martes, 22 de marzo de 2011

México SA




AL: desigualdad perpetua

Concentración y pobreza

La filosofía del traspatio

Carlos Fernández-Vega
Para nadie es un secreto que América Latina es la región más desigual del planeta, y que gran parte de tal galardón se asocia a la férrea concentración del ingreso y la riqueza, de la mano de un mercado laboral que ofrece cada vez menos empleo formal y, cuando lo hay, con rápida tendencia a la precarización. No es gratuito que en el sector informal de la economía latinoamericana se aglutine más de 53 por ciento de la fuerza de trabajo ocupada, ni que la población juvenil sea una de las más afectadas.

No obstante, los gobiernos regionales (léase las gerencias) aceleran el paso para “flexibilizar” aún más el de por sí precarizado mercado laboral en beneficio del capital, sin que se altere la estructura concentradora del ingreso y la riqueza. Así, millones de latinoamericanos sobreviven con ocupación de “trapito” (se extiende un trapo en el suelo y se vende u ofrece lo que se pueda), condenados a la falta de seguridad social y los servicios mínimos de salud. Como señala la Cepal, “la existencia de economías que funcionan de manera segmentada acentúa paulatinamente las diferencias en el acceso al bienestar en las diversas familias y personas, y es uno de los mecanismos centrales de producción y reproducción de la desigualdad”. Las características del patrón de desarrollo predominante en la región muestran “una tremenda rigidez” en la distribución del ingreso, que se constituye en un factor que limita en forma activa el potencial de los países para reducir la pobreza.

El problema no radica sólo en los altos niveles de desigualdad que caracterizan a América Latina. “El escaso desarrollo de las economías de algunos países y la gravitación de sectores tradicionales caracterizados por la baja productividad han significado no sólo la perpetuación de la desigualdad, sino también la persistencia de altos niveles de pobreza. Pese al importante crecimiento del producto interno bruto per cápita en la gran mayoría de los países del continente desde la década de los 90, la región recién volvió a los niveles de pobreza e indigencia de fines de los años 80 al terminar el primer quinquenio del siglo XXI. Esto se debe en parte a los cambios en los patrones de desarrollo, cada vez más intensivos en capital y tecnologías, por lo que el crecimiento de la producción y la productividad se traduce en un comportamiento del ingreso de los hogares más lento”.

La aceleración de los procesos de globalización económica ha reforzado la interdependencia productiva y comercial de los países de la región, ligando sus ciclos económicos a los ciclos internacionales y, por tanto, redistribuyendo los riesgos de las fallas en el funcionamiento de diversos mercados globales, como es el caso de la reciente crisis en el mercado financiero y, sobre todo, en el de los fondos inmobiliarios de alto riesgo. Aun cuando en la región se ha fortalecido progresivamente la economía real, de tal forma que ya no se aprecian los característicos altos niveles de volatilidad en el crecimiento de décadas pasadas, tanto el funcionamiento de las economías internas como el de las internacionales afecta la estabilidad del acceso al bienestar. Esto se traduce en un frecuente tránsito desde situaciones de pobreza y privaciones hacia mayores niveles de bienestar, y luego a la inversa.


Imagen de la marginalidad en la ciudad de México Foto Roberto García Ortiz

Uno de los peores resultados de la persistencia de los significativos niveles de pobreza y el alto grado de desigualdad es la reproducción intergeneracional de la primera. Por ejemplo, casi la mitad de los niños de la región son pobres, ya sea en forma moderada o extrema. La pobreza infantil afecta a casi 81 millones de niños menores de 18 años (en México uno de cada cinco de ellos). La pobreza, ya sea entendida como insuficiencia de recursos para acceder a los bienes y servicios o como la privación directa de estos, es un fenómeno económico y social capaz de reproducirse por sí solo: la insuficiencia de recursos y su expresión en las privaciones afecta, por lo general, las potencialidades para el desarrollo de habilidades y adquisición de conocimientos que permiten ejercer adecuadamente la ciudadanía política y social, insertarse en el mercado de trabajo, obtener recursos y acceder a niveles de bienestar suficientes para que los hijos y las hijas logren romper esta cadena de pérdida de oportunidades.

La falta o pérdida de oportunidades de desarrollo no sólo menoscaba a las personas y sus familias, sino que mantiene las condiciones estructurales de heterogeneidad productiva y, en definitiva, la persistencia de segmentos de la economía caracterizados por la baja productividad, bastante informales en cuanto a contratación y protección y con inestabilidad en el empleo. Como es natural, esto perjudica los procesos de desarrollo económico de los países y merma sus capacidades competitivas genuinas a nivel internacional, sosteniendo muchas veces la participación en los mercados internacionales principalmente sobre la base de la contratación de mano de obra barata, desprotegida y poco calificada.

El panorama económico internacional ha mostrado cambios importantes a partir de 2007. Al aumento de la inflación a escala global registrado hasta mediados de 2008, sobre todo en lo referido al incremento de los precios internacionales de los alimentos y de la energía, se agregó una largamente incubada crisis financiera global que está afectando de forma significativa algunas de las economías de la región, en particular sus exportaciones y el flujo de remesas que las habían beneficiado en los últimos años. Pese a todo, considera la Cepal, algunos rasgos actuales de las economías latinoamericanas posibilitarían la aplicación de políticas anticíclicas destinadas a mitigar el efecto del contexto externo en el desempeño de la región, aunque en el intento hundan aún más a la población.

Las rebanadas del pastel

En Los Pinos están felices por su pírrica victoria: Carlos Pascual hace maletas y “regresa” al Departamento de Estado. Qué bueno, pero la sonrisa les durará muy poco: quien lo sustituya será igual o peor (más lo segundo que lo primero), porque la filosofía del “traspatio” no la maneja el inquilino del búnker de Reforma, sino el de la Casa Blanca. Gocen, pues, mientras llega el relevo, que también “cumplirá su objetivo” (Hilary dixit).

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