martes, 20 de junio de 2017

Los miedos al populismo

José Blanco
P
recisa e insuperablemente breve fue la descripción de lo que constituyó la justa electoral del pasado 4 de junio en el estado de México; la dijo Héctor Aguilar Camín: estercolero. Me parece que nunca en el pasado había oído y leído un acuerdo de tal magnitud sobre la definición de esa justa: una elección de Estado. Tampoco nunca en el pasado recuerdo haber visto el uso de tal cantidad de tipos de recursos, y la magnitud de cada uno, que fueron operados con recursos robados a todos los mexicanos, para ganar electoralmente y perder políticamente, una elección. Los políticos no pobres, atlacomulquenses, y del PRI en su conjunto, han dado un paso más (o varios), hacia su desbarrancadero. La ilegitimidad del PRI corroe sus cimientos con velocidad creciente.
No deja de sorprenderme, frente a esos hechos, el aseado caminito jurídico que está siguiendo AMLO, lo que está muy bien, pero ello ocurre en la más extrema inmovilidad política. Creo que la política se hace en las instituciones, pero también se hace, y es indispensable, al aire libre. AMLO lo sabe, pero su estrategia política actual me resulta aún un enigma.
Debía ocuparme de la atrocidad mexiquense y, por tal razón, comento ahora a mis eventuales lectores, interrumpí mi personal glosa al tema que da título a este artículo.
El tema es asunto de intenso debate en vastas regiones del planeta, pero sobresalen Europa y Estados Unidos; hasta donde percibo, mucho menos en América Latina.
Estaba ya en debate, cuando creo que lo avivó sensiblemente aquella muy comentada intervención coloquial de Obama, en la conferencia de prensa que, en julio del año pasado, en Canadá, dieron conjuntamente el mencionado presidente Obama, el primer ministro Trudeau y el presidente Peña.
Una periodista estadunidense hizo una pregunta a EPN, en tono punzante: que si equiparaba a Trump (entonces aún candidato dentro de las primarias del Partido Republicano), a Benito Mussolini o a Adolfo Hitler. EPN resbaló la pregunta, pero dijo, una vez más, “en este mundo hoy se presentan en distintas partes, actores políticos, liderazgos políticos, que asumen posiciones populistas y demagógicas, pretendiendo eliminar o destruir lo que se ha construido, lo que ha tomado décadas construir, para revertir problemas del pasado…; esos liderazgos o esos políticos recurriendo a la demagogia y al populismo venden soluciones o respuestas a problemas, lo cual no es así de fácil ni así de sencillo”. Obama intervino y comenzó diciendo: He oído en otros sitios diversas tesis acerca del populismo. Yo no estoy preparado para conceder que parte de la retórica que hemos escuchado es ser populista. En 2008 cuando yo era candidato, y el motivo por el cual fui candidato y el motivo por el cual después de dejar el gobierno voy a trabajar en el servicio público, es porque a mí me interesan las personas, los individuos, y quiero que todos los niños y las niñas tengan las mismas oportunidades que yo disfruté, y continuó con una larga lista de los valores que profesa, acerca de los trabajadores, su voz y sus derechos; de las mujeres, y, en fin, de muchas más de sus preocupaciones de orden social. “Supongo, terminaba Obama, que con eso podría decirse que yo soy un populista, frente a otras personas que nunca se han preocupado por los trabajadores, que nunca han luchado en cuestiones de justicia social, o asegurarse que los niños pobres tengan una oportunidad o que reciban atención médica, y que de hecho han trabajado en contra de la oportunidad económica para los trabajadores y las personas ordinarias…”; y remató afirmando: “… hay personas como Bernie Sanders, que se merecen ese título porque él realmente se ha preocupado y ha luchado para alcanzar condiciones como las que he referido…, podemos decir que Bernie y yo compartimos esos valores y objetivos y cómo lograrlos”.
Peña se refirió a Trump, en aquel momento, típicamente, desde la óptica neoliberal. Obama, en lenguaje coloquial, hizo una conexión oblicua con las palabras de Peña, mediante la exposición de sus valores y, en síntesis, dijo que, si eso era ser populista,Bernie Sanders y yo somos populistas. Obama, reapropiándose del término y reivindicándolo.
La importancia que la élite económica y política mexicana atribuye al tema es tal, que la 80 Convención Bancaria de marzo pasado fue titulada El dilema global: liberalismo vs. populismo. Peña presentó ahí una amplia ponencia. Registro aquí apenas una definición: ¿A que me refiero cuando hablo de populismo?, a posiciones dogmáticas que postulan soluciones aparentemente fáciles, pero que en realidad cierran espacios de libertad y participación a la ciudadanía. Esto en contraposición a la sociedad de ciudadanos libres que hemos logrado como país en la que el papel del Estado es ser garante de esta libertad abriendo oportunidades para el desarrollo. No me ocuparé del Estado decimonónico inmerso en ese discurrir. Importa subrayar que en la ponencia de EPN, el populista de referencia era AMLO.
De modo que, según EPN, tanto Trump como AMLO, son populistas: ¿son la misma cosa? Pues no, están muy lejos de serlo, pero como veremos, existen motivos para que desde la óptica neoliberal ambos personajes sean caracterizados como populistas. No sólo Peña, muchísimos neoliberales tienen esa misma posición. Para algunos el término populista es un insulto arrojadizo; para otros, un peligro que es necesario conjurar; para otros más es una soberana idiotez. Seguiremos.

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