Eduardo Neri, nació en Zumpango del Río, el 13 de octubre de 1887, realizando estudios profesionales en la Escuela de leyes de Jalapa, Veracruz, en donde obtuvo el título de Licenciado en Derecho el 28 de septiembre de 1910.
A los 25 años, Eduardo Neri fue Diputado Federal en la XXVI Legislatura al Congreso de la Unión, en donde se ubicó como partidario del bloque renovador que simpatizaba con Francisco I. Madero, declarándose abiertamente en contra del dictador Victoriano Huerta.
Ante las constantes agresiones al Congreso, y en un contexto de crímenes políticos en contra de los legisladores opositores a la dictadura, el Guerrerense Eduardo Neri pronunció un discurso en protesta por la desaparición del Senador Belisario Domínguez, pieza oratoria que le ha valido el reconocimiento histórico por tratarse de un texto valiente que dignificó la labor de los legisladores.
Discurso
DISCURSO DE EDUARDO NERI ANTE LA DESAPARICION DE BELIZARIO DOMINGUEZ, EN EL SALON DE SESIONES DE LA H. CAMARA DE DIPUTADOS, EL 9 DE OCTUBRE DE 1913.
Señores diputados: Yo creí que al renunciar don Aureliano Urrutia a la cartera de Gobernación, el procedimiento Zepeda habríase extinguido; pero desgraciadamente, señores, el asesinato y el tormento siguen de pie, y a la lista de nuestros infortunados compañeros Gurrión y Rendón, tenemos que agregar el nombre del valiente senador Belisario Domínguez, a quien no parece que mataron hombres, sino chacales, que no contentos con quitarle la vida, devoraron sus restos pues su cadáver no aparece. Y tiempo es ya, señores, de que digamos al Ejecutivo, que no se atropella tan fácilmente a un puñado de ciudadanos que estamos aquí como consecuencia del sufragio efectivo.
Tiempo es ya de poner un parapeto a esos desmanes de hombres sin ley y sin conciencia. Y vos, ciudadanos Reyes, y vos ciudadanos Vera Estañol, que sois dos inteligencias, poned vuestros cerebros al servicio de la dignidad de este parlamento.
Es muy justo el dolor que sentís, ciudadanos Reyes, por la muerte de vuestro hermano, pero es más intenso el dolor que hiere nuestras almas cuando vemos que está abofeteándose a dos manos al Congreso de la Unión.
Es imposible que sigamos así, perdidas nuestras garantías; debemos reclamarlas virilmente. Es cierto que el señor ministro de Gobernación nos ha recibido con suma cortesía; pero, señores, seré franco, no parece sino que somos mendigos que tocamos a las puertas de los ministros pidiendo que por caridad se respeten nuestros fueros y se respeten nuestras vidas, como si ese libro inmortal que besara en sus primeras páginas el ardiente sol de Ayutla estuviese ya hecho pedazos.
Todos hablamos de patria, todos hablamos de ideales, todos hablamos de dignidad, y si realmente, señores, amamos esa patria, hoy más entristecida que nunca, si realmente somos dignos, formemos un congreso de valientes y sigamos tras nuestros ideales de libertad; no importa que entremos nuestras termópilas en ese camino de peligros en que nos amenaza constantemente la espada de Victoriano Huerta.
El Ejecutivo no quiere oír la voz de la razón; no quiere oír desde lo alto de sus horcas, en el camino de Cuernavaca, a esos infelices que con el cuerpo ennegrecido por la intemperie y la lengua hecha pedazos, le dicen que no es la senda para llegar a la victoria y, ciego de ira y de rencores, atropella nuestros fueros y arranca nuestras vidas, defendámonos. El Ejecutivo ha enarbolado frente a nosotros su bandera negra de restauración, de terror y de infamia, enarbolemos nosotros frente a él nuestra bandera roja de abnegación, de valor y de fe.
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