sábado, 22 de septiembre de 2018

Ciudad confiada y confudida

Bernardo Bátiz V.
L
a ciudad de ciudades, la de todos los mexicanos, no sólo de los capitalinos o chilangos (aquí la hospitalidad abre las puertas a todos) está confiada y feliz, pero a veces confundida; sus problemas son muchos: tránsito, congestionamiento de vehículos ya no a ciertas horas, sino todo el tiempo; inseguridad creciente, contaminación del aire, escasez de agua. Sin embargo, a pesar de todo, la confiada urbe está siempre de fiesta.
No hay día en que alguno de sus múltiples barrios, pueblos o colonias celebre al santo patrono; se sabe de riesgos y carencias de todo tipo, sin embargo, parece que lo que prevalece es la fiesta y la convivencia; pase lo que pase la función debe continuar. De pronto, en una plaza o una avenida aparecen excelentes ejecutores de instrumentos musicales que, con su sombrero o el estuche del violín abierto para lo que guste dar el respetable, deleitan a los transeúntes que se detienen unos momentos contentos y asombrados.
En el Metro alguien canta con voz bien educada una melodía romántica que arranca suspiros a los pasajeros de más edad y, tal vez, una sonrisa emocionada a la oficinista que va camino a su trabajo. En las madrugadas, los cohetes de las fiestas de las iglesias interrumpen el silencio relativo con su estruendo seco e inconfundible; no son balazos, verdad, alguien comenta y todo queda en un susto para algunas mascotas y en el refunfuñar molesto de los que no quieren entender las costumbres y creencias populares. No faltan aguafiestas. Las cosas cambian, las serenatas se escuchan menos, pero una nueva música se esparce de las modernas bocinas de los reventones de los jóvenes y de los antros que proliferan.
La ciudad está viva y confiada; no paran sus habitantes de ir y venir, preocupados por la subsistencia que se dificulta, pero siempre dispuestos a alegrarse con cosas sencillas. Es admirable la cantidad de formas que tienen los capitalinos para buscar su sobrevivencia en este tiempo de crisis; se agencian todo tipo de trabajos formales e informales; al atardecer aparecen como por arte de magia en todas las esquinas de la ciudad: los negocios callejeros de comida, comales y sartenes surten a quienes regresan de sus labores y a sus familias de todo tipo de antojitos baratos y sabrosos.
Durante el día, en las esquinas, apelando a la solidaridad de los automovilistas, por unas pocas monedas en un alto del semáforo, surgen los espectáculos instantáneos de malabaristas, magos, payasos, mimos y otros personajes del show business popular. Los limpiaparabrisas, los vendedores de cacahuates japoneses, cigarros al menudeo y otras mercaderías comunes unas, otras asombrosas, se encuentran en cualquier calle y en todo rumbo.
Pero también hay confusión. Todo el país y la capital, por supuesto, viven en estos meses recientes el complicado proceso de entrega recepción, un gobierno se va y otro llega. En la capital se comparte la alegría por la cuarta transformación y simultáneamente se respira la tensión que este giro de la historia genera; todo el sistema burocrático capitalino trabaja para preparar informes, expedientes y cuentas para pasar la estafeta a quienes asumirán próximamente el poder.
En la Ciudad de México, a mi parecer, el proceso quedó en buenas manos: está un jefe de Gobierno que asumió con seriedad el interinato que le tocó y lo lleva a cabo con decoro y sin estridencias. No faltarán tropiezos, pero así heredó la administración. En mi opinión mucho mejor que quien, ante la lluvia de reclamos y críticas, prefirió escapar apresuradamente sin afrontar la derrota electoral ni el delicado trabajo de la entrega de la administración.
Quizá lo que en este momento más confusión causa a los capitalinos es que si bien no en todas las áreas del gobierno, si en algunas, se ve el fenómeno llamado año de Hidalgo. Muy atentos a esto deben estar quienes se quedaron a la entrega como quienes recibirán las riendas del poder. Mucho ojo.

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