César Moheno
L
os libros son como las personas. Llegan luminosos, se van, dejan siempre una estela de sentimientos. Sus pasos y sus voces resuenan siempre. A veces conversamos con ellos en murmullos, a veces de muy lejos; pero la distancia deja de existir cuando los conocemos y la conversación permanece sin uno sentirlo. De repente, en un giro del tiempo, regresan y el lenguaje nos acerca como si siempre hubiéramos estado juntos, borrado el intervalo del apartamiento.
Hace poco más de 20 años, en la primera parte de los años 90 del siglo XX, Robert Darnton llegó por primera vez a México. Ya era una celebridad: había publicado La aventura de la Encyclopédie; Bohemia literaria y revolución: el mundo de los libros en el siglo XVIII; El fin de las luces: el mesmerismo y la revolución; La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa; Edición y subversión: el universo de la literatura clandestina en el siglo XVIII, y Gente de letras, gente de libros. Las preguntas y preocupaciones que impulsaban su trabajo hacían que fuera considerado uno de los padres fundadores de la historia del libro y la lectura y, con ello, de la historia cultural. Junto con su amigo Roger Chartier eran los líderes de ese nuevo camino de la historiografía. Recibió con simpatía una invitación y, movido por la curiosidad, aceptó venir a ofrecer tres conferencias. Aquí fue recibido por un pequeño grupo de amigos que deseaban aprenderlo todo. El encuentro llegó al corazón de quienes lo vivieron.
Pese a la diferencia de edad y de experiencia académica, la confianza invadió la conversación. De la historiografía se pasó enseguida a la literatura, al amor compartido por ciertos lugares y personas, al beisbol, a los libros de todo, al cine, a la comida. Gracias a su enorme generosidad fue como si amigos fuéramos desde la famosa Serie Mundial de 1919 que perdieron los Medias Blancas de Chicago y que trajo en su cauda, como negra secuela, la expulsión de por vida de Shoeless Joe Jackson de las Grandes Ligas. Discutíamos cada uno de esos juegos como si los hubiéramos visto. Todos estábamos de acuerdo: el castigo a Joe Jackson era injusto.
Íbamos de sorpresa en sorpresa. Compartíamos recuerdos vividos y soñados. Sobre parques de beisbol, viejos reporteros, escritores, películas. Sobre Néstor Almendros y sus formas de fotografiar con luz natural, sobre Terrence Malick y suDías del cielo, en la que hacía un pequeño papel John Womack, nuestro historiador de Zapata y, claro, sobre El regreso de Martin Guerre, de Daniel Vigne, protagonizada por Gérard Depardieu y Natalie Baye, que estaba basada en un libro de la historiadora Natalie Zenon Davies, quien era una ídolo para nosotros y que, sorpresa, era la vecina de cubículo de Robert.
Su curiosidad sobre la comida mexicana aún no tiene paralelo: de la sopa de flor de calabaza a la cochinita pibil, de las tortillas azules a los chapulines, pasando por todas las variedades del mole, los chiles en nogada, los escamoles, los mixiotes de conejo, los tacos de todo tipo, los tamales de pavo, todo era celebrado con enchilada felicidad.
Ese encuentro feliz permanece en el tiempo. Desde entonces Robert Darnton ha publicado El coloquio de los lectores: ensayos sobre autores, manuscritos, editores y lectores; Los best-sellers prohibidos en Francia antes de la revolución; El beso de Lamourette: reflexiones sobre historia cultural; Las razones del libro. Futuro, presente y pasado, y El negocio de la Ilustración: historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800, todos en el Fondo de Cultura Económica, así comoPoesía y policía: redes de comunicación en el París del siglo XVIII, editado por Cal y Arena, sin contar los que sólo se han publicado en inglés. Su influencia en la historiografía contemporánea no ha dejado de crecer. Sus ideas sobre la importancia de las bibliotecas y las nuevas tecnologías para la vida académica y la investigación en humanidades se han convertido en un paradigma de la innovación.
Hace unas semanas regresé a un libro suyo que me regaló días después de nuestro primer encuentro, la edición francesa de Última danza sobre el muro, Berlín: 1989-1990. Pensaba así celebrar los 25 años del derrumbe del universo soviético representado por la caída del muro de Berlín. Se trata de un libro inmenso: un historiador de la cultura es testigo de acontecimientos capitales para la transformación del mundo y decide narrarlos en una crónica excepcional que rinde homenaje a Byron Darnton, su padre, y a su hermano John, ambos autores, editores y cronistas del New York Times. La grandeza y sensibilidad de la crónica de Robert los honra y desde aquí propongo al FCE que lo publique en español para goce de todos. Yo no sabía que estaría en México hace unos días. Fue una gran sorpresa cuando me enteré que un amigo se lo robaría una tarde y, al verlo, supe que pese a la distancia y al tiempo, nuestra conversación seguía fluyendo, como en los libros más queridos, en la frase en la que la habíamos dejado hace años.
La conversación y la lectura que aquel pequeño grupo de amigos hemos mantenido con Robert Darnton ha transcurrido en el tiempo en tres idiomas. Para darnos el último regalo nos contó que está aprendiendo español para poder hablar con nosotros en nuestra lengua. La confianza, la sorpresa y los amores, como los libros, siguen siendo los mismos. Su generosidad sigue regalándonos sonrisas.
twitter: @cesar_moheno
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