jueves, 16 de febrero de 2012

La cultura de los mexicanos olvidados


Elena Poniatowska

Hace más de 50 años, fui a El Tajín, cerca de Papantla, en Veracruz. Al atardecer y dentro del silencio y de la soledad bajo el gran vacío del cielo y el gran vacío de la tierra se erguían como huérfanas muchas pirámides y varios restos de edificios cubiertos de maleza. En esa época, a los sitios arqueológicos sólo los protegía un alambrado, era fácil meterse como los animales que pastaban dentro del Juego de Pelota e ignoraban los glifos y las grecas asociadas con Quetzalcóatl. No había un ser humano, o al menos así lo creí hasta que encontré, sentado sobre un escalón, mirando hacia el horizonte, vestido de calzón blanco a un viejito de sombrero y de rostro curtido por el sol.

–¿Usted qué hace? –le pregunté.

–Soy el guardián de las pirámides.

–¿Cuántas son?

–¡Uy, más de cien! Todos los días les doy una vuelta.

–Es mucha responsabilidad –asentí.

Nunca supe si recibía un sueldo. Él solito había tomado la responsabilidad de cuidar la zona arqueológica, él sólo vigilaba que los fundamentos de nuestro pasado, las piedras, no fueran a desaparecer. Durante el día y parte de la noche, el pastor Jesús Ramírez protegía su rebaño de pirámides.

Hace años también tuve una relación intensa con Jesusa Palancares, la heroína de la novela Hasta no verte Jesús mío. Vivía en una vecindad que parecía celda del Palacio Negro de Lecumberri. Una tarde la encontré sentada en un butaquito frente a su radio. Sobre sus rodillas sostenía un cuaderno en el que iba escribiendo lo que le dictaba el locutor. Era una clase de alfabetización por radio. Jesusa trazaba las consonantes con las patas para arriba y las vocales al revés y sin pensarlo dos veces la interrumpí:

–Pero Jesusa, a su edad, ¿para qué quiere aprender eso que le cuesta tanto trabajo?

Respondió:

–Porque quiero morirme sabiendo leer y escribir.

En los primeros días de este febrero murió a los 71 años el analista y politólogo Luis Javier Garrido, quien como dice otro analista ejemplar, su tocayo Luis Hernández Navarro, “no le dio tregua al poder”. Levantó su voz alta y digna para promover la educación, hizo todo porque la ciencia llegara a la sociedad. ¿Cómo es posible que nadie se pregunte de qué está hecho un celular? Promovió con sus escritos la defensa del petróleo y la de las causas sociales.

Los tres son un referente moral.

La cultura es pensamiento y es acción. En estos dos hombres y en esta mujer del México profundo yacen sus fundamentos. Ellos son punto de partida.

Si en nuestro país existen personajes con esta altura de miras, también nosotros podemos aspirar a la grandeza. Compartimos un destino a pesar de que vivimos en un México físicamente degradado. La cultura y la ciencia tienen que ver con la antropología y la arqueología, con la filosofía y la ecología, con el agua porque sin ella no podemos respirar y mucho menos escribir una sinfonía o un poema. ¿Cómo devolverles a mexicanos como el guardián de pirámides, la soldadera Jesusa Palancares y el humanista Luis Javier Garrido algo de lo mucho que nos han dado?

La propuesta cultural de la izquierda es rendirle honor a quien honor merece y ofrecer a los que vienen a relevarnos el respeto y el cuidado a su formación y su capacidad creadora.

Aquí adentro, tras de la frente, tengo desde hace ocho años la imagen de un hombre que sabe acompañar y preocuparse. Cuando la observo me repito: “¡Qué bueno que tenemos en México a un López Obrador! ¡Qué bueno que sobre la superficie de un millón novecientos sesenta y cuatro mil trescientos setenta y cinco kilómetros cuadrados llamada México hay un López Obrador capaz de amar, resguardar, ensalzar nuestro patrimonio cultural! ¡Qué bueno que exalte los valores que nos distinguen! ¡Qué bueno que él tome en cuenta a los olvidados! ¡Qué buena compañía la suya y qué bueno que podamos pensar en él como en un amigo, un defensor y un promotor de todo lo que amamos!”

Palabras pronunciadas en Morelia, Michoacán, el 14 de febrero, en la reunión de Morena Cultura

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