Luis Linares Zapata
L
a imagen que surge desde el ámbito difusivo, en medio de la uniformidad prevaleciente, es una de contrariedad por los arraigados deseos de continuidad sin sobresaltos. Se exige, con voces graves y de tanto en tanto, con sonoras alarmas, atender los llamados y prevenciones de aquellos que sí saben. La alegría se destapa al atisbar, también, algunos golpes de realidad que se asestan ante los redoblados trotes presidenciales. Con facilidad inaudita se topa, cualquier lector, por más o menos atento que sea, con la cercanía de abismos donde la administración, y sus actores, caerán sin remedio. Sin el mayor prurito o prevención, se afirma que, ante la necedad prevaleciente en la cúspide, el país se hundirá hasta el mero fondo. A medida que transcurren los primeros meses del nuevo gobierno, las seguridades de la crítica se tornan macizas, contundentes en sus redundantes alegatos. Parece que la cordura en los juicios, vertidos sin descanso, se ausenta ante el temor por el indetenible cambio de régimen.
La disidencia difusiva apenas puede abrir pequeños espacios para solventar posiciones distintas. Invitar a reflexionar sobre las intenciones y la racionalidad de los pasos que se vienen dando desde Palacio Nacional, no encuentra, todavía, asideros ciertos. Aun así, se sigue insistiendo en la ruta prometida. No bien se atiende a un programa nuevo, cuando la oposición se lanza a la crítica despiadada. No parece haber tierra disponible para posibles acuerdos. La supuesta improvisación se afirma como hecho probado y, a partir de ella, se desgranan condenas al por mayor. Las visiones positivas van quedando relegadas a previos arrepentimientos. Fincar las decisiones en estudios o investigaciones, como precedentes de la acción, se asumen inexistentes. Por tanto, el caos devendrá indetenible. Este y no otro parece el turbio horizonte que se desparrama, por aquí y por allá, en el ámbito comunicativo presente.
Sin ser aprisionado por tan beligerante oposición, la intención de caminar hacia una transformación de fondo subsiste y se refuerza. Muy a pesar de los obstáculos –numerosos y de variada índole–, sobresale la voluntad de buscar una vida mejor para las mayorías. Es posible pensar que la terca realidad podrá imponer límites, incluso cerrojos, sobre los deseos de bienestar extendido. Pero tal posibilidad no paraliza a los proponentes del cambio, sino vigoriza sus arrestos. Hay cortedad en los recursos, falta de sincronía manifiesta entre participantes, velocidades de trabajo variadas, titubeos y retobos aun por parte de los fervientes. Las renuncias de alto nivel dan pretextos para querer incendiar la vasta y seca pradera heredada.
Retornar al pasado inmediato es imposible propósito. No se aconseja ni siquiera la mínima tentación para pensar en ello. No, al menos, en vista de las tragedias que, casi a diario, se vienen descubriendo. No por lo tocante a la sólida decisión del electorado para exigir el cambio de fondo y no una retórica plagada de promesas insustanciales. Los cuentos, ya bien conocidos y rechazados por el electorado, de sólo mitigar la pobreza o crecer con rapidez predicando lo mismo, una y otra vez, son irrepetibles. No, si de lo que trata es dejar de atender necesidades imperantes, contemporizar con la violencia y lanzar promesas sin causar dolores y quiebres. Estas son maneras de actuar que han quedado repelidas de la actualidad. Lo que ahora se solicita son pasos que se alejen de lo establecido, que se busquen rutas nuevas, directas, basadas en la confianza en los semejantes y las sanas pulsiones populares. Esto no es blandenguería de inocentes y necios, sino la observancia y experiencia de que ese camino es transitable.
Sentirse testigos impotentes ante trapacerías de conspicuos traficantes de influencia que apadrinan intereses externos y sobornan a diestra y siniestra para clavarse tajadas ilegales debe terminar. Conocer, con datos precisos, las trampas de empresarios que montan redes –hasta internacionales– para ocultar su participación en negocios turbios, tiene que desembocar en consignaciones ante tribunales. Evadir impuestos con tramoyas contables o por medios de usuales pases por las bolsas de valores y la compra de facturas falsas se debe también finiquitar. Son estas costumbres heredadas que, sin titubeos, el actual gobierno está obligado a perseguir hasta lograr su extinción.
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