Tanalís Padilla*
E
n todas partes oímos hablar mal de los inquietos, escribió Ricardo Flores Magón en 1916.
Las personas sensatas los distinguen con su desprecio; la gente decente evita su contacto. Sin embargo, el progreso humano es obra de los inquietos, continúa su texto. En ese momento los inquietos hacían en México una revolución. Gracias a esa lucha, el gran levantamiento de las masas populares, la Constitución mexicana contó con importantes reformas sociales, contenidas sobre todo en los artículos 3, 27 y 123.
Cuando llegó a la presidencia el general Lázaro Cárdenas tuvo la voluntad de implementar estos principios de justicia social. Realizó el derecho a la educación laica y gratuita, el reparto de tierra, el control de la nación sobre los recursos naturales, e hizo respetar la protección laboral. Dentro de este proyecto también dio vida y sentido social a las normales rurales. De allí en adelante sus alumnos no permitieron que estos principios se abandonaran, a pesar de que a partir de 1940 un régimen tras otro se empeñaba en abandonar o hacer desaparecer a estas escuelas.
En su origen las normales rurales representaron una encrucijada entre la lógica de forjar patria y los derechos sociales conquistados desde abajo. En ellas se formaron maestros misioneros, profesores dispuestos a desplazarse a los lugares más recónditos del país.
Organicemos el ejército de los educadores que sustituya al ejército de destructores, había declarado José Vasconcelos en 1920. Era una lógica de estado, pues desde la perspectiva institucional, había que difundir los principios del nuevo gobierno que consolidaba su poder después de una década de lucha.
Pero la educación rural también correspondía a una lógica social de los de abajo. Por siglos no había escuela para los pobres; por siglos la tierra de los campesinos había sido consumida por los hacendados; por siglos trabajadores laboraban en condiciones de esclavitud en las plantaciones y en las minas; por siglos los recursos naturales que esta mano de obra extraía, fluían hacía el exterior.
En las normales rurales se revertía esa lógica: muchas se establecieron en antiguas haciendas; en las instituciones que antes explotaban a sus padres, ahora se albergarían jóvenes campesinos; se formaron cooperativas agrícolas como parte de la pedagogía; los alumnos recibían becas y derecho a una plaza de maestro al terminar la carrera. Y, a estos maestros, se les encargó ser apóstoles del progreso: movilizar a las comunidades donde enseñaran para que éstas se defendieran de las fuerzas de la reacción, para que no se volviera a dar un orden tan injusto como durante el porfiriato.
Para defender este progreso los alumnos de las normales rurales organizaron la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM). La FECSM, una de las asociaciones estudiantiles más antiguas de México, agrupa a estudiantes de todas las normales rurales y no sólo se encarga de labores de concientización en su seno, sino también se moviliza al lado de luchas campesinas, obreras, estudiantiles y magisteriales. O sea, serle fiel a los principios que originaron a estas instituciones. Tan fieles fueron los maestros rurales a su misión, que el estado tenía que contenerlos. Había que acabar con estas instituciones que respondían a una lógica de progreso popular.
Así, en 1969 el presidente Gustavo Díaz Ordaz cerró 15 de las 29 normales rurales. Pero conscientes de su historia, su derecho a la educación y la responsabilidad constitucional del Estado, los inquietos protestaron. Llegaron a la SEP enérgicas condenas de ejidatarios, normalistas y padres de familia:
No nos obliguen a pensar que seguimos en la etapa del porfirismo, en que sólo a los hijos de los burgueses se les impartía la educación, ya que a cada momento se habla del progreso en el aspecto cultural, expresaba una carta. Otra puntualizaba:
Si ustedes mismos están siempre porque no haya analfabetas, que haya educación en México, ¿en qué forma?, si ahora quieren que desaparezca la única esperanza del campesino que son las normales rurales(Archivo Histórico de la SEP, Exp. 1341, Leg. 1, Ref. 201.3:25).
Estas declaraciones son un importante ejemplo del tipo de conciencia forjada a raíz de la revolución y resguardada en las normales rurales. Es una conciencia que tiene clara la hipocresía de un gobierno que habla del progreso mientras se sirve de una política que facilita todo menos eso. Y es una conciencia forjada por un proceso que hizo claro que la educación no era privilegio sólo para la elite, y que no era sólo una cuestión académica sino también social.
Dentro de las normales rurales la educación socialista de la década de 1930 dio aliento a ese sentido de responsabilidad social. Los murales que adornan las paredes de comedores, salones y dormitorios son un vivo ejemplo de los ideales sociales que defienden sus alumnos y de los inquietos que los inspiran. Sus consignas insisten en que otro mundo es posible. En la normal rural de Ayotzinapa, por ejemplo, se lee en el patio central:
El que ve injusticia y no la combate, la comete, y en el comedor:
Los filósofos de hoy en día no han hecho más que interpretar el mundo de diferentes maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo.
Lejos de ser meras consignas voluntaristas, estas frases dan idea de la cultura que se gesta en las normales rurales. También dan una idea del porqué al Estado le crean tanta incomodidad. Década tras década, y con especial intensidad a partir de los ochentas, el gobierno ha justificado su desmantelamiento del proyecto revolucionario con una retórica de modernización, eficiencia, progreso y competitividad, y ¿cuáles han sido los resultados? Más pobreza, más violencia, una concentración irrisoria de la riqueza y una devastación ambiental.
Lo increíble de los que defienden el proyecto neoliberal no es sólo su amnesia histórica, es su ceguera ante la realidad del presente, ante la devastación que su proyecto ha engendrado. Por ello se le han opuesto tantos movimientos, tantos sectores, tantos inquietos.
Y ¿qué
sería la humanidad si en un momento dado desaparecieran todos los inquietos de la Tierra?, pregunta Flores Magón.
La ausencia de esos motores del progreso marcaría el comienzo de una marcha hacia atrás, de un regreso a la barbarie.
*Profesora de historia en Dartmouth College. Autora del libro Rural resistance in the land of Zapata: The jaramillista movement and the myth of the pax-priísta, 1940-1962 (Duke University Press, 2008).
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