John M. Ackerman
L
o más destacable de los 12 meses que han trascurrido desde la revolución ciudadana del 1º de julio de 2018 es, por un lado, la absoluta congruencia de Andrés Manuel López Obrador y, por el otro, la estabilidad política y económica que se vive en el país.
Primero, López Obrador ha ido cumpliendo con cada uno de sus compromisos de campaña sin variar un ápice su proyecto inicial. Lo normal es que la victoria y el poder transformen a los seres humanos. La realidad se ve diferente desde las alturas y los mareos pueden ser fuertes y profundos. El borracho y el cantinero tienen perspectivas distintas y siempre hay tentaciones para abusar de los cargos gubernamentales.
Por ejemplo, a estas alturas, 12 meses después de la elección y siete meses después de asumir la Presidencia, Vicente Fox ya había traicionado la esperanza del pueblo mexicano y pactado con el viejo régimen. Igualmente, Felipe Calderón había lanzado sorpresivamente, y sin consultar a nadie aparte de Washington y el Pentágono, una cruenta
guerra contra las drogas. Enrique Peña Nieto, por su parte, ya contaba con docenas de presos políticos y tenía el país en llamas por su terca insistencia en las corruptas reformas educativa y energética.
Pero López Obrador sigue siendo exactamente lo mismo de siempre: un hombre humilde, honesto y trabajador que se levanta muy temprano para revisar las estadísticas delictivas del día anterior, girar órdenes a su gabinete de seguridad y sostener un diálogo circular con los representantes de los medios.Trabaja 16 horas al día los ocho días de la semana sin aflojar el paso por un segundo en su compromiso con la transformación del país.
La austeridad republicana es ya una realidad. La venta del avión presidencial y los autos de lujo, la reducción de los salarios de los altos funcionarios, el recorte de plazas innecesarias, y la eliminación de asesores, viajes, gastos y contratos onerosos ya están generando un importante superávit fiscal. La recaudación de impuestos también se ha aumentado en comparación con los años anteriores. Y la eliminación de tajo de la corrupción y el huachicoleo empieza a enderezar la nave del Estado y canalizar los recursos públicos a la resolución de los grandes problemas nacionales.
Ya fluyen las becas para jóvenes, estudiantes, discapacitados y personas de la tercera edad. Se aumentó el salario mínimo y se aprobó una histórica reforma laboral que garantiza la democracia sindical. También se modificó la Constitución para incluir el principio de paridad de género en todos los gabinetes, candidaturas y cuerpos colegiados del país.
Se han iniciado los trabajos de la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya, el plan de desarrollo transístmico, la construcción de caminos rurales y las 100 nuevas escuelas universitarias. Y ayer se inauguraron formalmente los trabajos de la Guardia Nacional, un nuevo cuerpo de seguridad que combina un mando civil, con una lógica de protección ciudadana y extensa capacitación en derechos humanos, junto con la disciplina y el patriotismo de las fuerzas armadas.
Los niveles de violencia siguen todavía en un nivel inaceptable. Sin embargo, por primera vez en años los muertos no son por culpa del gobierno en turno, sino a pesar de su constante esfuerzo por pacificar el país. No ha habido una sola masacre cometida por las fuerzas del orden durante el sexenio actual. Por fin contamos con un jefe de Estado que quiere proteger y apoyar a los grupos vulnerables en lugar de asesinarlos o desaparecerlos.
Segundo, a pesar de los histéricos gritos de parte de los comentaristas de derecha, la llegada de un gobierno de izquierda a Palacio Nacional no ha generado ni polarización política ni inestabilidad económica.
López Obrador ganó hace un año con 53 por ciento de la votación, pero hoy cuenta con el abrumador apoyo de casi 70 por ciento de la población. Las llamadas marchas anti-AMLO han sido muy poco concurridas y cada vez pierden más influencia los medios y los botsfinanciados por la oligarquía. La libertad de expresión está garantizada, se diversifica la oferta mediática y cada día mandan más las audiencias.
El valor del peso se ha mantenido estable. Hoy cuesta exactamente lo mismo comprar un dólar estadunidense, 19.1 pesos, que costaba el 1º de julio de 2018. Y no ha habido fuga de capitales o un colapso en la confianza de los inversionistas nacionales o extranjeros, sino todo lo contrario. Los empresarios siguen apostando al enorme potencial de la economía mexicana.
Es cierto que el viraje radical en el gasto público ha afectado temporalmente las cifras de crecimiento económico, pero el país no se encuentra ni cerca de entrar en recesión o depresión. Al contrario, la expectativa es que haya un fuerte repunte de crecimiento una vez que se consoliden los nuevos proyectos de inversión social, seguridad pública e infraestructura. Avanza con paso firme la Cuarta Transformación.
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