Javier Aranda Luna
E
n un texto espléndido que antecede a Los muros de agua, José Revueltas nos advierte que no debemos negarnos a ver el horror, a no cerrar los ojos ante lo monstruoso ni volverse de espaldas por más pavoroso que nos parezca.
Ver al horror desnudo era para este escritor que incursionó en la nota roja, una experiencia fundamental.
Recordaba que en La guerra y la paz, Tolstoi dio cuenta de cómo son enterrados vivos unos prisioneros mal fusilados. Tolstoi los vio, no cerró los ojos y los fijó en su novela para hacerlos verosímiles, pues
la realidad siempre resulta un poco más fantástica que la literatura.
Los normalistas de Ayotzinapa asesinados en Iguala emanan desde las fosas donde se han encontrado sus cuerpos mutilados, calcinados, baleados, ese aire de irrealidad que desafía a la realidad misma.
No cerrar los ojos ante ese horror desnudo, concreto, es el único antídoto con el que contamos para impedir que la impunidad se cobije en leyes, reglamentos, protocolos que más que acercarnos a la justicia frente a esa realidad monstruosa nos van alejando de ella con matices leguleyos.
El gobernador de ese estado asegura que existía la sospecha desde hace tiempo de que el alcalde de ese municipio transitaba por una zona oscura que le permitió amasar una fortuna considerable. Lo concreto es que la irrealidad del tiempo real no impidió que se perpetrara la matanza.
¿No convendría que los políticos mirarán el horror de esa barbarie perpetrada contra los normalistas de Ayotzinapa? ¿Qué miraran el rostro del horror desnudo?
La venganza es la justicia equivocada. La venganza ejercida desde el Estado que cuenta con el privilegio del uso legítimo de la violencia no sólo es un camino erróneo en un país democrático. No es una falla, una confusión, un yerro, un descuido, sino la prueba de un Estado fallido. Un Estado donde otros deciden, gobiernan al margen de la ley. Y sería terrible que la impunidad lo siga permitiendo. El no castigo, la impunidad, es la mejor forma de perpetuar esa barbarie. Esa barbarie que ven otros desde Europa, Nueva York o desde las calles de muchas ciudades donde jóvenes como los asesinados se atrevieron a mirar.
Ignoro lo que habría visto José Revueltas frente a las fosas de los normalistas de Ayotzinapa. Seguro algo muy distinto a lo que
venquienes nos ofrecen las cifras de muertos, los nombres sin rostro, con lenguaje de tinterillos del XIX que escuchamos en los años 70 cuando la guerra sucia y que ahora pretenden borrar, con tinta y altavoces, el rastro de la sangre. Algo distinto habría mirado José Revueltas a lo que la clase política mira pues sólo nos ofrece palabras huecas para combatir el horror.
Octavio Paz pidió en más de una ocasión el darle de nuevo transparencia a las palabras para saber que un sí es un sí y un no, un no. Esa transparencia no podrá devolverse con campañas mediáticas. Los responsables de la matanza del 68 no han dejado de serlo desde entonces. No existe mejor discurso que aquel que empata las palabras con la realidad aunque para hacerlo se tenga que mirar al horror desnudo: a los mal fusilados enterrados vivos de La guerra y la paz o a los rostros sin rostro por calcinación o desollamiento de Ayotzinapa.
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