sábado, 14 de mayo de 2011

La Marcha Nacional. Una bitácora del dolor y la rabia

Acentos

Epigmenio Ibarra
2011-05-13

Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Miguel Hernández
“Elegía a Ramón Sijé”

Tuvo que venir un poeta, Javier Sicilia, con su hijo muerto a cuestas para que, de nuevo, en medio del pasmo generalizado, volvieran las calles de la Ciudad de México a convertirse en ríos de indignación y esperanza. Tuvo que convocar un poeta, con toda la fuerza de su dolor y decir que, en este país que a tantos nos duele, “estamos hasta la madre”, para que los jóvenes, que ya no escuchan a los políticos, volvieran a marchar. Muy alto pagó este hombre el costo de su inaudito y vertiginoso liderazgo. Un hijo tuvo que perder asesinado para que su voz se volviera la de tantos.

Por mis hijos, con mis hijos, con Verónica me sumé a la Marcha Nacional. Tuve el privilegio de registrar con mi cámara esa larga caminata. Aún ahora, pasada una semana tengo presentes los rostros, las palabras, las emociones de muchas de esas decenas de miles de personas que se fueron sumando al llamado de Sicilia. Aún ahora, a una semana de la marcha, puedo sentir al evocarla el mismo nudo en la garganta y la misma rabia.

Nudo en la garganta, llanto a flor de piel por el dolor de los deudos que encabezaron la marcha. Por su firme y serena decisión de no resignarse y de pelear hasta encontrar justicia para sus muertos. Nudo en la garganta por su silencio, por la dignidad y la fuerza con la que Julián Le Baron llevó por tantos kilómetros la bandera nacional o por la incansable determinación con la que una pareja de padres, quienes perdieron a un hijo en la tragedia de la guardería ABC, marcharon juntos más de 90 kilómetros.

Algo bueno hay en este país que puede todavía marchar siguiendo los pasos a un poeta. Algo profundamente esperanzador hay en el hecho de que, pese a tantos muertos, tantos desplantes de un poder ciego y sordo, tanta corrupción de la clase política, tanta apatía, se reúnan decenas de miles en el Zócalo y escuchen, para rematar una larguísima marcha, la voz de otro poeta, David Huerta, decir que México, contra los muros, sigue soñando pesadillas.

Viendo esto: poetas que convocan a decenas de miles, la gente atenta escuchando testimonios de los deudos y luego la gente guardando cinco pesadísimos, eternos, sólidos minutos de silencio uno cae en la tentación de pensar que quizás, todavía, “la poesía —como diría Gabriel Celaya— es una arma cargada de futuro”. La única herramienta, a lo mejor, para promover una transformación profunda aquí donde los políticos han fracasado tan rotundamente.

“Bienvenida sea la revolución —decía Ricardo Flores Magón— esa señal de vida, de vigor de un pueblo que está al borde del sepulcro”. Bienvenido sea, debemos decir, parafraseándolo, este movimiento ciudadano, diverso, variopinto, espontáneo que es también, en hora tan grave para la nación, una señal inequívoca de vitalidad. Bienvenido sea ese aliento multitudinario de paz con justicia y dignidad; esa exigencia de que se nos escuche a los ciudadanos, de que se nos tome en cuenta.

Leo a articulistas criticar la marcha, decir que se desvió de su propósito inicial al exigir Sicilia, frente a la multitud, la renuncia del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna. Leo a otros decir que los radicales se apoderaron de la marcha y que esto quedó de manifiesto al escucharse en el Zócalo a la multitud gritar a coro: “Fuera Calderón”. Ni con unos, ni con otros estoy de acuerdo.

Algo había que pedir concreto, una muestra inmediata de voluntad, un gesto exacto a un gobierno que ha sido ciego y sordo al clamor ciudadano. Algo había que exigir a Felipe Calderón para demostrar, para demostrar con acciones, un mínimo de sensibilidad, de disposición al diálogo.

Pedir la cabeza de García Luna, controversial personaje de por sí y uno de los principales responsables de la sangrienta y fallida estrategia de combate al narco no es, de ninguna manera, una exigencia radical y desmedida, sino apenas consecuencia lógica del hartazgo ciudadano.

Que la plaza, por otro lado, gritara al unísono “fuera Calderón” no es sino resultado de la justa indignación de un sector, cada vez más importante de la sociedad, cansado de los excesos propagandísticos y la ineptitud criminal de un gobernante que, para ganar legitimidad, se lanzó a una guerra sin perspectiva alguna de victoria. ¿Qué otra cosa esperaba de esa gente reunida en la plaza quien sólo sabe verse en el espejo de la tv? ¿Ese que nos somete a tan masivo y artero bombardeo publicitario diciéndonos que no hay más ruta que la suya?

Admiro y respeto la prudencia y el cuidado de Sicilia y los organizadores de la marcha. Apoyaré en la medida de mis posibilidades su esfuerzo de transformación del país y el pacto nacional que promueven. Estoy convencido, sin embargo, de que se han quedado cortos y me sumo desde aquí al grito de aquellos que en la plaza exigieron la salida inmediata, vía juicio político, de Felipe Calderón.

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