lunes, 20 de octubre de 2014

Vidas paralelas

Bernardo Bátiz V.
C
uando las cosas se complican es momento de reflexionar, de entender lo que pasa, de contrastar hechos, dichos y personas, y principalmente, no soltar el asidero de la esperanza en que las cosas se compongan, no por obra de magia ni desde el poder, sino por la organización del pueblo y desde abajo. El rumbo errático y catastrófico que lleva el país debe de enderezarse y por todas partes se perciben movimientos, opiniones y grupos que luchan para ello.
México, estoy seguro, es inmortal, está destinado a sobrevivir a sus momentos difíciles y trágicos, y a salir adelante, a pesar de que sus gobernantes son en abrumadora mayoría inexpertos, vanidosos, mal preparados y frecuentemente manipulados por las fuerzas del mercado y por los intereses externos, que si bien son poderosos y avasalladores, no son invencibles.
Desde luego, no todos los gobernantes de hoy son idénticos, pero sí los que están en los liderazgos principales o la mayoría de ellos, están cortados por la misma tijera; son jóvenes, cuidadosos de su apariencia, extraños a la cultura y a la historia de México, desconocedores de la geografía y en el fondo, inseguros, porque no tienen una clara tabla de valores que les sirva de guía y asidero en los momentos difíciles y en las crisis. Creen que entienden de finanzas y sólo repiten recetas enseñadas e impuestas desde afuera, aumentan el endeudamiento y no dan cómo incrementar ingresos propios ni cómo aumentar la producción; creen que saben de política y reducen sus conocimientos a los compromisos, a las intrigas palaciegas, a pactos, a negociar ventajas y privilegios que se otorgan y confieren unos a otros; creen saber de seguridad y apuestan todo a la fuerza, más soldados, más policías, más años de cárcel y contribuyen así a la escalada de terror y violencia e incrementan la desconfianza de los ciudadanos en el sistema.
En este marco de observaciones generales, destacan los ejemplos de dos vidas paralelas, las de los gobernadores de Puebla y Quintana Roo; ciertamente, son diferentes en edades, en estilos y en formación, pero comparten en sus respectivas biografías datos dignos de ser cotejados, comparados y base de reflexiones hoy indispensables. No se trata de una actividad ociosa, se trata de aportar elementos para el análisis y el diagnóstico de la clase política en los más altos niveles, con el fin de corregir para el futuro y superar lo que contribuya al desgaste social.
Ambos gobernantes son hijos de políticos que en otro tiempo gobernaron sus respectivos estados hoy bajo su control político. El que sus padres hayan sido en décadas anteriores titulares de los mismos cargos que ahora ellos ostentan nos da un primer dato importante; conocieron el ambiente político de México, desde dentro de las entidades que ahora gobiernan, en la plenitud del priísmo de la primera época de ese partido, cuando la oposición era aún testimonial, a veces aguerrida pero poco significativa. Para ambos, el conocimiento del gobierno fue el de un poder sin cortapisas, intransigente hacia dentro de sus entidades, pero obsecuente y sumiso ante el poder federal; eso es lo que aprendieron en casa, no ven con claridad que los tiempos han cambiado.
Ahora, al frente de sus gobiernos, ambos tienen una visión autoritaria y empresarial de sus cargos y a los dos les preocupa entre muchos problemas, uno en especial, el de la buena imagen, personal y de su entidad, pero no para atender necesidades de las mayorías o problemas de justicia o educación, sino para fomentar el turismo, ser polos de atracción de inversiones extrajeras y cumplir lo que ha sido la divisa de los gobiernos neoliberales: ser competitivos. En los dos estados, abajo, en las capas sociales menos favorecidas, el pueblo sufre carencias, atropellos, desplazamientos y los más valientes y contestatarios, persecución y cárcel. Eso no lo ven o no les interesa.
Por supuesto, no son los únicos gobernadores que pueden ser señalados de represores, pero en sus estados, las protestas populares han sido acalladas acusando a los manifestantes de diversos delitos equivalentes al emblemático de disolución social; ahora se tipifican otros, sabotaje, resistencia de particulares o ataques a las vías de comunicación, de eso es de lo que se acusa a quienes se manifiestan en resistencia a las decisiones gubernamentales.
En ambos casos, los gobiernos tratan de defender proyectos que tienen que ver con espacios atractivos para los visitantes extranjeros, sin importar la destrucción o deterioro del ambiente o de ámbitos o zonas culturales. En Puebla, especialmente Cholula y sus alrededores, y en Quintana Roo, los manglares y arrecifes de coral que los pescadores y campesinos defienden por que son su fuente de sustento.
Lo más grave es que, a quienes defienden patrimonio cultural y reservas naturales los han acosado, perseguido y consignado por delitos que no permiten la libertad provisional, y las acusaciones se extienden a defensores y periodistas; se trata en las dos entidades, de abusos del poder y de insensibilidad social extrema. Parece ser la marca de fábrica.

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