lunes, 20 de octubre de 2014

Frágil esperanza o fatalidad cierta

Víctor Flores Olea
E
l país entero está pendiente del desenlace de los conflictos en Guerrero y muy especialmente del caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa, que fueron secuestrados en Iguala desde el 26 de septiembre y de cuyo paradero aún no parece saberse nada. Desde luego los universitarios, politécnicos y normalistas de prácticamente todas las ciudades de México han exigido ya masivamente (exigimos) no sólo que sean encontrados sino que sean encontrados con vida (ojalá).
Hay que recordar que en informe de la Procuraduría General de la República se descartan los cadáveres de 28 personas encontrados en varias fosas con cuerpos humanos en los alrededores de Iguala, al asentar, después de las debidas pruebas (espero), que no corresponden a los de los jóvenes normalistas. Tal información proporcionó un respiro de optimismo porque había graves sospechas de que hubieran sido precisamente de los normalistas, ya que el salvajismo y horror con que se comportaron en esa fecha los cuerpos de policía y los asesinos de las mafias que ahí actúan, desde largo tiempo, hacía suponer con fuertes argumentos que tal presunción podía ser plenamente fundada. Parece que no fue así y eso parecía abrir una rendija de esperanza. Sin embargo, las fosas mismas con cadáveres desconocidos son un testimonio más del absoluto abandono institucional que sufre Guerrero.
En los medios universitarios parecería haber dos tesis dominantes sobre estos hechos de dolor nacional. Una, la de la frágil esperanza, pretende dar respuesta a las principales preguntas de los comentaristas e informadores: ¿por qué y para qué provocar el horror que tuvo lugar en Iguala el 26 de septiembre? La hipótesis de la frágil esperanza diría que, en vista de las complicidades escandalosas que se han dado a conocer entre oficiales de la policía y bandas de asesinos, ligadas al narcotráfico, diría que posiblemente los 43 normalistas están ahora en manos de la banda deGuerreros Unidos, que parecen ser los más activos en ese estado. Por informaciones que se han divulgado, los policías de Iguala habrían entregado a los normalistas secuestrados a los policías de Cocula, cerca de Iguala, también bajo el control de las mafias, lo cual haría suponer que estos últimos policías pudieron haberlos entregado aGuerreros Unidos, que serían también los jefes reales de aquéllos (pagados por los delincuentes).
Los partidarios de esta tesis argumentan que tal cosa explicaría el que, hasta la fecha, no haya habido rastro alguno de los desaparecidos, porque ese grupo criminal debe tener, como es obvio, multitud de escondrijos o lugares de refugio prácticamente inaccesibles en los bosques de la región. Pero más aún: los 43 normalistas secuestrados se les habrían convertido de pronto en una rica moneda de cambio cuando todo el país (y también en lo internacional), está clamando por su aparición. Y cuando el propio Presidente de la República ha dicho con energía que su rescate y localización es una absoluta prioridad para el Estado mexicano.
Quien ha dicho más sobre la segunda hipótesis, del asesinato de los normalistas por los criminales pandilleros, es el padre Alejandro Solalinde, quien afirmó recientemente ante periodistas que los normalistas de Ayotzinapa, según testigos directos, habrían sido muertos y quemados, tal vez el mismo 26 de septiembre por la noche, y que tales testigos no han hablado por temor a ser asesinados también.
Desde luego, habría que decir que esta hipótesis de la fatalidad cierta es la más difundida en los más distintos medios. El conjunto de los hechos y las complicidades probadas harían particularmente creíble esta hipótesis, lo cual invitaría, en caso de confirmarse, a una suerte de duelo nacional. En todo caso, la detención del jefe deGuerreros Unidos, que se ha difundido hace unos días, y de otros miembros de esa banda, debiera acercar mucho a la verdad a los responsables de la seguridad del Estado, comenzando por el Presidente de la República.
En todo caso, el conjunto ha sido un tremendo golpe a las instituciones del Estado mexicano. En primer lugar, porque ambas hipótesis confirman contundentemente la fragilidad de las instituciones y la penetración de la delincuencia en las mismas, a lo largo y ancho del país. Y, en el fondo, la ausencia de una voluntad política decidida para dar término a esa penetración, que las altas autoridades, en el fondo, no parecen atender con la celeridad y firmeza necesarias.
Por supuesto que la detención de los capos de Guerreros Unidos, y de los policías de Iguala y Cocula, deberían llevar a las autoridades al esclarecimiento final de este gravísimo asunto.
En todo caso, ninguna de las hipótesis facilita las cosas al gobierno mexicano porque de todos modos, de un lado, pende una espada de Damocles sobre las vidas de los normalistas secuestrados (si están con vida). ¿O entrará el gobierno a una negociación con delincuentes para salvarlos? Menudo problema para el gobierno que deberá enfrentarlo, si es el caso, en un plano de absoluta inseguridad, ya que no hay garantía alguna al negociar con tales gavilleros asesinos? ¿Qué son capaces de exigir? ¿Qué condiciones son capaces de pedir o imponer? En todo caso, resulta muy difícil pensar en una salida posible y justa para el Estado mexicano.
En la otra hipótesis, tal vez la más probable, del asesinato a mansalva de los normalistas, la situación para el régimen es igualmente negativa, o más. Primero, porque las voces de protesta han crecido enormemente a escalas nacional e internacional, y porque se confirmaría una situación absolutamente precaria del país en materia de defensa de los derechos humanos, de respeto a las normas constitucionales y jurídicas, y porque el hecho tendrá, como es evidente, en cualquiera de sus variantes, muy graves consecuencias políticas y sociales para la nación y también, desde luego, económicas.
El país vive un momento de muy grave crisis. ¿Saldremos de ella sin demasiado desgaste? No parece fácil, en todo caso la ausencia de rigor y limpieza en los mandos de gobierno, a prácticamente todos los niveles, y su ausencia de atención para resolver los problemas, nos han conducido a esta encrucijada sin fácil salida.

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