Luis Linares Zapata
Hoy termina el periodo de las llamadas precampañas. La veda silenciosa, prevista por la ley, difícilmente impondrá silencios o cerrojos sobre la electrificada inercia que ya traen los candidatos y sus inseparables equipos de operadores. En este mazacote de palabrería, gentíos y proyección de imágenes a contraespejo destaca en especial la perniciosa injerencia del señor Felipe Calderón. Soportado por los recursos públicos y por los mecanismos de autoridad de los que dispone, se ha venido entrometiendo en los asuntos que deberían concernir, en exclusiva, a los aspirantes a candidatos por los distintos partidos nacionales. Su diaria insistencia en aparecer en medios es apabullante. Por ahora todas las baterías del oficialismo que él dirige están enfocadas sobre el priísmo; pero, en un posible cambio de simpatías populares, también lo harían sobre las izquierdas. Tiene la dupla PAN-gobierno municiones de sobra y sin duda las usará con el mustio descaro y cinismo que acostumbra.
De manera harto parecida a la injerencia, por demás ilegal, de Vicente Fox en el transcurso de 2005 y parte de 2006, el actual titular del Ejecutivo federal mete su enorme cuchara en la disputa por el poder. Armado de todo un arsenal de mañas y recursos a su disposición, Calderón se adueña del espacio difusivo. No hay momento, noche o tarde, de noticiarios radiotelevisivos que no dediquen tiempos privilegiados a su accionar. En ambos casos, el de hace seis tristes años y el de hoy día, intentan lograr objetivos parecidos. El primero es disminuir el ímpetu de los rivales en la que hoy es, de verdad, una cerrada competencia. En segundo término, pero concomitante a tal pretensión, tratan de impulsar a la ahora candidata del PAN (JVM) y presentarla como opción humana, maternal, recatada y vaporosa. Una síntesis perfumada de sencilla mujer mexicana.
Bien se sabe que la conformación de la opinión ciudadana radica, mayoritariamente, en los noticiarios televisivos. Televisa, con sus múltiples canales de alcance nacional en lo particular, moldea, con interés creciente, la conciencia de sus audiencias. Y ahí, en esos canales y noticieros, la imagen del señor Calderón se torna ubicua. Trátese de aparentar ser un jinete versado con motivo de la Marcha de la lealtad, trasladando paquetes de auxilio para la Tarahumara o, en fin, levantando la ceja izquierda para acentuar enojos o preocupaciones aunque estén carentes de sustancia. El objetivo es aprovechar los minutos, las horas, días y semanas de espacios difusivos a su disposición en este tembloroso final de sexenio. Tiene además un enorme garrote que blande, mustiamente, pero con premeditado coraje, frente a los concesionarios de medios. A unos les presenta el cebo de los ansiados combos. A otros, ya muy toreados, les pica sus ambiciones de entrar en la televisión encadenada (tercera o cuarta opciones) A los demás, para limitarlos o no, sus pretensiones de ofrecer, mediante algunos trámites pendientes, el posible cuádruple servicio (play) en telecomunicaciones. Pero, en especial, a Televisa y Tv Azteca, los viene amenazando con una caprichosa cuan endeble autorización para asociarse, o no, en telefonía inalámbrica. Muchos, quizá cientos de miles de millones están en juego en este manipuleo que se cobija en la inasible libertad de mercados. Ese fetiche neoliberal en el que ya pocos creen y menos aún practican en su cotidiano trajinar.
Es imposible negar la influencia que la presencia de señor Calderón, revestida con el hálito presidencial, tiene en la mente colectiva de los mexicanos. Es ya insoportable la intensidad con la que aparece en las pantallas por cualquier motivo, incluso los más baladíes. A veces se trata de un simplón discurso para celebrar un aniversario que nadie recuerda ni solicita. En otras ocasiones simplemente le dan tribuna para sus múltiples inauguraciones (carreteras, hospitales y otras obras) o clausuras de seminarios y asambleas por demás inocuas. El propósito es encontrar un motivo, por tonto e impersonal que sea, para exhibirlo, de cuerpo entero, como un líder atractivo y preocupado por el bienestar del pueblo. A últimas fechas se ha visto hasta repartiendo dinero en efectivo a damnificados. Las tomas detrás de un atril, para escudar su reducido tamaño, le permiten aparentar que dicta las líneas de un mandato que, parea su desgracia, se desvanece por anodino. No importa el contenido real. Lo importante es el conjunto de tomas, encuadres, las sonrisas y las solícitas manos alargadas en pos de ayudas. Eso que, de manera artificial, torna familiar y hasta deseable al líder responsable.
Pero la realidad es por demás terca, hasta necia se puede decir, en contraponerse a la manipulación. Ahí surgen, sin desearlo por los estrategas comunicacionales de Los Pinos, los datos duros del fantasmagórico desempleo y la creciente precariedad de los salarios: 36 por ciento del total de los asalariados reciben, cuando mucho, dos salarios mínimos. Y otro 26 por ciento ingresan de dos a tres de esos raquíticos emolumentos mensuales. Ésta es una tragedia verdadera que, por más disfraces que se le pongan encima, golpea de frente las conciencias y ensancha la desigualdad que en México se vive. Así, la presumida clase media nacional es aquella que ingresa de tres a cinco salarios mínimos (19 por ciento), completada con otro corto tramo de los que llegan a ocho de esos escuálidos salarios. Tal estadística, difundida desde las mismas instancias oficiales, presenta esa parte oscura, terrible, de las consecuencias de un modelo económico impuesto a rajatabla. Seguir alardeando, como repetidamente hace el señor Calderón, de contar con cobertura universal de salud recibe, de inmediato, un brutal desmentido del Coneval: 37 por ciento de las comunidades indígenas no tienen servicios de salud, 50 por ciento no cuentan con servicios básicos de vivienda y 47 por ciento sufren rezagos en educación alternada con carencias alimentarias (40 por ciento) En ello, hay que decirlo, han colaborado, con alevosía evidente, varias gestiones federales de PRI y PAN. Las evidencias negativas, ante los alardes de efectividad justiciera del prianismo, brotan a borbotones por doquier. Lo peor acontece cuando todo ello adquiere la cruenta forma de una violencia criminal incontrolada.
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