Elena Poniatowska
Fernando del Paso y Elena Poniatowska en el Palacio de Bellas Artes, durante una sesión del ciclo Memoriaen honor del escritor y dibujante, el 6 de abril de 2005 Foto Guillermo Sologuren
C
uando al gran editor argentino Arnaldo Orfila, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz decidió quitarle la dirección del Fondo de Cultura Económica por publicar Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, en 1966, muchos intelectuales, entre otros don Jesús Silva-Herzog, Guillermo Haro, Fernando Canales y Fernando Benítez decidieron crear una nueva editorial Siglo XXI (La Morena 430, esquina con Gabriel Mancera fue la sede).
El primer libro que salió a la luz e inició la colección de literatura fue José Trigo, de Fernando del Paso, joven dedicado a la publicidad, quien ese mismo año ganó el Premio Xavier Villaurrutia, que todos codiciamos por ser un galardón de escritores para escritores.
Hoy, jueves 12 de noviembre, la noticia del Premio Cervantes a Fernando del Paso es un rayo de sol.
Saber que él ahora lo recibirá es un regalo personal, una fiesta para La Jornada y otra para México. ¿Cómo se vestirá para recibir el Premio? ¿De verde pistache o de rosa mexicano? Porque no es sólo cómo escribe sino cómo se viste.
Sobrino nieto de Francisco del Paso y Troncoso, Fernando del Paso es un artesano de sí mismo, un pintor de paisajes interiores, un coleccionista de estados de ánimo que son los de todos, un joyero que engarza gemas y nos hacer un regalo suntuoso y totalmente inesperado.
En 1965 lo entrevisté y me dijo: “Un día pasé por Nonoalco en camión, quise hacer un cuento porque vi a un hombre cargando sobre el hombro un pequeño ataúd y lo seguí. Escribo según la inspiración. Fíjate que el tercer capítulo de José Trigo nació prácticamente de esa visión, meramente plástica; pasé un día por Nonoalco-Tlatelolco en un camión y vi esos campamentos a lo lejos y me gustaron muchísimo y un día fui especialmente a caminar por allí; observé los vagones transformados en casas con las macetas de geranios colgando, las cortinitas que les ponen, los tendederos de ropa de uno a otro vagón y me gustó muchísimo, ¡es tan plástico todo eso! y eché a andar; vi a un ferrocarrilero con una cajita blanca en el hombro y atrás una mujer que cortaba esos enormes girasoles que crecen en los baldíos y de esta imagen nació José Trigo,mi primera novela. Después iba los sábados a tomar notas y apuntes y escribí un texto que se fue haciendo inmenso y abarcó 536 páginas escritas a lo largo de siete años”.
El cuentista Edmundo Valadés, autor de La muerte tiene permiso, saludó a José Trigo como el mayor acontecimiento literario de México y sostuvo siempre que si algún novelista merecía el Nobel en nuestro país, ese era Fernando del Paso; Juan Rulfo declaró: “José Trigo es la más formidable empresa que en el territorio idiomático se haya intentado en Hispanoamérica. Es una novela barroca, sí, pero como dice Carpentier: en América Latina si no somos barrocos no somos novelistas”.
El gran crítico José Luis Martínez fue más cauto, pero alabó el tenso ejercicio verbal del escritor de 31 años, en ese entonces, y afirmó:
Del Paso ha elaborado una estructura formal cuya complejidad no tiene paralelo en la literatura mexicana. Soberbio, Fernando pasó por encima de las críticas buenas y malas con la suprema fortaleza que lo caracteriza. Ajeno a las mafias y a las capillas, tampoco pretendió hacerse amigo de críticos literarios o de escritores ya célebres. Para él, en México la gente se junta en gremios: zapateros, plateros, barrenderos. Y los escritores se reúnen para no sentirse tan solos. “A las personas a quienes quería que les gustara José Trigo, les gustó. Y eso me basta” –me dijo en aquella ocasión.
“Sé que el libro es muy difícil y necesita la colaboración del lector, pero así me salió. No hice otro libro, hice José Trigo.”
Cuando pienso en Fernando del Paso me invade un sentimiento de asombro y de admiración; sus novelas están infinitamente documentadas, pulidas, trabajadas, cinceladas, re-escritas, intencionadas y a la vez libres porque él no le hace una sola concesión al lector. Tampoco se la hace a los sucesivos gobiernos que nos han asolado con su incapacidad y su corrupción.
Después del monumental Palinuro de México, estudiante de medicina que termina muriéndose en 1968, Noticias del Imperio fue una fiesta no sólo para Fernando, sino para nosotros. Maximiliano y Carlota me llevaron de la mano del castillo de Miramar en Trieste al de Chapultepec pasando por todos los castillos que Fernando dibuja con esmerada obsesión.
Probablemente seas una de las pocas personas que conozca el Castillo de Miramar en Trieste–me dijo Fernando–. Junto con otros visitantes pasé de la recámara nupcial de baldaquino de terciopelo rojo al pequeño salón fumador decorado a la oriental siguiendo la moda de la época y durante el recorrido me acompañó Fernando del Paso en el pensamiento y descubrí que la biblioteca le rinde homenaje al liberalismo de Maximiliano, ya que los cuatro bustos de mármol que la presiden son de Dante, Shakespeare, Homero y Goethe. Pude comprobar que los libreros imperiales contienen obras de otros pensadores igualmente liberales.
Fernando del Paso es posiblemente el más extraordinario de los escritores mexicanos. Autor de novelas de primera, se ha distinguido por su erudición y su don de investigador: nada deja al azar, nada a la Divina Providencia.
Toda su obra está infinitamente documentada y si los editores no se las arrebataran, estaría probablemente investigando el día de hoy, acompañado por su admirable Socorro, su mujer de sol y de sombra, su escudera que lo acompaña de día y de noche, su mujer de todas las alegrías y de todos los infortunios
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