Jesús Vargas*
E
l pasado 16 de enero murió María Fernanda Campa, interrumpiéndose una trayectoria de 60 años de lucha por las causas sociales. Vayan estas palabras en su memoria.
La conocí en marzo de 1993, yo estaba escribiendo la biografía de Consuelo Uranga, su madre, y la busqué para que me platicara de ella. Así nos hicimos amigos y en los años siguientes me ayudó en todo lo que pudo para lograr mi objetivo.
Aquella primera entrevista me ayudó a resolver muchas preguntas respecto a la vida de Consuelo y a dimensionar su grandeza como militante y como madre de dos mujeres con las que mantuvo una relación especial y cercana.
Ahora que se ha ido Fernanda, quiero compartir las palabras que ella me transmitió cuando platicamos de Consuelo.
“Crecimos en una colonia de obreros, de trabajadores. Nuestra casa era muy sencilla, como todas, ella con sus dos hijas, era la única mujer que vivía sola, sin el marido, pero la respetaban. Era muy querida por todos los del barrio, hombres y mujeres. Era la que inyectaba, si era necesario se levantaba en la noche, se interesaba realmente por ayudar a la gente, era generosa y nada ideologizante. No asistía a la iglesia, pero nadie se ofendía. Era muy respetuosa de las creencias. En una ocasión nos metimos en una iglesia y empezamos a jugar con el agua bendita, en cuanto mi mamá se dio cuenta, nos sacó y nos regañó como pocas veces, nos dijo que si queríamos respeto para nuestras convicciones, teníamos que respetar las creencias de los demás.
“La educación que nos dio fue totalmente libre, nada aprensible pero muy responsable. Yo no me acuerdo de haber sufrido la soledad. Vivíamos solas, a veces teníamos miedos, pero a los 10 años, mi hermana y yo cargábamos la llave de la casa.Y ella nos decía: cuídense de los ladrones, si se hace noche y algo pasa griten, si se pierden pidan un taxi, le dicen donde viven y le piden dinero a algún vecino.
“A veces llegaba y nos decía que se había quedado sin trabajo y que sólo íbamos a comer frijoles y papas. Nosotras nos apegábamos con gusto a lo que fuera. En ese ambiente de persecuciones y cárcel tuvimos que aprender muchas cosas, fuimos niñas muy precoces, maduramos muy pronto. Te digo por ejemplo que ella dormía con una pistola bajo la almohada, era calibre 38, al principio me parecía inmensa, pero desde la adolescencia nos enseñó cómo usarla y cómo guardarla.
“En 1957, a los 17 años, entré al Partido Comunista, al año siguiente ingresé a la Vocacional y fue cuando conocí a Raúl, él ya era de los dirigentes de la Juventud Comunista. Se nos encomendó organizar a los jóvenes de todo el país, entonces elaboramos un documento en el que señalamos que sólo había condiciones entre el estudiantado, que todo lo demás era dispersión. Logramos avances en el Politécnico y en las normales rurales. La revolución cubana le dio un gran impulso a la organización estudiantil.
“En 1965 hubo una gran discusión en torno a la línea de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos donde nosotros sosteníamos una posición diferente dentro del partidos al final quedamos excluidos sin que se hubiera declarado una medida formal, pero nos excluyeron; sin embargo, para el año de 1967 habíamos logrado que en todas las escuelas del Politécnico se formara cuando menos una célula.
“En el mes de julio de 1968, cuando la represión en la Ciudadela, Raúl estaba en un congreso en Oaxtepec, llegó el 30 de julio a físico matemáticas. Yo estaba trabajando en Pemex y durante la huelga colaboré en todo lo que se pudo, al principio me tocó participar en la organización de la coalición de maestros que desempeñó una actividad muy importante, sobre todo al principio. Conocíamos a varios de los dirigentes más sobresalientes de la universidad, como Guevara, El Búho, Marcelino, eran nuestros cuates.
Muchos estudiantes de ingeniería del IPN trabajaban también como obreros en la refinería, ellos eran los encargados de llevar la información de la huelga a los trabajadores y estaban tan integrados que cuando se hizo la represión el 27 de agosto en el Zócalo, hicieron un paro en la refinería y se corrió el rumor de que se acabaría la gasolina.
Después de la huelga de 1968 Fernanda se concentró en su trabajo en Pemex, donde hizo historia por sus posturas en defensa de la soberanía del petróleo. Al igual que Consuelo, su madre, nunca dejó de participar en alguno de los frentes de la lucha popular. Hasta el año 1995 lo hizo junto con Raúl Álvarez. En los últimos años simpatizó con Andrés Manuel López Obrador, sobre el cual compartimos muchas opiniones y posturas.
Con la muerte de Fernanda pierdo una amistad que venía de años y que en el camino fue dejando muchos motivos de admiración y de un sincero respeto por lo que ella representaba. Pierdo la relación con una mujer sabia, que se adelantó denunciando desde los tiempos de Salinas, el despojo del petróleo. Pierdo a la hija de Consuelo, a quien he considerado como una de las mujeres revolucionarias de mayor estatura en la historia de este país, con Fernanda se va también el último vínculo directo que me quedaba con su madre. ¡Cuántas horas, cuántos días, cuántos años me faltaron para seguir hablando contigo de tus historias y de todo lo que sabías Fernanda!
*Historiador. Libro reciente: Villa bandolero
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