos se abstengan de hacerlo entre personas del mismo sexo). Dependerá de los legisladores que la nación se ponga a la altura de los países más avanzados en el tema de los derechos humanos o postrarse ante la autoridad religiosa. Si optan por lo segundo, sólo queda recordarles que, para ocupar el cargo que tienen, juraron respetar la Constitución mexicana y que son parte de este Estado, no del Vaticano.
Ya en Cuernavaca, el intrigante e ignaro obispo Castro y Castro (acusado en Campeche de encubrir a sacerdotes pederastas) convocó a una manifestación contra la inseguridad y la aprovechó para vituperar la homosexualidad y la iniciativa presidencial en contra de la discriminación de cualquier tipo. Ninguno de los borregos de su rebaño, como le llaman los pastores a sus feligreses, lo contradijo. Por fortuna no gobiernan.
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