Pedro Miguel
H
ay que ser críticos frente al poder, se pavonean ahora quienes han servido durante décadas al poder político, ya sea por convicción, por dinero o por ambas cosas, aunque la segunda les haya abundado: carretadas de expedito, inagotable, hermoso dinero. Los nombres de buena parte de ellos –no de todos– están en una conocida y pública lista de la infamia que no tiene sentido reproducir aquí.
Hay que ser críticos frente al poder, se ruborizan los que fueron o siguen siendo soldados del que fue soldado del PRI, los que aceptaron como normal que el poder financiero impusiera a golpes de tarjetas Soriana a un muñeco de aparador gestado en las entrañas del poder televisivo.
Hay que ser críticos frente al poder, claman quienes a media matazón aplaudieron al narcogobierno de Felipe Calderón, incrustado en Los Pinos por los poderes combinados de las cúpulas empresariales, la televisión privada, la mafiocracia de las instituciones electorales y la embajada de Estados Unidos, y luego infiltrado por el poder del cártel de Sinaloa.
Hay que ser críticos frente al poder, exigen los que han tenido el control de las dos mafias culturales que se repartieron por sexenios la parte del león de las dádivas oficiales, los contratos para adulterar la historia y los subsidios privados para cortesanos sumisos.
Hay que ser críticos frente al poder, predica un enjambre de columnistas que han vivido de vender al mejor postor –corporativo o político– menciones favorables, golpeteos, calumnias y mentiras.
Hay que ser críticos frente al poder, aconsejan quienes ahora mismo entonan alabanzas de muy dudosa gratuidad a los actos de poder de gobernadores de oposición –sin importar cuán rupestres sean–, de esos tecnócratas en apuros que aún pululan en institutos, organismos descentralizados y comisiones autónomas, de dueños de membretes que se ostentan como la sociedad civil pura y legítima.
Hay que ser críticos frente al poder, imploran los que de día y en público son adalides de la democracia liberal y por las noches y en sigilo comandan campañas de intoxicación de la opinión pública, asistidos por el poder informático de centros de cómputo en los que viven cientos de miles de ciudadanos imaginarios y, por supuesto, opositores furibundos y procaces al gobierno federal.
Hay que ser críticos frente al poder, demandan los que de 1988 en adelante hicieron fama y fortuna calumniando a oposiciones de izquierda y a los movimientos sociales: traten de recordar, por ejemplo, algunas de las víctimas de las infamias e insidias urdidas por esas mismas bocas y plumas y computadoras ciudadanas, demócratas, liberales, modernas que hoy pintan su raya frente a la 4T y alertan de los riesgos de dictadura: Cuauhtémoc Cárdenas, los movimientos estudiantiles, los zapatistas de Chiapas, Las Abejas de Acteal, López Obrador, los electricistas del SME, el magisterio democrático o los estudiantes de Ayotzinapa.
Hay que ser críticos frente al poder, solicitan los que hoy se baten con denuedo en defensa de la libertad de expresión contra un enemigo inexistente; los mismos, curiosamente, que jamás han alzado la voz ante el abusivo control de las líneas editoriales por parte del poder accionario de los dueños de los medios; los que desde siempre han llamado
libertad de prensaa la libertad de empresa; los que veneran en su altar deontológico a los periódicos gringos que no suelen mentir menos que los mexicanos pero que lo hacen, sí, con mayor elegancia.
Hay que ser críticos frente al poder, ruegan los que hoy señalan con el dedo al Gran Satán en el Ejecutivo federal, pero comieron por muchos años de la mano de esa misma institución y también, claro, del plato de supremas cortes cortesanas, de legislativos lambiscones, de autoridades electorales fraudulentas, de potentados que imponían sus caprichos avaros y devastadores al conjunto del país.
Hay que ser críticos frente al poder, plantean los que siguen abogando, en nombre de la pluralidad, por el regreso al pensamiento único del neoliberalismo corrupto. Seguramente olvidaron ya todos los epítetos que colgaron a quienes se atrevían a disentir de ese dogma: por ejemplo, ilusos, locos, irresponsables, incultos, populistas, estúpidos o demagogos.
Hay que ser críticos frente al poder, pregonan, en suma, los sempiternos sirvientes y protegidos de los poderes ilegítimos, fácticos, mafiosos y criminales que por décadas han asolado al país; los que se acurrucaron a la sombra de todos los poderes: el de Salinas, el de Cabal Peniche e Isidoro Rodríguez, el de Elba Esther Gordillo, el de García Luna, el de Rosario Robles, el de Calderón, el de Gastón Azcárraga, el de Marta Sahagún, el de Emilio Lozoya y Peña Nieto. En realidad, el único poder que no soportan, el que les causa
roncha y guácala, es el poder plebeyo instaurado por decisión soberana del pueblo.
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