martes, 27 de agosto de 2019

Fracasos e irracionalidades de la ciencia en México

Víctor M. Toledo
E
n un artículo anterior, dedicado a los científicos que se oponen al gobierno y su Cuarta Transformación (La Jornada, 8/13/19), concluimos que se trata de la reacción de un grupo que ve amenazado un estilo de hacer ciencia que ya no tiene sentido frente a la situación de emergencia que hoy vive no sólo el país sino el mundo entero. Hoy requerimos, con urgencia, de otra ciencia y tecnología capaz de remontar tanto la mayor desigualdad social de toda la historia como la mayor amenaza al equilibrio ecológico del planeta. Ello cuestiona falsas ideas como que más ciencia es sinónimo de progreso, y deja sin sustento un dogma mayor: que el trabajo de los investigadores es por definición moralmente bueno. Desde esa mitología los científicos quedan automáticamente bendecidos y convertidos en seres que realizan actividades inmaculadas.
¿Qué ha sucedido en México? Partamos de que la etapa contemporánea de la ciencia en el país lleva casi cinco décadas, considerando como evento clave la fundación del Conacyt en 1971. En este periodo la investigación científica y tecnológica se expandió notablemente en número de instituciones, investigadores, becarios, infraestructura y presupuesto. Sin embargo, el porcentaje de mexicanos viviendo en pobreza y pobreza extrema se incrementó, y el equilibrio ecológico y la calidad ambiental del país sufrió un dramático deterioro. La curva del crecimiento en ciencia y tecnología (95 por ciento de la cual se realiza en instituciones públicas) contrasta con la pérdida de bienestar de los mexicanos y el deterioro de su entono natural y ambiental. La explicación a este fenómeno es una tarea pendiente. Aquí sólo apuntamos algunos ejemplos destacados.
El caso de la agronomía es un ejemplo de incompatibilidad de la investigación con el entorno social, cultural y ambiental de las áreas rurales. Al abrazar el paradigma de la agricultura industrial, basada en agroquímicos, plaguicidas, semillas mejoradas, maquinaria y riego, los agrónomos orientaron sus esfuerzos a convertir el campo en pisos de fábrica con monocultivos agrícolas y ganaderos. Ello orientó la investigación hacia los medianos y grandes productores, a la par de los subsidios del Estado, dejando a la deriva al sector campesino, sus saberes ancestrales y sus prácticas exitosas de pequeña escala. En estrecha relación con lo anterior la ciencia hidráulica dominante privilegió la construcción de miles de presas medianas o gigantes, que provocaron severos cambios en los equilibrios regionales, afectaron poblaciones humanas, y las cuales hoy se encuentran subutilizadas o en franco deterioro.
La biología mexicana ha tenido un despliegue inusitado en estas décadas, completando inventarios, colecciones y bases de datos y facilitando la creación de un sistema de áreas naturales protegidas que alcanza 30 millones de hectáreas. El estudio y protección de la biodiversidad siguió, sin embargo, un enfoque que ignoró o soslayó el papel jugado por las culturas mesoamericanas que han interactuado con el universo natural por cerca de 7 mil años. El resultado es que las comunidades que habitan esas áreas, no sólo no participan mayormente (no son aliados) en la conservación de la biodiversidad, sino que 80 por ciento sufren altos grados de marginación social.
El caso de la química es especial, porque la investigación originalmente ligada a industrias nacionales en cemento, hierro, cerveza, jabón, papel, resinas, fibras, azúcar y, por supuesto, petróleo fue sucumbiendo a los corporativos trasnacionales. Hoy, según la Asociación Nacional de la Industria Química, 70 por ciento de las materias primas que utiliza el sector en México es importada. Incluso para algunos analistas la investigación química está limitada porque la industria se ha tornado en maquiladora de desarrollos tecnológicos del exterior.
De las varias irracionalidades, elegimos el caso del Gran Telescopio Milimétrico construido a 4 mil 600 metros de altitud en la Sierra Negra (Pico de Orizaba). El telescopio, el más grande de su tipo en el mundo, se construyó durante 19 años y tuvo un costo de ¡4 mil millones de pesos!, la mayor parte cubierta por el Conacyt, en una región rodeada de pobreza y recientemente de violencia, a tal punto que el acceso ha quedado reducido por la inseguridad. ¿Cómo justificar este costoso proyecto? ¿Por qué tardó tanto tiempo su construcción? ¿Cuántos investigadores terminaron utilizándolo? Finalmente, el caso estelar de una ciencia anómala lo alcanzan destacados biotecnólogos de la UNAM y el IPN en su intento por introducir cultivos transgénicos de maíz y soya al territorio, que hoy por hoy es la tecnología agrícola de mayor riesgo para la salud ambiental y humana, altamente contaminante (genética y química por el herbicida que le acompaña) y causante de la mayor destrucción de la biodiversidad en el mundo: 40 millones de hectáreas en Sudamérica. A pesar de todo y por fortuna, en cada campo del conocimiento existen ya incipientes o bien desarrollados núcleos de investigación alternativa, guiados por nuevos principios, como son la interdisciplina, el compromiso social y ambiental y sobre todo una ética a toda prueba.

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