Bernardo Bátiz V.
E
l abogado a cargo de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda, doctor Santiago Nieto, demuestra con su actuación conocimientos y trabajo, que se cumplen las promesas de combatir corrupción e impunidad; no se le escapan los que en la terminología que va quedando atrás eran los
peces gordos. Sus redes son fuertes y eficaces, buenas para capturar a esa clase de fauna; sus pesquisas no tienen límites ni hacia los lados ni hacia arriba, investiga y denuncia a quienes dan lugar a ello.
Hace unos días, en el programa de la periodista Carmen Aristegui, reveló el abogado un caso notable; quien fue el consejero jurídico del presidente Peña, es hoy investigado bajo la sospecha de encabezar una red de extorsiones a personas a las que Hacienda congelaba fondos y cuentas bancarias. El sistema parece sencillo: el abogado de la nación, según esta revelación, recomendaba despachos jurídicos de amigos para litigar contra la nación. Imagino que los despachos cobraban bien y quien recomendaba y daba facilidades se llevaba su parte.
La entrevista me hizo esbozar una sonrisa. Me recordó un ensayo que presenté no hace mucho ante el Senado, cuando, sin haberlo pedido, tuve el honor de ser incluido en la terna para fiscal general de la República. En ese trabajo compartí una referencia histórico-literaria que incluí entonces y puse a consideración de nuestros
padres conscriptoscomo se conoce a quienes integran esa cámara del Congreso; la resumo ahora, esperando que al menos provoque en algún lector, como en mí, una sonrisa.
Mencioné entonces que la historia es maestra de la vida, lo cual constituye un lugar común; sólo que agregué que yo prefiero a otra maestra, a la historia pasada por el tamiz de la corrección de estilo de un buen novelista y todavía mejor si se trata de un observador imaginativo y de pluma ágil, como el escritor y político del siglo XIX don Manuel Payno. Recordé sus pintorescos y agudos cuadros costumbristas de la novela Los bandidos de río Frío, por cuyas páginas desfilan ante el lector personajes que muestran lo que fue la vida de México durante las primeras décadas a raíz de nuestra separación de España, lograda el 27 de septiembre de 1821.
Al leer a Payno topamos con prototipos de la época, como don Espiridión, quien reclamaba como herencia de su pupilo Moctezuma III, nada menos que la propiedad de los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl, con todo y nieve; con el altivo aristócrata conde del Sauz; con Mariana, víctima de los cambios sociales; con Cecilia, la frutera, a quien el culto abogado don Pedro de Olañeta contemplaba con embeleso entre los colores y olores de sus frutas en el mercado del Volador. Desfila doña Pascuala, quien soportó en el rancho La Ladrillera un insólito embarazo de 13 meses; conocemos lo mismo al pundonoroso militar que al ladino tinterillo o al bandido del camino real, resentido y vengativo.
Entre los tipos más acabados de ese gran mural de anécdotas y personajes, aparecen en escena dos altos funcionarios públicos, prototipos que se han reditado a través de los años, ejemplos de corrupción e injusticia, males que nos han pesado como una lápida.
Se trata del coronel Relumbrón, jefe de ayudantes del presidente de la República, y del juez Crisanto Bedolla, ambicioso abogado que llegó a la capital para escalar y ascender en su carrera, sin atender a escrúpulos morales o deberes jurídicos.
A Relumbrón, lo describe Payno como un militar sin batallas, ajeno a fatigas castrenses, carente de honorabilidad, enfundado con frecuencia en uniformes de gala, asiduo a los bailes de sociedad y a las antesalas del Palacio Nacional; en su doble vida, era el cercano e influyente auxiliar del Presidente de la República y al mismo tiempo, imagínense ustedes, quien armaba y protegía a los asaltantes de los caminos, les avisaba cuando iban a salir partidas de soldados a perseguirlos, les compraba lo robado y repartía las ganancias, quedándose con la mejor parte. Un pillo sin duda.
El juez Bedolla –relata Payno– escaló con habilidad, con zalamerías e intrigas, uno y otro puesto, desde escribiente de un juzgado de paz hasta juez de primera instancia de la capital de la República. Equivalente hoy, al menos, a magistrado o juez federal y en una de esas, a ministro de la Corte.
Los prototipos importan porque se reproducen y multiplican a través de la historia con distintos títulos y cargos, pero conservan características atribuidas a Relumbrón y a Bedolla, se nos aparecen repetidos a través de los tiempos. Estamos en una nueva etapa que pretende ir a la raíz de los males de México y no podemos sino felicitarnos de que los abusos e ilegalidades ahora se investigan y consignan, pero no deja de asombrar que en el siglo XIX el jefe de los bandidos fuera el ayudante del señor presidente y más asombroso aún, que 200 años después se descubra que la historia se repite, se copió a sí misma y hoy se persigue a otro Relumbrón y a otro juez venal.
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