sábado, 18 de octubre de 2014

De Ayotzinapa al Politécnico

Hugo Aboites*
T
ienen razón el gobierno federal y la Secretaría de Educación Pública en dar un trato extremadamente cuidadoso al actual movimiento estudiantil politécnico. Reunión ex profeso en Los Pinos con el Presidente a la cabeza, secretarios y subsecretarios que salen a la calle a recibir estudiantes, inicio inmediato del diálogo. Y no es para menos, el movimiento politécnico surgió con una rapidez, claridad de demandas, fuerza y organización tan sorprendente que hizo necesarias respuestas también poco usuales. Pero no es sólo eso, el del Politécnico es un movimiento que se inicia en el contexto de una profunda indignación de jóvenes estudiantes a escala nacional y con fuertes repercusiones en el extranjero.
Ayotzinapa está haciendo converger, en una corriente cada vez más poderosa, cuestiones que son parte de la materia histórica fundamental de la que está hecho este país. Esa modesta normal rural, entre cerros secos y agrestes, es hoy, al mismo tiempo, muchas cosas. Ayotzinapa es parte innegable del legado campesino e indígena con siglos de explotación y marginación. Es parte extrema del desamparo que vive la mayoría de los jóvenes mexicanos, circundados, además, de hostiles políticas sociales: poca escuela, menos empleo y un ambiente de persecución y agresión desbordada. Que en medio de la indignación nacional por la represión en Iguala un destacamento de la policía estatal de Guerrero decida ametrallar un vehículo con estudiantes del Tecde Monterrey en plena Autopista del Sol (y herir a uno de ellos) habla de que a pesar de su intensidad las protestas no han logrado cambiar un milímetro las intolerables prácticas policiacas.
El ataque a Ayotzinapa significa también una agresión contra los maestros y su movimiento que reacciona con indignación ante el sacrificio de los que son su nueva generación y, en algunos casos, literalmente sus hijos. Ayotzinapa vino a mostrarnos, además, hasta dónde llega la profundidad de la corrupción política y el deterioro y hasta metamorfosis por momentos del Estado como una estructura del narcopoder. De otra parte, Ayotzinapa no es sólo Guerrero, es también un país que cuenta sus muertos, secuestrados, heridos y desaparecidos y que hoy expresa su hartazgo de muchas maneras. Con gritos, policías comunitarias, marchas, protestas, quemas de palacio y rebeliones estudiantiles está diciendo que la situación es ya insostenible.
Por todo eso, de Ayotzinapa a la ciudad de México se ha abierto una línea de alta tensión que trae a la capital política el reclamo de los jóvenes del México profundo y que, gracias a la extensión solidaria de las protestas universitarias locales, una vez más se hace presente en la gran ciudad. En medio de estos procesos, los politécnicos no sólo han mostrado solidaridad con sus compañeros de Guerrero, sino que, gracias precisamente a los de Ayotzinapa y a la movilización que su tragedia ha suscitado, su lucha tiene una de las más poderosas coberturas. Desoír el reclamo politécnico por democracia y autonomía no es una opción, tampoco intentar que el movimiento se alargue y esperar a que se desgaste o se traduzca en una lucha interna.
Se generaría un clima de inestabilidad y ya no en alguna aparentemente lejana provincia, sino aquí mismo, en el DF, e involucrando a muchos otros contingentes estudiantiles. Es cierto, los jóvenes son los más vulnerables, pero una vez que se movilizan pueden ser temibles por su determinación y su eficacia en transformar estructuras anquilosadas. Y la neoliberal capitalista no sólo es obsoleta, sino que cada día que pasa anega más en sangre y dolor al país y pone en peligro derechos humanos y sociales básicos. Para empezar, el derecho a la vida y a no ser simplemente desaparecido de un día para otro por ser joven y protestar.
La solución para México debe ser integral, y tiene que ser a partir del respeto a los que ya quieren dejar de ser las víctimas de siempre. Es política (hacer una verdadera limpieza, a fondo de las estructuras del Estado coludidas con el narcopoder, devolver legitimidad a las elecciones); es económica (alentar, apoyar y permitir que prosperen masivamente los proyectos locales de desarrollo desde las propias comunidades, respetar el medio ambiente y los recursos naturales, poner freno a la rapiña de las grandes corporaciones); es de seguridad (no perseguir, sino respetar y dar cobertura legal y política a los esfuerzos comunitarios por cuidar la vida y la integridad de los más pobres) y es también, como siempre tarde o temprano, educativa. Ampliar las oportunidades de estudio para los jóvenes; fortalecer las normales, pero a partir de sus propias colectividades y no de proyectos desde lejos y desde fuera; crear más instituciones autónomas y fortalecer las existentes en todo el país, respetar y apoyar especialmente a las que quieren impulsar procesos de construcción de identidad desde la diversidad de culturas, de educación crítica y de amplios horizontes. Pero sobre todo, y como pieza imprescindible para comenzar a avanzar por un camino realmente distinto, a los 43 los queremos vivos.
*Rector de la UACM

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