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lunes, 16 de julio de 2012
Desde la otra mirada
Víctor Flores Olea
En una mirada sin pasiones pienso que, no obstante lo delicado de la situación el país, está esencialmente bajo control. Sí, los peñistas hubieran preferido que no se objetara la elección, así como los lopezobradoristas hubieran deseado una elección realmente limpia y sin las tremendas dudas que ha levantado. Incluso los primeros saben bien que la elección fue manchada por intervenciones espurias de todo tipo (el conjunto, votantes o no por Peña Nieto, vistos los usos y costumbres y la tradición tan arraigada en México de elecciones ilegítimas); ésta no podía ser la excepción. Con un objetivo principal al que apuntan claramente unos y otros: el conjunto de los gobernadores del PRI que, de alguna manera, han sustituido al rotundo poder presidencial que hubo en los casi 80 años de existencia del partido.
Por supuesto que el escenario es ya muy distinto, o comienza a ser muy distinto: en el tiempo, digamos, de la “dictadura perfecta”, las decisiones importantes pasaban invariablemente por la omnímoda voluntad del presidente, y desde luego la fundamental decisión del “heredero”. Hoy el desarrollo de los partidos políticos y la diversificación de los actores (de los liderazgos) han anulado ya (¿definitivamente?) ese atributo de todo poder del Presidente en funciones. ¿Es así? ¿Y dónde se ha depositado ese poder supremo decisorio?
En la retórica de los leguleyos de los medios, los que están prácticamente de manera invariable con el statu quo o con la situación más favorable para ellos, el supremo poder ha regresado a su matriz original: el pueblo, la voluntad popular, raíz de toda idea de democracia verdaderamente digna de ese nombre. Pero eso no es más que retórica, en general de la especie más barata y vulgar: sabemos bien que incluso en aquellas democracias que podemos considerar avanzadas son multitud los elementos de mediación que pueden encontrarse entre la voluntad popular y los resultados electorales.
Por ejemplo, no olvidemos que en Estados Unidos todavía hace una década la Suprema Corte de Justicia “interpretó” el sentido de la votación en Florida y otorgó la mayoría a George W. Bush sobre Al Gore.
Fraude electoral entre los fraudes en un país que se ostenta como impecablemente democrático.
Todo parece indicar que en México, en el tiempo posterior a la “democracia perfecta” en las manos de un solo hombre, el poder decisorio y más importante (la designación del sucesor) se ha trasladado al conjunto de gobernadores de los estados, quienes, en todo caso, se han constituido en el poder más fuerte para tal decisión. Así ha sido en el caso de Enrique Peña Nieto y, en principio, así será en el futuro, no porque las próximas sucesiones presidenciales se originen necesariamente en el “sindicato” de los gobernadores, sino porque ese conjunto tendrá sin duda enorme influencia. De ahí el temor fundado de que la sucesión de Peña Nieto pueda prolongarse por varios sexenios.
Pero no deseo ser tan drástico. Eso es verdad, pero debemos considerar que en México hay un desarrollo de partidos políticos y de liderazgos que ciertamente pueden escapar al condicionamiento de los gobernadores. El caso del PRD, con Andrés Manuel López Obrador, y antes del PAN, con Vicente Fox y Felipe Calderón, pueden ser buenos ejemplos de tales excepciones del nuevo curso político mexicano. Es decir, no hay un destino que nos encadene necesariamente al “sindicato” de los gobernadores, pero todo indicaría que en el futuro tendrán gran influencia. Pero un partido político de real alcance nacional o con un gran liderazgo, o la combinación de ambos, pudieran estar sin duda por arriba de la capacidad decisoria de los gobernadores.
Es verdad, mucho se ha dicho sobre la losa de desconfianzas y rémoras con que debe cargar EPN. Hasta el punto en que incluso muchos de sus votantes no ponen en duda que el PRI actual pueda haber echado mano de muchos de sus “recursos” y “triquiñuelas” tradicionales y bien sabidas para quedarse con la última elección. ¡Nada más faltaba! Si lo hizo durante 80 años, por qué no hacerlo una vez más, sobre todo cuando el PRI, en sus 12 años fuera de la primera magistratura, no pareció esforzarse en lo más mínimo para cambiar su imagen, y menos su comportamiento real. Para una mirada realmente objetiva, resulta un cuento chino el relevo o cambio de generaciones, con la apostilla de que hoy pueden ser más profundas las corruptelas.
Pero la cuestión que más ha “calado” entre los votantes de la última elección, priístas o no, es el caso de Atenco, que Peña Nieto ha reivindicado como obra suya, sin el mínimo matiz y con aires de que esa actuación o responsabilidad la asume casi casi como “salvador de la patria”, o en todo caso del infalible “orden”.
Ha “calado”, como decía antes, porque actitudes y “maneras” de esa naturaleza nos recuerdan con mucha exactitud, por ejemplo y por desgracia, a Gustavo Díaz Ordaz, de tristísima memoria. Recordemos que fueron los jóvenes del #YoSoy132 quienes trajeron nuevamente, en toda su dimensión, el atraco de Atenco.
Lo anterior pondría en la mesa de discusión el tema muy controvertido y preocupante de la posibilidad de que el joven mexiquense pudiera convertirse con cierta facilidad y “soltura” en un gobernante represor. Y tal cosa sería absolutamente catastrófica para el país, sobre todo sabiendo que, sin duda, surgirán muchos problemas y que frente a ellos se requerirá mucha paciencia, sabiduría y negociación con mano inteligente y suave, que hasta ahora no parece estar entre las cualidades de Peña Nieto. ¿O me equivoco? Sin duda, en los próximos años se requerirá una gran dosis de comprensión y negociación ante los problemas sociales que inevitablemente enfrentaremos, que es el polo político (recomendado por la ley) opuesto a la represión.
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