a oposición, en su versión mediática, insiste en recalar sus argumentos en desacreditar el modelo que se está implantando en el país. No cejan aun después de varios años y una innumerable serie de intentonas, escritas unas, verbalizadas otras. Los cambios introducidos han seguido adelante y la imagen, tanto del gobierno como del Presidente, no han sufrido el deterioro ansiado. El mismo partido –Morena– continúa en la preferencia de los posibles votantes, tanto en las ya próximas elecciones estatales como en las del fin de sexenio. Pero el rencor acumulado fluye intocado y, en numerosas ocasiones, los críticos que lo padecen entran en constantes contradicciones y alegatos fútiles.
En el fondo de sus planteamientos bien puede observarse la férrea oposición al cambio del modelo concentrador que tanto les ajusta. Pero, en lugar de expandir sus defensas y prepararse para el futuro, se enroscan en las negaciones y condenas a lo que se hace. Vuelven y circulan alrededor de sus cansinos argumentos y retocan los ya lejanos casos que les sirvieron de palancas. Ahí aparece el cancelado aeropuerto sin que puedan trascender lo que les disgusta de tan dura decisión del gobierno. Una que se basa, primero, en el terrible costo ya incurrido gravando la TUA. Ese diseño y su propuesta constructiva no podía seguir adelante. Era, además, impagable el mantenimiento. Se había plantado sobre una gigantesca masa pantanosa que lo hacía inviable. Pero no se acepta tan transparente caso. Sólo se vuelve a repetir la tonta frase de un gran error. Uno que evitó y evitará la inversión, concluyen. Vaya categoría de análisis tan simplista e inválido. No tienen en cuenta a las decenas de miles de ciudadanos que visitan los museos del AIFA y lo aprueban. Y como este caso se citan y recitan otros similares: la destrucción de instituciones es cantaleta muy favorecida. Tal parece que han desaparecido tan defendidas instituciones: el CIDE y la UNAM que no requieren cruzados, pueden subsistir solas. Los organismos reguladores, CRE, Cofece, IFT, CNH, etcétera. El sacrosanto INE, de todas las aguerridas defensas y su contraparte, el desacreditado TEPJF. Todos estos organismos en pleno funcionamiento que, sin embargo, han jugado un papel que mucho deja de lado. Lo primero es que acarrean una base de sostén ideológico para lo que fueron diseñadas. No son, para nada, instituciones asépticas que actúan por el bien del país, sino para fortificar élites de poder y sus negocios. Son instrumentos de apoyo, a ultranza, del modelo concentrador. Corregir su accionar, al menos en parte, ha sido una tarea constante y válida. Ejercer la crítica sobre ellas es parte sustantiva de la vida democrática y no, como se alega de inmediato, efecto destructor polarizante.
Lugar aparte tienen asuntos como la violencia, en su versión de crimen organizado. La recurrencia a este espinoso tema gira siempre sobre la base de sostener, hasta con furia, su fracaso. La cantidad de víctimas les da pábulo para difundir sus terminales tesis. Nunca se piensa, en la crítica, el valor de su tendencia a disminuir delitos de manera constante. Ese es el punto nodal de lo que sucede: el efecto positivo de la estrategia emprendida. En cuanto a la salud, el problema se torna más complejo y peliagudo. La compra y distribución de medicinas y equipo médico flota sobre un mar de inconsistencias que no consigue sentar apoyos ciertos. La infraestructura hospitalaria es todavía defectuosa y no se tienen los recursos para atacar con eficacia tan grave falta. Años de insolvencia preceden todo lo relacionado al sector. Corregirlo a fondo, tras la impertinencia pandémica será tal vez una tarea venidera. Asunto nodal en la atención de la crítica han sido las relaciones con el gobierno de J. Biden. Sucesivos pronósticos las han desahuciado pero siguen funcionando con fluidez. La predilecta catástrofe de los miles de millones de dólares de castigo por venir, sólo son tonterías.
Con la concreción de dos de las grandes obras de infraestructura –AIFA y Dos Bocas– las que van en proceso se ven seguras a corto plazo. Los impactos que tendrán en la integración del modelo justiciero y popular en boga no se habrán de escatimar por la ciudadanía. Pero, en el fondo mismo de la controversia actual de tales modelos, se radica el cambio profundo que ahora se lleva a cabo: el fincar todo en el justo criterio de trabajar por el pueblo y sus necesidades. La diferencia de hacerlo para una élite a costa de todos los demás, cimenta, por su diferencia, la transformación que se pretende y en la que se trabaja con ahínco. La utilización de figuras consagradas –ahora Shakespeare– para reforzar la crítica alcanza alturas ridículas. Un culto
crítico usa ahora la trama del Rey Lear para denostar al Presidente y sus tres corcholatas
trasladando la pugna de las hijas de ese legendario y viejo rey a la adelantada sucesión de Morena. Vaya ocurrencia literal.
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