Víctor Flores Olea
Unos 30 estudiantes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México se manifestaron ayer en CU en apoyo a la toma del edificio de la rectoría Foto Jesús Villaseca
L
a Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha sido colocada nuevamente ante opciones indeseables: la intervención de las fuerzas del orden o la prolongación de la rectoría ocupada por un grupo de estudiantes y tal vez jóvenes profesores (entre los que seguramente se mezclan provocadores externos), absolutamente reprobable y que ha sido ya repudiada por la gran mayoría de los universitarios. Como decíamos: a la máxima casa de estudios del país se le sitúa otra vez ante un dilema inaceptable.
El rector José Narro Robles, en lo general y en lo particular, ha llevado las riendas de la institución con mano firme y segura, y cuando ha sido indispensable ha tenido la flexibilidad necesaria que le aconsejan la inteligencia y su vasta experiencia universitaria. La UNAM ha sido dirigida en los años recientes con talento y espíritu universitario, como en sus mejores tiempos.
Pero quienes también hemos vivido en la UNAM y con la UNAM durante largo tiempo, vemos que surgen las provocaciones y los provocadores de muchas veces, a los que es necesario enfrentarse con especial inteligencia y madurez universitaria. Y vemos también que hay facciones en la Universidad, que también siempre han existido, que en un momento tan delicado parecen desear forzarle la mano al rector para que se decida a llamar a la fuerza pública (personalmente o por conducto de los canales oficiales pertinentes, probablemente las procuradurías) para que detenga a los provocadores y a los jóvenes estudiantes y profesores que nuevamente han puesto a la UNAM al filo de la navaja. Acto éste en el que insisten, decía antes, algunas facciones que se sitúan en la extrema derecha del espectro político, universitario y nacional.
Algunos de los ocupantes de rectoría utilizan capuchas, y éstos parecen ser algunos personajes que ya aparecieron en el escenario del primero de diciembre pasado, causando también destrozos en el Centro Histórico de la ciudad. Debo suponer que las autoridades de seguridad nacionales y de la capital los tienen identificados, lo que facilitaría su acción una vez que abandonen el campus. La pregunta es: ¿por qué no los detuvieron antes de esta nueva irrupción antiuniversitaria?
La cuestión más seria que se plantea ahora es la de lograr que los secuestradores abandonen las instalaciones de rectoría sin intervención de la fuerza pública. Y me parece que para ello hay sobre todo dos líneas básicas de acción: la primera sería la de su aislamiento total de la comunidad universitaria (en lo cual se ha avanzado mucho con las abundantes declaraciones públicas de universitarios e instituciones de prestigio, que sin embargo pierden fuerza al provocar división y polémica cuando también convocan al desalojo por la fuerza de la rectoría); segundo, emprendiendo ahora acciones académicas que resulten insoportables para los invasores.
Pongo énfasis en el aspecto más negativo de un rescate por la fuerza policiaca, porque inevitablemente una acción de esta naturaleza traería consigo muy serias divisiones y opiniones encontradas y aun opuestas en la comunidad universitaria. Se correría el gran riesgo de maltratar demasiado el delicado tejido universitario y dejarlo maltrecho a un grado difícil de recomponer o recuperar en un tiempo previsible.
Por supuesto, no hablo de un diálogo genérico con los ocupantes, como método para resolver el problema, ya ensayado infructuosamente por las autoridades, sino a que las altas autoridades universitarias convoquen, por ejemplo, a una especie de congreso o magno diálogo entre especialistas universitarios para discutir a fondo la sustancia de una eventual revisión del plan de estudios del CCH y de los métodos pedagógicos más actuales para ponerlos digamos ‘‘al día’’. Recordemos que en la fundación de los Colegios de Ciencias y Humanidades hubo una muy amplia participación universitaria.
El plan de estudios y la estructura del CCH fueron elaborados en 1971, y necesariamente ahora requieren de una revisión cuidadosa y a fondo. Se trataría de que participen en este ejercicio los mejores universitarios en distintas áreas de las ciencias y las humanidades, y la pedagogía, y que allí vuelvan a escuchar los argumentos de los universitarios que han participado en el colegio en los pasados años (sin dejar de oír a los disidentes radicales). Me parece que un ensayo de esta naturaleza sería enormemente fructífero.
Que sea necesario un ejercicio así lo exigen los grandes descubrimientos recientes en el campo de la ciencia, las humanidades y la pedagogía –muchos admirables–, para que no dejen de estar presentes en los planes de estudio actualizados del CCH y en sus métodos pedagógicos.
Esto, desconociendo en el detalle la revisión más reciente de los planes de estudio del Colegio de Ciencias y Humanidades, que pudiera tener como principal ingrediente que ha sido criticado por los afectados, su vocación a satisfacer el mercado de trabajo y las necesidades empresariales, más que la formación intelectual y profesional del estudiante (en un medio específico como el mexicano).
Es decir, valdría la pena que los universitarios con mayor experiencia revisaran a fondo los planes de estudio del colegio, sin caer en las estandarizaciones en que ha incurrido la Comunidad Europea (como el Plan Bolonia, que hace hincapié sobre todo en la formación para la empresa y para el mercado de trabajo), y menos, decía antes, para la formación multidisciplinaria y polivalente del estudiante, del profesionista y del graduado al más alto nivel.
Varias de las críticas que, tengo entendido, se han externado en contra de las reformas al plan de estudios del CCH, se refieren esencialmente a esta educación para el mercado laboral, que considera menos la formación polivalente de los estudiantes y mucho más sus habilidades para ingresar al mercado del trabajo y satisfacer las necesidades empresariales. Aunque una formación realmente multidisciplinaria y polivalente los haría incluso mucho más aptos para el concreto trabajo profesional, en muy distintas actividades.
Una vez más hago votos por una pronta y prudente solución al problema universitario, uniéndome plenamente al reconocimiento y apoyo que ha recibido el rector José Narro Robles.
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